Valores mínimos, valores máximos
Juan Soto Ramírez
Es una sola gota la que provoca que el agua se derrame del vaso; es una sola palabra la que puede determinar el rumbo de cualquier relación; es una pequeña bola de nieve, deslizándose siniestramente por una pendiente, la que puede provocar la muerte a más de una docena de personas; es un solo secuestro el que puede hacer variar el rumbo de la historia universal; es una sonrisa ligera y acompasada la que puede hacer enamorarnos, etcétera.
En cada uno de esos ejemplos, los valores de entrada (inputs) no guardan una relación proporcional (en el sentido de la lógica convencional) con los valores de salida (outputs). Las condiciones finales de cada uno de esos procesos, sean naturales o no, se alejan del conjunto de leyes que se supone los explican. Su desarrollo se encuentra fuera de los dominios de los conservadurismos cognitivos con que se piensa la realidad; por ello, las condiciones finales desencajan drásticamente de las condiciones iniciales. No hay una correspondencia directa ligada a la lógica tradicional con la que se acostumbra mirar y pensar la realidad.
En consecuencia, las leyes, que se supone explican
diversos fenómenos naturales o sociales, son parte de ese
proceso de mirar ingenuamente, es decir, son el producto de la ceguera
que se genera cuando se deja de mirar el proceso. Como es tan
difícil mirar al ojo que mira, la mayor parte de nosotros
preferimos seguir mirando sin mirar lo que se mira, cuando eso que
mira es el proceso que mira.
Es decir, generalmente miramos sin percatarnos de la maravilla del proceso que libera la mirada. Cuando uno se detiene a mirar el amor o la vida y queda encantado con ello, uno no se da cuenta de que su encantamiento proviene de la maravilla de mirar eso que acostumbradamente no se mira y no del amor o la vida en sí.
La transformación de un valor mínimo en un valor máximo no puede ser traducida a leyes, sólo se da de golpe, tal como se da el salto de la vida a la muerte o del odio al amor. De cara a esto, las leyes parecen no ser más que la caricatura de la contingencia que intentan dar coherencia lógica a las impredecibles formas que adopta la realidad en su devenir.
Las ciencias naturales y sociales han construido múltiples miradas cuya maravilla está depositada en la regularidad que viaja con su forma particular de mirar, y les ha hecho falta poner atención en los caprichosos recovecos en los cuales lo que era despreciable (valores mínimos) se vuelve relevante (valores máximos) gracias a una serie de concatenaciones sucesivas que no responden a la regularidad lógica con la que el observador sigue mirando ingenuamente.
Si no se ha entendido la idea aún, entonces debe comentarse que la regularidad no está en la realidad en la que se encuentra el observador, sino en la mirada que constituye la realidad del observador, conformada por el mirar del observador mismo. De ahí que cualquiera pueda deducir fácilmente que, tanto las ciencias sociales como las naturales, tradicionalmente han sido disciplinas cuyas miradas se han centrado en el estudio de lo científicamente relevante.
Por ello existen procesos, situaciones, circunstancias, etcétera, dignas de atención para los científicos y otras tantas cosas acerca de las cuales no debe indagarse. Lo científicamente relevante se determina por común acuerdo, por una consecuencia lógica de la armonía del mirar, lo mismo gracias al consenso.
El centro de un círculo puede ser visto de 360 maneras diferentes. Fijar cuál es el punto que otorga relevancia a la mirada es producto de la arbitrariedad, de una forma particular de razonar, categorizar, percibir y analizar, el mundo.
ƑPor qué requerimos mirar lo que las miradas iracundas han menospreciado durante muchos años? Pues porque es más interesante entender dos cosas: primera, que todo final es un nuevo comienzo, y segunda, que todo comienzo es un final anunciado.
La historia es el puente que se tiende entre el comienzo y el final de algo, entre un valor máximo y uno mínimo, entre lo relevante y lo irrelevante. Entender lo anterior es entender que nada dura para toda la vida, ni siquiera la presente frase, que no describe la realidad, sino la mirada particular del observador que mira su mirada. cl
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