Espejo en Estados Unidos
México, D.F. sábado 4 de diciembre de 1999
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SEATTLE: ƑCOMIENZO DE UN COMIENZO?

SOL La conferencia que habría debido ser la del milenio según sus organizadores, termina en Seattle semiclandestinamente y en virtual estado de sitio y la misma Organización Mundial del Comercio (que en su época intentó presidir Carlos Salinas de Gortari) está muy lejos de gozar de popularidad e incluso de consenso en partes muy importantes del establecimiento mundial. Por ejemplo, Mark Malloch, director del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), opinó en París que aquella organización de la ONU hermana de la suya tiene como finalidad no el desarrollo de los países más pobres, sino "confortar la supremacía de los países ricos". Y los representantes de los países miembros de la Organización de la Unidad Africana (OUA) amenazaron con boicotear la nueva ronda de negociaciones, nefasta en particular para su continente. Ni siquiera es necesario mencionar la protesta popular que se adueñó de las calles y de la prensa mundial y que, uniendo en un solo haz a sindicalistas, ambientalistas, defensores de los derechos humanos y de las minorías, antimonopolistas y antineoliberales de todo tipo, ha mundializado y organizado el frente de la resistencia a la política del gran capital financiero y de las grandes trasnacionales que la OMC propone y pregona.

Es evidente en este sentido que después de Seattle el frente de los aplicadores a rajatabla de la política del libre mercado tendrá que tener en cuenta el nivel alcanzado por la rabia popular y que, por el contrario, la gran variedad de opositores a la política neoliberal o a sus efectos más terribles tenderá a unificar opiniones y acciones y a ganar en audacia y decisión. Hay que observar, sin embargo, que entre los que se resistían a los intentos de ajustar con una nueva vuelta de tuerca la política de la OMC ya de por sí durísima y muy repudiada (recuérdese el intento de hacer pasar el Acuerdo Multilateral de Inversiones, AMI, postergado por la resistencia de Francia, el cual habría anulado todo resto de soberanía nacional) hay notables diferencias. Estas, en general, se alinean según criterios nacionales o, por el contrario, según otros populares y sociales.

Hay países y gobiernos, por ejemplo, que protestan contra la imposición de reservas ambientales o laborales al comercio, pues ven en ellas un intento de aplicar restricciones no tarifarias al comercio de los países menos desarrollados y que consideran que sus "ventajas competitivas" incluyen los salarios de miseria, las pésimas condiciones sanitarias, la superexplotación de los trabajadores y campesinos, el trabajo femenino e infantil, la desconsideración por los recursos naturales. Por el contrario, tanto en los países industrializados como en los dependientes, hay una fuerte oposición a hacer pagar esa "competitividad" a los obreros y campesinos y los pobres y a excluir del libre comercio la mercancía mano de obra (cuyo precio, el salario, sigue determinado sobre bases nacionales, para gran beneficio de las trasnacionales, que así tienden a rebajar también los salarios y niveles de vida en los países metropolitanos).

Existe igualmente una creciente conciencia mundial sobre los efectos globales de la destrucción de la naturaleza y sobre el cinismo que implica, por parte de Estados Unidos, intentar poner cláusulas ambientalistas en terceros países cuando no ha firmado siquiera los acuerdos de las conferencias mundiales sobre el Medio Ambiente, particularmente en lo que respecta a la reducción de las emisiones de gases nocivos. De modo que, por primera vez, los obreros estadunidenses, que votan en general por los demócratas, se diferencian del gobierno del Partido Demócrata y asumen una posición internacionalista, y por primera vez sectores activos de agricultores, de consumidores, de pacifistas se unen en una protesta mundial con los sindicalistas a los que hasta hace poco acusaban de productivistas a ultranza, de corporativos, de nacionalistas conservadores. Como la inestabilidad económica y social mundial sigue pero coincide con una ligera mejora de la situación económica de los trabajadores de los países industrializados, es de prever que esta resistencia se acrecentará. La conferencia del milenio, en Seattle, podría ser pues el comienzo del comienzo de un siglo capaz de superar el neoliberalismo aún imperante.


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