Tina Modotti
Primero vivió su vida como un descubrimiento, más tarde como un compromiso estoico porque fue muy dura consigo misma, se castigó sin tregua, purgó el haber sido bella, ``femme fatale'' en Hollywood, amante de cinco hombres, modelo de desnudos. Tina Modotti fue contemporánea de D. H. Lawrence, John Dos Passos, José Clemente Orozco, Frida Kahlo y Diego Rivera.
Nacida en Udine en 1896, una ciudad en la que los árboles levantan al cielo sus muñones en la época del invierno, Tina habría de emigrar a Los Angeles primero y a San Francisco después, en 1921. Costurera, actriz, artesana, la atrajo la sensibilidad de ``un muchacho de ojos nublados por los sueños'' que fue el primero en amar a México: ``Robo'' diminutivo para un nombre largo y pomposo: Roubaix de L'Abrie Richey. Entonces conoció la bohemia, el sake, (Japón estaba de moda: de ahí los kimonos negros en que la retrató Edward Weston) y dentro de ese grupo de artistas, otro hombre la enamoró (¿sin que Robo se diera cuenta?) Edward Weston, pequeño y de ojos muy penetrantes, ya para entonces un extraordinario fotógrafo que contaba con la admiración de Robo quien le escribió desde México que había más poesía ``en una solitaria figura embozada que se apoya en la puerta de una pulquería al atardecer, o en una cobriza hija de los aztecas amamantando a su criatura en una iglesia, que la que se podría encontrar en Los Angeles en los próximos diez años... ¿Puedes imaginar una escuela de arte donde todo es gratuito para todos -tanto mexicanos como extranjeros- colegiatura, comida, cuarto, pintura, lienzo, modelos, todo gratis, si uno estudia?''.
Robo murió en México de viruela, Tina y la madre de Robo, Marionne vinieron a sepultarlo y al año siguiente, Tina habría de regresar con Weston y su hijo mayor, Chandler de 13 años para convertirse en, primero la devota discípula de ``Eduardito'', después en la devota colaboradora de ``El Machete'', al lado de Xavier Guerrero y finalmente junto a Julio Antonio Mella asesinado de su brazo en la calle de Abraham González, el 10 de enero de 1929.
Aunque Weston y Tina se habían jurado no convertir a México en una tarjeta postal y no fotografiar volcanes ni magueyes, México es fundamental en la obra de ambos. Sin México, Tina no es la fotógrafa Modotti. Sin México, Tina no vive su amor con Mella. Sin México, Tina, hoy sólo tendría el reconocimiento que los camaradas conceden a una abnegada compañera que ofrenda su vida por la causa. Hubo cientos de mujeres que lucharon contra el fascismo, Tina sólo fue una de ellas. Nunca destacó en las filas del PC . No quiso. Tímida y opaca, discreta y callada, jamás pretendió sobresalir. Al contrario, después de su éxito fulgurante en nuestro país, caminó repegada a la pared para que no la vieran y habló en voz baja. Salvo en México, en que se abrió al sol y sacó a la luz el geiser de su creatividad, en Rusia, en España, y en el México anterior a su muerte, (1939-1942) guardó la reserva de los que no creen en la fama ni quieren estar bajo las candilejas. No pudo ``resolver el problema de la vida perdiéndose a si misma en el problema del arte'' como una vez se lo escribió a Weston. En su fotografía, ni Modotti ni Weston caen en el ``Mexican Curios''. Sin embargo, lo popular es su encanto y la artesanía su admiración. Retratan todos los letreros de nuestras pulquerías, el barro negro de Oaxaca, los caballitos de petate, las pirinolas, los juguetes y las ferias populares que expone ante los atónitos ojos de los mexicanos. ¡¿Así somos de bonitos?''. Los campesinos por primera vez entran a verse a la galería ``Aztec Land'' pero Diego Rivera, Ricardo Gómez Robelo, Gabriel Fernández Ledesma quedan prendados de su desnudez en la azotea. ¡¡Qué real hembra!'' exclama el general Manuel Galván que a partir de ese momento invita a la pareja a todos los paseos imaginables, Tlalpan, Xochimilco y Teotihuacán. Weston no entiende la calentura de los mexicanos por su mujer, cómo es posible que la sigan como una jauría de perros. Desconfía de esos primitivos, México lo enchila y le duele, lo odia y lo ama al mismo tiempo, a diferencia de Tina que jamás se ha sentido tan bien y considera que México es su país, lo más cercano a su infancia y a su pobreza de fabricanta. De ese estado pasional salen sus fotografías. Quiere ser parte del renacimiento mexicano, pintar su cruz, crear su propio símbolo: la guitarra, mazorca y canana, emblemas de la Revolución Mexicana y de Xavier Guerrero, ése indio de la Tarahumara, ese coahuilense de pómulos altos (que primero se enamora y es rechazado por la novelista Katherine Ann Porter) y luego le ofrenda a Tina su hoz y su machete, sus cananas cruzadas y su petate enrollado. A Tina la honra que la consideren parte de este país formidable que recupera su pasado indígena y pinta su historia en murales. Cuando Weston hastiado por el nacionalismo y gastado por los celos decide regresar a California, simplemente escoge a Xavier Guerrero para la gran sorpresa de Diego Rivera quien había apodado al jefe de redacción de ``El Machete'', ``El mono con sueño''.
Ni tan somnoliento. Xavier Guerrero hace que Tina retrate mítines, sombreros galoneados, maizales, madres que amamantan a su cría, manos de trabajadores, lavanderas, niños hambrientos, mujeres borrachas tiradas en la acera frente a la pulquería. De las pacíficas rosas y de los alcatraces, Tina pasa a los mexicanos más pobres. Ya nada hay en ella de la vampiresa de Hollywood, la gitana con un cuchillo atravesado en la boca de sus películas malonas ``The tiger's coat'' y ``I can explain''. Al contrario, Tina se fanatiza. En la redacción de ``El Machete'', se enamora desde el primer momento de Julio Antonio Mella. Cuando Mella es asesinado, después de solo tres meses de vida en común, Tina, vacía de sangre, sabe que su vida tiene que ser otra y se arroja a la causa como al fuego.
El Socorro Rojo Internacional, la ayuda a perseguidos políticos, la guerra civil de España, las arengas de la Pasionaria, la carnicería de las batallas entre franquistas y republicanos unidos a las brigadas internacionales, los bombardeos y la muerte de jóvenes soldados, son eslabones de ese combate final. Tina renuncia a la fotografía, sigue al comandante del Quinto Regimiento, Vittorio Vidali y después de ayudarle al médico canadiense Norman Bethune a hacer transfusiones en las trincheras y presenciar la derrota y el éxodo, regresa a México a morir del corazón.
Aun después de su muerte, los reflectores la persiguen y sacan su intimidad al sol. Así como los periódicos machistas, misóginos, xenofobas y reaccionarios destruyen en 1929 su reputación en cinco días y no la bajan de ``Mata Hari del Comintern'' y ``Veneciana depravada'', así también sus compañeros aterrados al borde de su tumba de quinta clase en el Panteón de Dolores no logran paliar el escándalo. El poema de Neruda no basta para hacerle justicia aunque tal vez su corazón bajo tierra aun oye crecer la rosa. La leyenda de Tina Modotti es uno de los ejemplos más estrujantes de la tragedia moral y política que significó para las izquierdas mundiales el pacto de no-agresión entre Hitler y Stalin el 24 de agosto de 1939 que los comunistas vivieron como un acto de alta traición.