BALANCE INTERNACIONAL Ť Gerardo Fujii
La batalla de Seattle
Hace una semana tuvo lugar en Seattle la primera ronda de negociaciones comerciales de la Organización Mundial de Comercio, creada hace cinco años en sustitución del GATT. En esta ronda ųque había sido pomposamente bautizada con el nombre de Ronda del Milenio y que el presidente de Estados Unidos aspiraba que pasase a la historia como la Ronda Clinton, rememorando a la Ronda Kennedy de los sesentaų se pretendía llegar a un acuerdo para dar un gran impulso a la liberalización del comercio internacional en todo el mundo, siguiendo con el proceso que había arrancado decididamente en la Ronda Uruguay del GATT. Es conocido que la ronda terminó con un completo fracaso, no habiéndose llegado a ningún acuerdo. Según los observadores, este es el mayor fiasco en negociaciones comerciales de los últimos 20 años. En forma paralela a la lucha que se libró en las salas de conferencias tuvo lugar la batalla en las calles de Seattle protagonizada por sindicatos y grupos ecologistas opuestos a la rápida e incondicional liberalización comercial.
En la Ronda hubo dos grandes enfrentamientos. El primero opuso Estados Unidos a la Unión Europea con respecto de la agricultura, en virtud de la oposición de los países europeos a reducir sustancial y rápidamente los subsidios con que apoyan a este sector, como eran las pretensiones de Estados Unidos. Dada la mayor productividad agrícola en este país, la subsistencia de la agricultura europea depende de que sea protegida de las importaciones provenientes de Estados Unidos, lo que limita el mercado para las exportaciones agrícolas de este país.
La segunda controversia se dio entre Estados Unidos y los países pobres, y tuvo como causa la propuesta de Clinton, que contaba con la simpatía de Europa, de aplicar sanciones comerciales a los países que no respeten las normas laborales mínimas. Dado que parte importante de las exportaciones de los países pobres hacia el Primer Mundo se fundamenta en bajos salarios, malas condiciones de trabajo y en el empleo de fuerza laboral infantil, lo que está dejando fuera de la competencia en ciertos sectores a Europa y Estados Unidos, trabajadores presionaron a sus gobiernos para obligar a los países pobres a introducir normas laborales internacionalmente acordadas para tener acceso al mercado de los ricos. A esto se opusieron los gobiernos del Tercer Mundo, los que se negaron a discutir este punto, dado que ello reduciría su competitividad. Se dio así la paradójica situación de que fueron los sindicatos de Estados Unidos los que estaban pugnando por mejorar las condiciones de trabajo de los países pobres, mientras que los gobiernos de éstos se oponían.
A estas controversias se unieron los grupos ecologistas interesados en introducir normas ambientales que regulen el comercio internacional, con el fin de impedir que la ventaja de los países pobres en el mercado mundial se sustente en la depredación de la naturaleza. Por otra parte, este tema también enfrentó a Estados Unidos y Europa con respecto al comercio de productos agrícolas genéticamente modificados, tema que la Unión Europea no deseaba discutir en Seattle.
Adicionalmente, las negociaciones de Seattle mostraron claramente quién manda en el mundo. Estados Unidos, Japón y la Unión Europea negociaron sin la presencia de los países pobres, lo que provocó muchas protestas verbales de parte de éstos. Por ejemplo, el ministro de Comercio de Egipto declaró: "Nos han tratado como animales, manteniéndonos en la oscuridad, sin decirnos nada, sin consultarnos jamás".
Los enfrentamientos de Seattle señalan la necesidad de enfocar la liberalización comercial de una manera mucho más amplia y gradual de lo que pretende Estados Unidos. Dado que la liberalización acelerada está dañando seriamente a trabajadores y empresas de determinados sectores de los países ricos, es necesario que este proceso sea más gradual, con el propósito de que existan los plazos necesarios para que las economías se adapten a las nuevas condiciones. Por otra parte, es absolutamente inaceptable la posición de los gobiernos de los países pobres de oponerse a toda regulación laboral y ambiental en aras del libre comercio, lo que significa aceptar que sus ventajas comerciales se sigan fundamentando en salarios y condiciones de trabajo deplorables y en la degradación del medio ambiente. Por eso no comparto en absoluto la opinión de que el fracaso de Seattle represente la victoria de grupos carnavalescos radicalizados nostálgicos del pasado. La liberalización comercial está dañando a sectores amplios de la sociedad mundial, a los cuales no les convencerá el argumento de que, a largo plazo, todos ganarán con el libre comercio. Como decía Keynes: la obligación de los economistas, y particularmente de los políticos, es enfrentar los problemas del presente, pues bien podríamos morirnos esperando la llegada del largo plazo.