Hay por allí
algunos que alegan que "se viola la soberanía" de
los países, cuando alguien con sentido de justicia sabe representarla
recordándoles que los crímenes de lesa humanidad nos
atañan a todos y todas ¿Por que estos chupa tintas de
los gobiernos no se acuerdan de la soberanía cuando llaman
en su auxilio fuerzas de otros países para que entrenen a sus
soldados y policías? ¿Por qué no se acuerdan
de la soberanía cuando venden nuestras riquezas a los millonarios
del norte y enajenan todo lo que se les antoja? ¿por qué
no argumentaron soberanía cuando era notoria la presencia de
la CIA en Chile, en los tiempos de Pinochet?
Que se forme, si se quiere, el Tribunal Penal Internacional, pero
mientras tanto se siguen elaborando los expedientes de los que han
llevado a la práctica planes de eliminación selectiva,
de ultranacionalismo, de "guerra contra la subversión"
(como le llaman), o de cualquiera otra forma de exterminio de seres
humanos que se haya inventado en la perversidad de los distintos gobiernos
del mundo.
Aquí en México tenemos mucho que reclamar. Sólo
en el pequeño espacio de estas páginas, exhibimos los
rostros de algunas de las mujeres, en su mayoría jóvenes,
que fueron secuestradas por las policías y el ejército
mexicano y que, ni hemos vuelto a ver, ni el mal gobierno de este
país ha dado alguna explicación a sus familiares. Dos
de ellas, comprobado por sus parientes, llevaban un embarazo que ya
se notaba: Cristina Rocha de Herrera y Teresa Torres de Mena. La primera,
de San Blas, Sinaloa, secuestrada el 1º. De julio de 1976, sacada
a la fuerza de la casa de su suegra a las cinco de la mañana,
junto a su esposo Ignacio Tranquilino Herrera Sánchez y su
cuñado Juan de Dios. Se los llevaron (unidos en ilegal mancuerna)
agentes judiciales federales y soldados a los que dirigía el
Coronel del Ejército Jorge Arroyo Hurtado, jefe del 23/o. Regimiento
de Caballería de Los Mochis, según puede verse en la
tarjeta que entregó a Doña Elena, madre de los jóvenes
y suegra de Cristina.
La otra joven que también en un futuro cercano sería
madre, es Teresa Torres de Mena, de tan sólo 19 años
y que fuera secuestrada en Acapulco, Guerrero. El 30 de enero de 1976.
Con ella se llevaron a su esposo, Guillermo Mena Rivera, tan joven
como ella y a Alejandro Rivera Patiño, primo de éste.
Al igual que en el caso de los secuestrados en Sinaloa, a estos estudiantes
guerrerenses -según testigos- se los llevaron "policías
y militares". Tiempo después, la madre de Teresa recibió,
en forma anónima, el aviso de que "había dado a
luz a un varoncito en el Campo Militar Número Uno de la ciudad
de México" y que "unos soldados compadecidos, le
habían comprado ropita con sus propios haberes".
¿Quién le mandó decir aquello a la atribulada
madre?... ¡Nunca lo supimos!... y tampoco nos dio respuesta
el gobierno, ni volvimos a ver a Teresa, ni a Guillermo, ni a Alejandro...
¿Dónde están? ¿Dónde está
ese hijo de Teresa que ya para hoy, si lo dejaron vivir, es un hombre
de 23 años? ¿Dónde están todas las otras
mujeres de la lista que tenemos?
Civiles y militares del mal gobierno tendrán que respondernos.
Nunca echaremos al olvido su sevicia y nunca nos cansaremos de reclamar
a todos los desaparecidos, hombres y mujeres a los que se les ha llamado
"desaparecidos políticos". Tenemos la larga lista
de los militares, policías y civiles servidores del gobierno
que han llevado a cabo los secuestros y las torturas. También
tenemos los nombres y algunas fotografías de los "autores
intelectuales" de estos tremendos ilícito. Desde los más
altos niveles hasta los rastreros secretarios de los mismos: toda
una verdadera "galería de los horrores".
Solemos oír que la cantidad de desaparecidos y desaparecidas
en México "no se compara" con Chile o Argentina.
¿Comparar?, ¡El crimen no se compara por números,
ni se mide en cantidades! duele lo mismo en cada caso, la ausencia
de un ser querido, trátese de mil, de 10 mil, o de... ¡qué
se yo! Con cada caso y con cada testimonio podemos hacer una montaña
de pena y de dolor.
Un jurista honesto y humano, Baltazar Garzón, ha ensanchado
el camino que con esa insistencia de las montañas de pena y
dolor y contra toda la imposición de formas de olvido, hemos
mantenido las madres y familiares de los y las desaparecidos.
Desde que por primera vez leí en todos los periódicos
que lo publicaron y que tuve a mano alcanzar, el "asunto Pinochet",
sentí que al final estaba por terminar -como indefectiblemente
tiene que ser- el tiempo de la impunidad.
Crece en el mundo la alegría por las acciones del juez español;
y crecen a la par la simpatía y el cariño hacia ese
hombre joven, decidido, que entiende lo que debe de ser, los pasos
que hay que dar para cambiar las vidas de los habitantes del planeta
tierra. El y Carlos Castresana (otro ejemplar hijo de España),
tienen la suficiente dosis de dignidad en sus conciencias, para dar
equilibrio a esta humanidad plagada de emponzoñados seres ayunos
de ella y para poner a estos seres mediocres en el verdadero lugar
que les corresponde en la Historia: en el capítulo de "vergüenza
de su época".
Habrá todavía que luchar muy duro. Habrá que
apoyar a los que ansían ver un mundo nuevo; habrá que
forjarlo, esculpirlo, construirlo... ¡No sólo soñarlo!
Será tarea ardua, larga, difícil, pero dotada de razón
y por ello, con la posibilidad infinita de triunfar.
Hay quienes nos auguran poquísimos logros ante la negrura de
un futuro que se percibe terrible. Nosotros tenemos fe y les respondemos
tomando las palabras de un gran escritor sudamericano: ... "es
sembrando en las tinieblas, que germinan las auroras".