* Nunca me perdí a mí mismo: Valentín Campa


En el adiós a ese "rojo nuestro" pocos recordaron La Internacional

* En el Panteón Jardín, un largo aplauso despidió al comunista

Arturo Cano * Hernán Escalante, maestro ejemplar, está en primera fila con todos y sus bien llevados 88 años de edad, a unos pasos de esa montaña de coronas, arreglos, ramos y flores sueltas que es desde hace unos minutos la tumba de Valentín Campa Salazar.

Viejo militante de la causa othonista, Escalante no dejó de trabajar nunca, hoy es jefe de enseñanza en el área de matemáticas en escuelas secundarias del DF. Ya lo hacía cuando conoció a Campa en 1934, época en la que compartieron "un cuarto" por el rumbo de Tacubaya.

Mientras los empleados terminan de acomodar las flores, el viejo maestro se da tiempo de recordar las fuertes discusiones entre Campa y David Alfaro Siqueiros, la persecución y la cárcel -"de la que yo me salvé"- y, sobre todo, las enseñanzas del ferrocarrilero: "Un hombre muy modesto, sincero, con un lenguaje decente y firme en sus convicciones".

Como el viejo maestro de escuela, muchos de los asistentes al homenaje y el sepelio de Valentín Campa son comunistas de hace cinco o cuatro décadas. "La joven guardia ya peina canas", dice Daniel Molina, quien a nombre de la familia también expresa: "Vengo a discrepar de quienes sostienen que con Valentín Campa muere el último de los comunistas".

 

Corrieron los recuerdos como lágrimas

 

Y entre los comunistas de ayer y perredistas de hoy los recuerdos fluyen como las lágrimas en contraste con la tranquilidad de Esperanza García, la compañera de Campa en los últimos lustros (hace ocho meses, el dirigente solicitó al CEN del PRD que, al morir él, la pensión se le siguiera entregando a su viuda).

Alguien pone sobre el ataúd una bandera nueva y reluciente del PRD. Brilla más el amarillo sobre la caja ocre. Pero otras manos la cubren con otra bandera que alguna vez lució un rojo intenso, y en la cual sobreviven una hoz, un martillo y tres palabras: Partido Comunista Mexicano.

"Adiós, ferrocarrilero. Adiós, comunista, rojo nuestro", lanza uno de los sindicalistas de mil batallas que con otras 100 o 150 personas vino al cementerio.

El compositor Gabino Palomares sostiene un viejo banderín del PC en una mano y en la otra un acordeón que ojea mientras dirige el canto: "... y se alcen los pueblos, con valor, por La Internacional".

Pocos se acuerdan ya de la letra completa de La Internacional, pero todos tienen algún pasaje, algún recuerdo del viejo rojo.

Iván García Solís, hoy delegado del Gobierno del DF, recuerda que en 1956 los maestros recibieron con alborozo la noticia del triunfo de la planilla de Demetrio Vallejo y Valentín Campa en el sindicato ferrocarrilero. "Nos fuimos todos a los patios de carga de Buenavista. Sin duda ellos nos abrieron el camino a los sindicalistas del magisterio".

Su condición de sindicalista, recuerda García Solís, hizo que Campa siempre estuviera del lado de la "posición mayoritaria" en el pecé, la de Arnoldo Martínez Verdugo. "Los renos (renovadores) no daban ninguna opción para el trabajo sindical".

Un par de horas antes del sepelio, los recuerdos se desparraman en la sede nacional del PRD, el último partido de Campa.

Ahí se repasan los datos que ya las notas de los diarios publicaron ayer: la negativa de Campa a participar en el complot para asesinar a León Trotsky, su posición crítica cuando los soviéticos invadieron Checoslovaquia, sus largos años de cárcel, sus batallas que recorren toda la historia del sindicalismo mexicano.

Alguien recuerda que hasta hace pocos años el viejo comunista venía aquí una vez por semana, a las reuniones de sindicalistas del PRD. "Su entrada al edificio era toda una proeza, paso a pasito, pero se enojaba mucho si alguien intentaba ayudarle".

En junio de 1997, ya muy enfermo, Campa atribuía sus males "a la lucha, al encierro, a la persecución del gobierno".

Pero aun así se dio el nonagenario lujo de enterrar a su archienemigo Fidel Velázquez, y cuando La Jornada le preguntó su opinión sobre la muerte del cetemista, Campa debe haber gozado su respuesta: "Qué bueno, era un estorbo para la clase obrera".

Las batallas sindicales de Campa no fueron siempre contra el charrismo sindical. En el PSUM tuvo rudas polémicas sobre política sindical con sindicalistas de entonces como José Woldenberg, hoy presidente del IFE, y Arturo Whalley, hoy líder del Partido Democracia Social.

Armando Quintero, adversario de los comunistas en el sindicalismo universitario, dice que Campa apoyaba a la corriente disidente: "Para rematar una discusión, Evaristo Pérez Arreola (entonces secretario general del STUNAM) le dijo a Campa: 'Siempre has sido un perdedor'. Y Campa le respondió: 'Tal vez, pero nunca me he perdido a mí mismo".

Quintero se apretuja con otras decenas de personas en el pequeño vestíbulo de la sede perredista -quién sabe por qué no abrieron el auditorio para el homenaje-, donde el diputado Martí Batres nombra a los dos líderes comunistas hechos de la madera de Campa que le sobreviven: Ramón Danzós y Othón Salazar.

Como Batres, muchos de los asistentes al homenaje no habían nacido cuando Campa ya sumaba lustros en prisión: "Lo conocí cuando yo tenía nueve años, en un mitin en la plaza de Santo Domingo".

Niño rojo al fin, Batres canta casi todos los párrafos de La Internacional, cosa que no hace el senador Jorge Calderón, acaso porque él fue maoísta. Rosario Robles, que anduvo en las mismas danzas, tampoco canta el himno comunista. Uno que evidentemente sabe todas las estrofas es Raymundo Cárdenas, secretario general de gobierno de Zacatecas, quien también se despacha otra canción: "Puedo morir como nací, sabedlo/ puro, sencillo y optimista/ de pie sobre la tierra como un árbol/ en las filas del Partido Comunista".

 

Nació y murió pobre

 

El discurso corre a cargo del diputado Pablo Gómez y es un apretado recuento de las aportaciones de Campa a la construcción del sindicalismo y la unidad de la izquierda, de su "expulsión arbitraria" del PC al que volvería, pero sobre todo de su rasgo fundamental: la congruencia. "Campa nació pobre y murió pobre".

Poco después, en el Panteón Jardín, un largo aplauso acompaña las últimas paladas sobre la tumba. Y luego, por tercera ocasión, el canto despide a Valentín Campa Salazar: "A la lucha, proletarios/ al combate final..."


* Sentido homenaje de cuerpo presente en la sede nacional del PRD


šHasta siempre, camarada!, último adiós a Campa

* Con él se va un gran impulsor de la democracia sindical, señaló Raúl Alvarez Garín

Juan Manuel Venegas * ''Hasta siempre, camarada... la generosa y clara sombra de tu vida estará entre nosotros''. Así, frente a la tumba, despidió Daniel Molina el cuerpo de Valentín Campa Salazar.

Era la voz que se quebraba de otro más de los viejos representantes del comunismo mexicano. Voz, voces, que se niegan a callar, que batallan con la muerte. Con Valentín Campa ''no muere el último de los comunistas'', no, porque como dice el poeta -parafraseó Molina- "podremos morir nosotros, pero vivirán los hijos de nosotros y los hijos de nuestros hijos... y después de ellos vivirá nuestro pueblo eternamente''.

Las voces de dos homenajes y un solo protagonista. Las voces del adiós. Valentín Campa Salazar murió el 25 de noviembre de 1999 y, un día después, quienes se formaron bajo los principios del comunismo y reivindican todavía sus valores fueron a despedirlo.

Primero fue en la sede nacional del PRD. Se dieron cita todos aquellos que en la obra del impulsor de la democracia sindical -definió Raúl Alvarez Garín- ven, sienten la necesidad de reivindicarlo. Y también están ahí los herederos de la lucha, los que saben que sin Campa, la unidad de las izquierdas seguiría siendo una utopía.

Pablo Gómez, coordinador de los diputados federales perredistas y compañero de Campa en el Partido Comunista Mexicano y en el Partido Socialista Unificado de México, definió así la participación política del líder sindical:

''Valentín nos acompañó como promotor, ideólogo del proceso de la unidad de las izquierdas mexicanas. Nunca hubo necesidad de empujarlo; jamás tuvo el menor titubeo... era un hombre comprometido con la necesidad de que las expresiones del movimiento democrático y popular de nuestro país se unieran.

''Estuvo en todos los partidos que fueron la expresión de ese proceso unitario, y estuvo siempre en primera línea... lo recuerdo entre Heberto Castillo y Cuauhtémoc Cárdenas, cuando el Partido Mexicano Socialista (PMS) decidió apoyar la candidatura de Cuauhtémoc (1988). Esa fue su empresa, šla empresa de toda su vida! La empresa de la lucha por la unidad adios viejo camarada ÁHasta siempre! de las fuerzas democráticas del país''.

Con la mirada clavada en la entrada del edificio de la sede perredista (en el patio fue el homenaje), Gómez Alvarez parecía que veía la figura del viejo Campa. ''El PRD fue el partido de Campa y por eso nunca faltó a su Consejo Nacional, y aun cuando ya estaba muy viejo, llegaba con sus cortos y pequeños pasos el hombre que traía sobre sus espaldas la dignidad de haber vivido con valentía, honradez y siempre en la lucha... Hoy ha llegado por última vez... pero siempre estará en nuestra conciencia''.

Carlos Payán, Rosario Robles, Martí Batres, Raúl Alvarez Garín, Raymundo Cárdenas, Ramón Sosamontes, Iván García Solís... y los comunistas de siempre, los sindicalistas de ayer y de hoy, miraban al cielo y a la tierra... ''hasta siempre, camarada'', se oía.

De la sede perredista, el cortejo siguió al Panteón Jardín, en el sur de la ciudad. Eran las 14 horas, cuando desde los automóviles que escoltaron la negra carroza ondearon las rojas banderas del Partido Comunista...

Sesenta minutos después, el segundo homenaje alrededor del pequeño espacio que será la última morada del cuerpo de Valentín Campa.

Poco a poco descendió el féretro cubierto con las tres banderas que en su vida amo don Valentín: la de México, la comunista y, en los últimos años, la perredista... Las paletadas de tierra empezaron a las 15 horas en punto y entre el polvo las manos en lo alto con la señal de la victoria... Y de nuevo... ''šHasta siempre, camarada!''.