La Jornada domingo 5 de diciembre de 1999

Carlos Bonfil
La ley de Herodes

Durante el muy desafortunado episodio ocurrido en el pasado Cuarto Festival de Cine Francés de Acapulco, donde una de las cintas mexicanas invitadas, La ley de Herodes, de Luis Estrada, fue sorpresivamente retirada de la programación por las propias autoridades que la habían coproducido, la cinta en cuestión tuvo que exhibirse en su versión íntegra, por la presión del público del festival, de los actores, de la prensa nacional y extranjera, y de la propia delegación francesa que ya elaboraba un documento donde se pronunciaba contra la censura en México. La exhibición de la cinta acalló ese escándalo, pero muchos de quienes asistieron a la proyección (donde la película fue ovacionada), se preguntaban cuál podría ahora ser la suerte de La ley de Herodes. ƑSe enlataría? ƑSe llegaría a exhibir algún día en todo el país? ƑHabía realmente censura o únicamente cálculo comercial o político?

Y sorpresivamente también, con el mismo sigilo que en Acapulco, esas mismas autoridades decidieron ahora, casi un mes después, estrenarla en dos salas de cine en México, sin la autorización del director y de la productora Bandido Films, sin un cartel, sin trailers, con publicidad mínima en los diarios, y con una sola intención declarada de señalar que en México no existe ningún tipo censura. Y efectivamente, la cinta que hoy se exhibe ųpor un tiempo indefinido, pues también podría sorpresivamente dejar de exhibirse mañanaų, es la misma que se pudo ver en Acapulco. ƑDisipa esto la sospecha de censura o sólo señala la capacidad gubernamental de censurar y castigar comercialmente a una cinta?

ƑQué tipo de "subversión" puede desatar todo esto? La ley de Herodes no se parece a nada de lo realizado anteriormente por Luis Estrada (Camino largo a Tijuana, Bandidos, Ambar), y esto es una buena noticia, pues la carrera del director parecía empantanada en la exploración de recursos estilísticos muy tributarios del cine hollywoodense que no tenían una respuesta importante del público. En su nueva cinta, Estrada da un giro espectacular, y desde su estupendo prólogo, que muestra a un alcalde priísta huyendo de la multitud que busca lincharlo por ratero, retoma su gusto por el cine norteamericano con un propósito paródico ahora sí muy eficaz, con referencias explícitas a Sombras del mal (Touch of Evil, 1958), y una estupenda pista sonora de Santiago Ojeda que retoma el clima de la primera secuencia en la cinta de Welles. La acción se desarrolla a finales de los años cuarenta, en pleno sexenio alemanista, bajo el omnipresente retrato de Miguel Alemán, "cachorro de la Revolución" El guión del propio Estrada, Vicente Leñero, Jaime Sanpietro y Fernando León maneja con astucia humorística la historia del mediocre militante priísta, Juan Vargas (Damián Alcazar, "Varguitas") promovido a alcalde de San Pedro de los Saguaros, un miserable pueblo de cien habitantes. Lo que sigue es la lenta corrupción del militante honesto, su aprendizaje de las reglas del juego príista, de sus ideales declarados (modernidad social y justicia) y de sus prácticas irrenunciables (corrupción y protección de la impunidad). La novedad de la cinta, motivo real del escándalo suscitado, es la decisión de renunciar a la alegoría y a la alusión velada, y llamar a los partidos por sus nombres, destacando incluso las siglas del partido hasta hoy gobernante, con su fondo tricolor y en escenas tan impactantes como aquella en la que dicho logotipo ocupa la mitad de la pantalla en un episodio de venganza criminal. Algo más perturbador aún: el desenlace original de la cinta era algo convencional, los malos eran justamente castigados y triunfaba la justicia. Lo que hoy presenta Estrada es otra cosa, algo que no reconocen las autoridades que coprodujeron la cinta, pero sí los espectadores que lo aplauden por considerarlo mucho más cercano a la realidad política del país. A su favor, la cinta tiene actuaciones estupendas, una buena ambientación, y el manejo eficaz de las fórmulas del cine popular. Isela Vega como Doña Lupe, madame de un burdel, es una presencia vigorosa y muy divertida; ella y Alcazar se roban la película. El reparto incluye las actuaciones muy afortunadas de Pedro Armendáriz, Leticia Huijara, Salvador Sánchez, Guillermo Gil y Eduardo López Rojas, éste último como enardecido opositor panista. La ley de Herodes continúa la tradición satírica de cintas de Alcoriza (Las fuerzas vivas), Alberto Isaac (Calzonzin inspector), pero su significación política es mucho más importante. Señala el derrumbe de un mito más en la serie de las Antiguas Instituciones Intocables. La exposición abierta de la impunidad y la corrupción al choteo colectivo puede parecer un exceso para algunos espectadores; para otros, para los que podrían asegurar el éxito de la cinta, es un mínimo resarcimiento por las décadas en que el cine mexicano tuvo que practicar la autocensura por la amenaza, hoy inoperante, de ser enlatado.

La ley de Herodes se exhibe en la Cineteca Nacional y en Cinemark CNA.