Vida y obra de un estudioso del cerebro, de estatura breve e inteligencia larga


Un tal Augusto

José Luis Díaz

Había una vez un estudioso del cerebro de estatura más bien breve e inteligencia más bien larga. Era lo que se suele llamar hombre de mundo. Había nacido en Madrid y perdido allí una terrible guerra fratricida, sin imaginarse, como todos sus perdedores, que a la larga habría de ganarla. Fue muy notoria esa generación de perdedores que mucho ganaron, en especial en México, donde la gente los llamaba "refugiados".

Una leyenda negra decía que los refugiados se habían robado el oro de España y lo escondían bajo el colchón, pero eso es infame. Lo cierto es que eran bastante pobres en pertenencias, aunque muy ricos en ideas, enjundia y malas pulgas. La mayoría eran intelectuales, es decir, gente no muy apta para los negocios. Habían llegado a un país en reconstrucción y allí se volvieron maestros.

feggo un tal augusto Así le pasó a nuestro estudioso del cerebro, que lo era en cierne. Vino a serlo porque estudió medicina y se puso a trabajar con un refugiado mayor que era un verdadero alquimista. A éste le decían "maestro Nieto", madrileño de malas pulgas y hombre de mundo que había estudiado con el santo patrono de los estudiosos del cerebro, un genio baturro que inventó cómo pintar las neuronas con sales de plata, y así pudo darlas a conocer. Vamos a llamarlo Cajal.

El caso es que nuestro estudioso del cerebro aprendió a pintar neuronas con los métodos del tal Cajal y bajo la mirada escrupulosa del tal Nieto. Este no sólo se divertía pintando neuronas, sino que era también alienista, y muy bueno. En aquella época dorada no era raro que los alienistas supieran pintar neuronas: uno de los más famosos era un doctor vienés que estudiaba los sueños considerando que eran secreciones de las neuronas. Hoy lo conocemos como Freud y aún se enseñan sus teorías en la carrera de literatura. Las teorías de Cajal se siguen enseñando en la de medicina. Y las dos teorías en la de psicología, aunque nadie sabe qué tienen que ver la una con la otra. El caso es que nuestro flamante estudioso del cerebro también se metió de un manicomio a otro. Se dice que de ese periplo de locura le nació una curiosidad malsana: entender las bases fisiológicas de la actividad mental.

A partir de ese momento quedó trazado su camino. Para emprenderlo tenía que prepararse como fisiólogo. Como ya sabía pintar neuronas y conocía la anatomía del seso, se puso a estudiar cómo analizar sus funciones. En el mismo instituto del tal Nieto trabajaba también un alquimista potosino, persona jovial, hábil y hombre de mundo a quien llamaban "maestro Del Pozo". No hacía mucho, el tal Del Pozo había regresado de estudiar en un ancho y pesado país situado sobre el nuestro con un gran fisiólogo: se apellidaba Cannon y se llamaba Walter.

Nuestro menudo e inquieto estudioso del cerebro aprendió a registrar la electricidad de éste y formó parte de un conjunto de fisiólogos que se volvió célebre, no sólo porque eran excelentes comedores y bebedores, sino porque descubrieron el mecanismo por el cual el cerebro controla la entrada de información por parte de los sentidos.

El tal conjunto contaba entre sus miembros a alquimistas fabulosos como Hernández, Pérez, Guzmán y Fernández. Formaron un legendario Ateneo de Estudios del Cerebro, que en realidad era excusa para ejecutar jolgorios. Hoy día les llaman a esos grupos sociedades científicas y siguen siendo excusas para ejecutar jolgorios.

Pero es necesario decir algo de esa peculiar idea de que el cerebro controla la entrada de información. Eso quiere decir que no vemos las cosas como son. Quiere decir que sus estudios habían puesto a nuestro maduro estudioso del cerebro ante la aventura de preguntarse qué es el conocimiento.

Esas eran palabras mayores, y el asunto mucho lo intrigó toda la vida, hasta que inició la Sociedad Mexicana de Epistemología, aparte de otras menos esotéricas y más famosas como la de Ciencias Fisiológicas que emprendieron los del conjunto del Ateneo y sus maestros para ocultar sus verdaderas y poco edificantes razones de jolgorio.

He aquí que nuestro experto en el cerebro se dedicó mucho años a registrar su órgano favorito. Es decir, ver la electricidad de la sesera, sea de toda, de sus partes o aun de neuronas singulares. Todas esas habilidades fueron adquiridas por nuestro héroe, de tal manera que no sólo sabía pintar neuronas sino examinar su magnetismo.

Para mejor entender ese asunto, nuestro experto se fue a trabajar con uno de los más afamados electricistas del cráneo: el alquimista francés Gasteaut. En tierras de Francia le dieron a nuestro experto un papelito que lo acreditaba precisamente como tal. No es que el papelito hiciera experto a nuestro amigo, como se cree ahora que sucede, sino que era ya un experto y el papelito sólo lo certificaba. Es necesario aclarar esto porque estos papelitos, que llaman pieichdí, han adquirido propiedades definitivamente mágicas y los sobrevivientes sin uno son tomados como alquimistas de segunda clase, cuando sucede que los hay entre los que tienen y los que no tienen papelitos.

A nuestro refugiado nunca se le olvidó la razón de serlo, y cuando triunfó una jubilosa revolución en una isla situada al oriente de México, donde se baila la rumba, se le antojó ir allí a ejercer sus magnéticas artes y vivir la utopía... que nunca llegó. La isla se llama Cuba y la revolución se llamaba a sí misma socialijta, término tropical que, según creímos muchos y aún creen algunos, significaba "socialista".

Cumplida su misión de hombre de mundo, el muy maduro experto en el cerebro regresó a México, donde albergó al autor de un conocido libro llamado Cien años de soledad. Se dice que nuestro hombre dio origen a un personaje de la novela llamado el gitano Melquiades, por aquello de que había traído los imanes, el hielo y los daguerrotipos a Macondo y tenía manos de gorrión, pero eso es tan apetecible como dudoso. Lo que no se duda es que se convirtió en gran maestro de las artes cerebrales; gran preceptor del seso soñador, del seso convulso y del seso doliente; gran excitador de las amígdalas, tanto de la palatina como de la temporal; perito del tiempo, y pionero de la conciencia. Quienes duden de esos títulos sin papelito será necesario que ejerzan esa labor tan olvidada de leer artículos científicos, en especial los firmados por él y que se dice suman cientos aunque, como en Macondo, puede haber exageración. Por si fuera poco, nuestro alquimista llegó a ser materia gris de varios manicomios que no osaban pronunciar ese nombre, donde fundó sendos laboratorios y se rodeó de muchos alumnos y colegas.

Tuvo muchos alumnos. A pesar de su fama de padre cariñoso, šcuántos disgustos padeció con sus escolares y cuántos les hizo padecer! Además de cariñoso era criticón y posesivo, frecuente entre los refugiados, personas sesudas y tozudas, combinación tan providencial como aciaga. La enseñanza culminaba con un consabido papelito, una solemne declaración de independencia, una partida en busca del grial a la misma Francia y un regreso pródigo, ritual que fue cabalmente cumplido por los múltiples vástagos que forman la ilustre cofradía de los hermanos augustinos.

Lo que no pueden ni quieren negar éstos es la cruz de la parroquia. Por allí andan pinchando sesos con sus cables o rebanándolos con navajas y tratando de entender cómo es que el magnetismo, el color o los jugos de las neuronas se relacionan con la mente, una empresa a la que le dieron en algún momento el pomposo nombre de psicofisiología y de la que nuestro héroe fue nombrado mexicano padre.

Se dice que siendo venerable hidalgo con una bien ganada fama de lady's man, al filo del milenio le dieron el Gran Premio Nacional de la Orden de los Alquimistas. Sus colegas y alumnos le organizaron homenajes en los que por sus grandes merecimientos se le llamaba con el resonante nombre de Augusto, aunque hay quien dice que lo traía de bautizo, lo cual es muy inverosímil. Se dice también que como el tal Cajal, el tal Nieto o el tal Cannon se mantuvo al pie del cañón del osciloscopio o de la PC hasta que le fue posible, porque los homenajes sueños son y la vida del tal Augusto está en alguna otra parte míticamente situada entre el laboratorio y el anchuroso mundo.

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