La Jornada Semanal, 24 de octubre de 1999
Con usura no hay hombre que tenga casa de buena piedra
cada bloque
pulido y bien ajustado
para que los diseños puedan cubrir su
cara
con usura
no hay hombre que tenga un paraíso pintado en los
muros de su iglesia
harpes et luthes
o donde una virgen
reciba su mensaje
y un halo se proyecte desde la incisión,
con
usura
ningún hombre contempla a Gonzaga con sus herederos y sus
concubinas
ninguna pintura es hecha para durar y para vivir con
ella
sino para venderla y venderla pronto
con usura, pecado
contra naturaleza
es tu pan cada vez más de trapos rancios
seco
es tu pan como papel,
sin trigo de la montaña ni harina
fresca
con usura la línea se hace gruesa
con usura no hay
límites precisos
y el hombre no halla un lugar para vivir.
El
tallador de piedra es alejado de su piedra
se aleja al tejedor de
su telar
con usura
el mercado no tiene lana
y las ovejas no
deparan beneficios con usura.
La usura es una plaga, la
usura
mella la aguja en manos de la doncella
y trunca el arte de
la hilandera. Pietro Lombardo
no vino por la usura
Duccio
tampoco
ni Piero della Francesca; Zuan Bellin' no vino por
usura
ni fue pintada `La Calunnia'.
No surgió por usura
Angélico; tampoco Ambrogio Praedis,
No se erigió ninguna iglesia
con la firma: Adamo me fecit.
No por usura St. Trophim
No
por usura Saint Hilaire,
La usura oxida el cincel
Oxida el
artífice y el arte
Corroe los hilos del telar
Nadie aprende a
tejer el oro en la trama;
El azur tiene cáncer por la usura y el
carmesí se queda sin bordar,
No encuentra la esmeralda ningún
Memling
La usura mata al niño en el vientre materno
impide la
galantería del muchacho
y hace que la parálisis se tienda
entre
la joven desposada y el esposo
Han traído putas a Eleusis Cadáveres sentados a la mesa del banquete por decreto de la usura.
Este poema -cuya fuerza
extraordinaria lo convierte en una de las cimas indiscutibles de los
célebres Cantos de Ezra Pound y para cuya traducción he seguido
en principio las pautas marcadas por las versiones de Salvador
Elizondo y Jaime García Terrés-, sirve como portal de este ensayo que
busca poner en la mira el tema del dinero, la usura, y las relaciones
entre el dinero, la usura y el arte, a través del ejemplo de dos
artistas paradigmáticos del siglo XX.
En una nota que aparece al pie del Canto XLV en la monumental traducción de José Vázquez Amaral se nos dice que la usura es ``el gravamen por el uso de poder adquisitivo, impuesto sin relación a la producción, a veces sin relación a las posibilidades de la producción. De ahí la quiebra del banco de los Medici''. En otras palabras, y para entendernos sin penetrar en los entresijos de las más abstrusas teorías económicas, esto quiere decir que la usura es el dinero que no se gana trabajando, sino que se gana por el solo hecho de tener dinero: con el dinero. Como si el dinero fuera un organismo vivo capaz -por sí solo- de producir algo. ¿Y qué es ese algo que puede producir el dinero? Más dinero.
Esto que parece tan sencillo no lo es tanto si consideramos, por una parte, que a estas alturas de la historia estamos demasiado acostumbrados ya a la idea de que el dinero no sólo puede, sino que debe producir dinero; por otra parte, hemos perdido de vista hace mucho tiempo qué significa el dinero y cómo es que en nuestras vidas tantas cosas se rigen por su presencia o por su ausencia.
Esta primera estrofa de la famosa letrilla satírica de don Francisco de Quevedo, conocida por el estribillo que le da nombre, Poderoso caballero es don Dinero, pone de relieve lo que acabo de decir: para fines del siglo XVI era ya uso y costumbre popular el considerar al dinero como un ser vivo; más aún -como lo muestra satíricamente el poema de Quevedo- como una persona. Sin embargo, es importante hacer notar que el poema también nos muestra otro atributo que por esas épocas todavía tenía el dinero: su valor estaba íntimamente asociado al valor que le damos a un metal fabuloso: el oro. Es por ello que en la segunda estrofa de su poema Quevedo habla del oro americano y desemboca en uno de sus rasgos más asombrosos -rasgo que lo convierte en todo un demiurgo- y que un par de siglos después subrayaría Karl Marx: el dinero vuelve al que lo posee otro.
Así pues, el oro que nace honrado en América -tanto por ser el fruto de un esfuerzo y un trabajo honrado (según Quevedo) cuanto por ser honrado y venerado por los que de él se aprovechan- va a morir en España, ``y es en Génova enterrado''. Por cierto que allí, muy cerca de Génova, en Rapallo, fue donde Pound se instaló en 1924 y donde bebió hasta las heces el vino amargo del exilio. Sólo el confinamiento que le salvó de ser ejecutado por alta traición a la patria y al que fue sometido en el hospital de St. Elizabeth, en Washington, habría de interrumpir por algunos años -de 1945 a 1958- este exilio.
La amargura derivada de una serie de equivocaciones, así como sus respectivos punti luminosi -como el mismo Pound llamaba a los raros destellos de lucidez que puede tener un hombre- fueron la ardua cosecha de una vida legendaria, constelada de aciertos y plagada de errores. El mayor de estos errores, sin duda, fue provocado por su lamentable falta de perspectiva al pensar que el dictador italiano Benito Mussolini era el hombre indicado para poner en práctica sus ideas económicas. La aseveración de Mussolini de que ``la poesía es necesaria para el Estado'', se había ganado la admiración de Pound. Durante una breve visita que el poeta hizo al líder fascista en 1933, no sólo le obsequió una copia de A draft of XXX Cantos; también le propuso su programa de reformas monetarias.
Pero antes de continuar hablando de sus ideas económicas, me parece que es de elemental justicia con Pound hacer lo que en uno de sus textos básicos sobre economía, ¿Para qué sirve el dinero?, pide que hagamos sus lectores: ``Nunca veremos el fin de las disputas ni gozaremos de una administración sana y estable si no tenemos muy claro qué es el dinero.'' Y aquí entramos de lleno en la concepción que Pound (que por cierto quiere decir ``libra'') tenía del dinero, la usura y el sistema bancario, así como sus propuestas -sencillas y elegantes o ingenuas y descabelladas, según se las quiera ver- para poner un remedio al desorden, a la deshumanización y la pobreza imperantes. ``Podríamos irnos -dice Pound- si ustedes quieren, tan atrás como el año 840 de nuestra Era en que se imprimieron en China los primeros billetes o documentos de papel moneda; pero me gustaría que nos concentráramos en los confines del mundo occidental.''
Siguiendo su consejo,
digamos, por principio de cuentas, que para Ezra Pound el dinero fue
siempre -o, mejor aún, debiera ser siempre- una medida del
trabajo que realiza un ser humano. ``Seamos claros -nos dice Pound-,
el dinero es un reclamo medido''; de donde viene la idea básica de que
el dinero es un título que le permite al trabajador reclamar una
compensación justa por su esfuerzo. Para facilitar la comprensión de
sus ideas, a Pound le gustaba utilizar un símil: ``El dinero es un
boleto general de entrada, lo cual lo hace diferente de los boletos
para ir al teatro o viajar en tren.'' Y si esta visión del dinero
puede resultar demasiado pueril, Pound la matiza agregando: ``Cuando
Aristóteles llama al dinero `garantía de futuros intercambios' sólo
nos quiere dar a entender que el boleto no tiene fecha de caducidad:
lo podemos hacer válido cuando queramos.''
De esta imagen del dinero como un boleto que se puede canjear por comida, bienes o servicios, Pound extrae también un símil que le va a permitir explicar lo que él entiende por inflación: vender más boletos para una función de teatro que el número total de asientos disponibles. En otras palabras: no se vale vender dos boletos para el mismo asiento y la misma función, o vender boletos para una función a la que no se puede asistir. Y como el Estado es el encargado de vigilar que esto no suceda, Pound hace recaer sobre el Estado toda la responsabilidad de una administración mala o corrupta. No hay aquí atenuantes: ``El fin de un sistema económico decente y sano consiste en fijar las variables de tal forma que la gente pueda comer, vestir y tener vivienda dentro del límite de los bienes existentes.''
Luego repite -como él mismo dice- ``por enésima vez'' que el camino más corto para lograr las mejores condiciones es mediante la siguiente fórmula: un poco de trabajo para todos, y certificados del trabajo realizado en justas proporciones. ``El mejor sistema de gobierno, económicamente hablando -dice Ezra Pound-, es aquel que mejor balancee estos elementos, sea una república, un soviet o una dictadura.'' Para desgracia suya -y, de paso, de todos los lectores que admiramos su poesía- el autor de los Cantos se decidió por la última posibilidad: ``La usura es el cáncer del mundo (recordemos aquí los versos del Canto XLV. ``El azur tiene cáncer por la usura y el carmesí se queda sin bordar,/ No encuentra la esmeralda ningún Memling...'' etcétera) y sólo el bisturí del fascismo podrá erradicarlo de la vida de las naciones.'' El subrayado es mío, y creo que a la luz de la historia y del desenlace trágico de la segunda guerra mundial, así como del de la propia vida de Pound, no requiere de más comentarios.
Sin embargo, hay que decir en descargo del viejo Pound que, al final de su vida, se retractó de muchas de sus ideas directrices -al menos en lo que toca a la economía- y que justo en esa medida en el prefacio del volumen que recoge su Prosa selecta, 1909-1965, dejó dicho: ``Algo más sobre la usura: estaba yo fuera de foco, tomando un síntoma por una causa. La causa es la avaricia.''
No otra cosa había visto Marx cuando al analizar el modo en que funcionan las distintas sociedades notaba que el hombre, al producir en exceso, más de lo que sus propias necesidades exigían, intentaba lograr mediante el intercambio del excedente la mayor suma posible de bienes producidos por los demás. Así pues, ya desde los tiempos en que el intercambio directo era ``la moneda en curso'', el hombre ya buscaba sojuzgar a otros seres humanos a través del trueque de sus productos. Conforme las sociedades se fueron haciendo más grandes y complejas surgió la necesidad de encontrar una medida común que regularaÊestos canjes. La introducción del dinero en este esquema fue el paso definitivo que permitió conservar indefinidamente la fuerza productiva conquistada a los demás.
``Todo lo que el economista te quita en vida y en humanidad te lo restituye en dinero y riqueza -nos dice el joven Marx- y todo lo que no puedes lo puede tu dinero.'' Y como si parafraseara la sátira de Quevedo, agrega: ``El dinero puede comer y beber, ir al teatro y al baile; conoce el arte, la sabiduría, las rarezas históricas, el poder político; puede viajar; puede hacerte dueño de todo esto... pero siendo todo esto, el dinero no puede más que crearse a sí mismo, comprarse a sí mismo, pues todo lo demás es siervo suyo... Todas las pasiones y toda actividad deben, pues, disolverse en la avaricia.''
Es curioso que Marx
distingue, al igual que Pound, la avaricia como causa y la usura como
efecto: ``Cuanto menos comas -afirma el filósofo alemán- y bebas,
cuanto menos licores compres, cuanto menos vayas al teatro, al baile,
a la taberna, cuanto menos pienses, ames, teorices, cantes,
pintes... tanto mayor se hace tu tesoro... tu capital.''
Queda claro por qué dice Pound en su poema: ``La usura es una plaga... Pietro Lombardo no vino por la usura/ Duccio tampoco...'' Y por si cupiera duda: ``La usura oxida el cincel/ Oxida al artífice y el arte...''. En pocas palabras: el arte no nace de la elemental necesidad de satisfacer nuestros impulsos vitales primarios; el arte nace de otro tipo de necesidad: aquella que Kandinsky llamó ``interior''. Mientras que el animal -nos dice Marx- ``produce únicamente lo que necesita... el hombre sabe producir según la medida de todas las especies y sabe también imponer al objeto la medida que le es inherente; por eso el hombre crea también según las leyes de la belleza.'' Pero la avaricia conspira contra la necesidad interior y la belleza.
Esa necesidad interior, esa gana de crear belleza frente a las maquinaciones de la avaricia, es lo que llevó a Goethe en Fausto a constatar el diabólico poder de transformación del dinero:
Pero estos poderes infernales conllevan un precio: nadie se transforma vicariamente en otro sin pagar la cuota de sufrimiento. Tal como lo muestra la inmortal obra de Goethe, el pacto que propone la avaricia hay que firmarlo con sangre. En un tono muy distinto, pero con la misma idea en mente, Roger Garaudy afirma en sus Lecciones de filosofía marxista: ``El dinero es el poder enajenado del hombre... acaparado por algunos y convertido para todos los trabajadores en una fuerza ajena, hostil y aplastante.''
Pero mejor dejemos hablar de nuevo a un gran poeta -nada menos que a Shakespeare- por boca de Timón, en su Timón de Atenas, de esta fuerza ajena, hostil y aplastante, y de los malignos poderes de metamorfosis del dinero y su reclamo de sangre:
¿Y quién mejor
calificado para ultrajar ``según su naturaleza'' al dinero que el
pintor Andy Warhol? En las antípodas del severo Ezra Pound, el padre
del pop art propuso, con una actitud irresponsable, desafanada
e inteligente, más que un arte al margen del dinero o un arte
financiado con el dinero de algún mecenazgo, un arte del dinero, y
hasta habló del dinero como un arte en sí mismo: ``he llegado a
la conclusión de que los negocios son la mejor forma de arte que
hay''.
No cabe duda de que se trata de una afirmación temeraria que, entre los artistas, sólo un pintor o un escultor -un artista plástico, pues- habrían podido hacer. En todo caso, un cineasta de éxito. Artistas que sí ganan dinero vendiendo los productos de su trabajo. Por contraste, ¿cuándo habría podido hacer semejante afirmación un poeta?
Warhol llegó a desembocar en un arte donde el proceso para hacer sus obras quedó en manos de sus empleados y ayudantes hasta el punto de no tocar ya ninguno de sus trabajos personalmente, salvo para firmarlos. Más tarde, en un afán por llevar sus ideas hasta sus últimas consecuencias, optó por ni siquiera estampar personalmente su firma en sus cuadros. En su libro La filosofía de Andy Warhol, el pintor cándidamente platica:
Lo curioso es que, con un modo de pensar tan a contracorriente y, en muchos sentidos, tan reaccionario, Andy Warhol desembocó en una postura vital tolerante, que lo mismo le hizo apoyar a una serie de artistas marginales -como Keith Haring y Jean-Michel Basquiat- que apadrinar a uno de los grupos de rock más influyentes y más inteligentes que hasta la fecha han existido: Velvet Underground.
El contrapunto que nos ofrece Ezra Pound no puede ser más dramático: a partir de una serie de críticas acerbas contra su país, su sistema económico y el orden político mundial, desembocó en una equivocación garrafal que habría de costarle demasiado cara, y cuya secuela inevitable -el ser considerado un navegante desorientado que acabó por hallar sostén y guarida bajo las banderas del fascismo y del antisemitismo- no dejaría de perseguirlo toda su vida.
Así pues, tenemos por un lado al pintor Andy Warhol que dice: ``Dinero. Pero dinero en efectivo. No puedo estar contento si no tengo billetes a la mano. Y en el momento en que lo tengo, me es urgente gastarlo. Y sólo compro estupideces.'' Y por el otro lado, al poeta Ezra Pound que sostiene con aristocrática convicción: ``Sin embargo, el honor de una nación no se debe a sus adquisiciones, sino a sus donacionesÉ a menudo el hombre rico, el millonario, puede ser muy útil para patrocinar y acelerar un renacimiento. Su función, como la de todo aristócrata, es la de morir y dejar regalos. Su orden dejará la tierra -pues todas las cosas dejan este mundo-, excepto las obras maestras del pensamiento y el arte.''
Y frente a esta fe, que bien podríamos calificar de ``clásica'' en los valores de la cultura, el arte y el pensamiento, se yergue la poco menos que bárbara actitud de Warhol que, en el colmo del cinismo, la provocación y un increíble sentido del humor, confiesa: ``Me gusta el dinero en la pared. Digamos, por dar un ejemplo, que fueras a gastar $200,000 dólares en pinturas. Yo pienso que en verdad sería mucho mejor coser el dinero y pegarlo directamente en la pared. Así al menos cuando alguien te visitara lo primero que vería sería el dinero expuesto en la pared.''
Y qué tal esta otra: ``Yo no creo que todo el mundo debiera tener dinero. El dinero no debe ser para todos, porque si no, ¿cómo vamos a saber quién es importante? ¡Qué aburrido! ¿Y cómo íbamos a poder chismear? ¿Cómo menospreciar a alguien? Además se perdería por completo ese sentimiento maravilloso de ver a la gente pidiendo dinero prestadoÉ'' Mientras que Pound reconoce: ``El gran error ha sido la pecuniolatría: hacer del dinero un dios.''
Claro que la actitud de
Warhol no carecede ilustres o infames antecedentes. Baste pensar, por
citar un solo ejemplo notorio, en el artista paranoico crítico por
excelencia, Salvador Dalí, que en su Diario de un genio, justo
después del pasaje que relata su definitivo rompimiento con la cabeza
del surrealismo, André Breton, nos regala (cosa que, desde luego, no
hacía con gran frecuencia) esta anécdota: ``Meticulosamente Breton
compuso un anagrama vengativo con este nombre admirable que es el
mío. Lo transformó en `Avida Dollars'. No era probablemente un
hallazgo de gran poeta, sin embargo debo reconocer en mi biografía que
se ajustaba bastante bien a mis ambiciones inmediatas de entonces.'' Y
luego de un interludio dondeÊDalí sentencia que ``el modo más simple
de negar cualquier concesión al oro es tenerlo'', retoma la historia
de las metamorfosis de su nombre provocadas por Breton, y, lejos de
sentirse agraviado, agrega: ``El anagrama `Avida Dollars' constituyó
un talismán para mí. Rindió generosa, dulce y monótonamente un
manantial de dólares. Cualquier día revelaré toda la verdad acerca de
la forma de acumular este bendito desarreglo de Danae. Constituirá un
capítulo de un nuevo libro, muy probablemente mi obra maestra: La
vida de Salvador Dalí considerada como obra de arte.''
Es fácil imaginar que el capítulo al que hace referencia el pintor catalán bien podría haberse titulado El enriquecimiento de Salvador Dalí considerado como obra de arte. Pero más allá del evidente parentesco de Warhol y Dalí -al menos en este aspecto que resulta esencial para ambos- me interesa destacar la ecuación que Dalí establece entre dos términos que, desde siempre, han estado asociados simbólicamente: el oro y la mierda. Y es que, cuando Dalí habla de la lluvia de oro de Danae como ``un bendito desarreglo'' (de los intestinos), no está haciendo otra cosa que corroborar lo que los diccionarios de símbolos -como el de Cirlot, por ejemplo- han dicho siempre acerca del oro excrementicio:
Una cadena de oro, dinero, billetes, usura, valor de cambio, trabajo, transmutaciones, transformaciones, inflación, corrupción, prostitución y excrementoÉ y entre todos estos eslabones brillantes las palabras de Pound, Quevedo, Marx, Aristóteles, Goethe, Garaudy, Shakespeare, Dalí, Breton, Cirlot, Nietzsche y Warhol haciéndonos ver en la oscuridad de la historia las dos caras de una misma moneda.
Y mientras que Andy Warhol confiesa: ``Me chocan los domingos porque no hay nada que hacer y las únicas tiendas que están abiertas son las que venden plantas y las librerías'', Ezra Pound nos garantiza: ``Díganle a cualquier hombre que puede vivir mejor con un poco menos de dinero a la semana a cambio de disfrutar de un poco más de tiempo libreÉ y verán qué poco les creeÉ''
Pound abogó toda su vida por el arte de tallar bien la piedra, de bien hilar el oro, de cuidar de un rebaño de ovejas como es debido y sacar de ello los beneficios apropiados. Y allí donde el poeta de Idaho clamó por el arte de hacer bien, de hacer con arte lo que tiene que ser hecho (incluido, por supuesto, el imprimir billetes, acuñar monedas y administrar la banca: en pocas palabras, el arte de hacer dinero), Warhol, utilizando exactamente la misma expresión pero dándole un sentido no sólo distinto sino aun opuesto, clamó por el arte de hacer fortuna y dilapidarla: el absurdo arte de hacer dinero. El contraste entre el pintor y el poeta no puede ser más acusado.
Dos artistas norteamericanos que resultan claves para tratar de entender el siglo XX. El primero, un poeta, un tradicionalista y un vanguardista a la vez que, desde sus vastos y sólidos conocimientos de la tradición, consiguió innovar el arte de la poesía; el segundo, un pintor, un artista comercial y al final de sus días un artista de los negocios, para quien la tradición pareció no importar gran cosa y que, desde su desenfadada perspectiva, consiguió innovar también los dominios de su arte.
Dos caras de una misma moneda -el día y la noche- encarnadas en dos artistas obsesionados, cada uno a su manera, por el arte, el dinero, el dinero y el arte, y el arte de hacer dinero.