La protesta popular que estalló en Seattle, con motivo de la celebración de las juntas convocadas por la Organización Mundial de Comercio (OMC), tiene múltiples e importantes significaciones para la vida contemporánea en el milenio que está por terminar, pues la reprobación enérgica, acalorada, plural, en la que participaron por igual obreros, empleados y amplias clases medias descalabradas por el amenguamiento de sus bolsillos, exhibe sin duda la aguda injusticia social en que ha colocado a las mayorías de la población del planeta, la estrategia que practican las elites del capitalismo transnacional, cuya finalidad principal es asegurar e incrementar tasas de ganancia y de acumulación, es decir, su existencia como un sistema de expoliación de los pueblos, sin importar que tal estrategia hunda a las familias en condiciones materiales y culturales incompatibles con la dignidad humana. En su animado y reflexivo reportaje sobre la marea que trastornó la apertura de los debates en la OMC, Jim Cason y David Brooks resumen el vibrante espíritu de los manifestantes en estos términos: ``La marcha entró al centro de la ciudad, para encontrarse ahí con los miles de activistas que habían ocupado estas cuadras desde muy temprano, y se ovacionaron mutuamente, juntos son más de 60 mil, juntos representan millones. Juntos acaban de realizar la movilización más grande contra el capital internacional que se haya visto en este país --Estados Unidos de Norteamérica--.'' (La Jornada, núm. 5476), cuadro que completan los numerosos grupos musicales que expresaban su repudio con toda clase de ritmos exaltantes.
¿Qué representa en términos económicos y políticos la OMC? Recordemos que sus agentes principales son los gobiernos y que éstos se insertan en la lógica de dominio de una minoría guiada, cada vez con mayor fuerza, por convenios establecidos desde la última guerra mundial, y especialmente a partir de la caída del socialismo real, entre Estados Unidos, los Estados de mayor peso en Europa --Alemania, Inglaterra y Francia-- y el agresivo y tambaleante Japón. China, próximo gigante del siglo XXI, no ha conseguido aún la curul que está buscando en la sociedad mundial del comercio. Ahora salta otra pregunta, ¿qué representan a su vez los gobiernos que dominan en los acuerdos de la OMC? La respuesta monda y lironda brinca de inmediato a la vista. Igual el presidencialismo estadunidense que los regímenes parlamentarios galo, teutón, británico y el del Sol Naciente no son más que operadores políticos del faraónico complejo empresarial que hoy ansiosamente impone la libertad comercial global, porque es imperativo sine qua non de su reproducción presente y futura, o sea de su señorío contra cualesquiera otras formas de posesión y goce de la riqueza generada por el trabajo de la sociedad. Para esto se reúne la OMC en Seattle; se trata de revisar y sancionar los planes y programas que satisfagan los intereses de los dueños del poder patrimonial y político, en la gloriosa y atareada historia de nuestro tiempo.
Informaciones que tenemos dicen que en la silva de Seattle participaron numerosos jornaleros mexicanos, en repudio de las gravísimas inequidades que ahora se viven en su patria, confirmadas en investigaciones recientes. Hace apenas unos días Julio Boltvinik, en su libro Pobreza y distribución del ingreso en México, redactado en coautoría con Enrique Hernández Laus, dio a conocer que las masas pobres suman alrededor de 72 por ciento de la población total, en contraste con el reducidísimo número de familias acaudaladas; por otra parte, Emilio España Krauss acredita con sus estudios que entre 1969 y 1998, el porcentaje de los productos exportados sin insumos maquilados ha disminuido hasta 20.4 por ciento; el resto de lo vendido al exterior, con elementos maquilados, asciende a cerca de 80 por ciento. ¿Qué enseñan estos datos? El de la distribución del ingreso, que los gobiernos usan el poder político en favor de la minoría opulenta y no del pueblo, ¿puede llamarse democracia a esto?; y el de las exportaciones, que la industria propiamente nacional, la que usa recursos internos, está en franca decadencia frente a la manufactura que labora con partes maquiladas, así como que el verdadero valor de lo exportado sin restarle el costo de los materiales maquilados ofrece una visión inexacta de la balanza comercial; y una cosa más, que el neoliberalismo nos está transformando en nación maquiladora de los centros metropolitanos; ¿debemos continuar por este camino? En este marco es fácil comprender la enorme trascendencia que para el futuro tienen las elecciones del año 2000.