Ojarasca, octubre 1999


umbral

El verdadero diluvio es cuando nos salen burbujas de la boca
y nosotros creemos que son palabras
Miroslav Holub

Estos tiempos de fronteras visibles e invisibles enfrentadas y cruzadas, de agitación y reacomodo local y globalmente intenso, son muy dolorosos. Actualmente, de manera inusual aún para los parámetros del siglo más violento de la historia, el mundo está lleno de heridas que sangran, duelen y matan.

Un gobierno mundial se ha ido adueñando de las estructuras económicas, políticas y militares de los países. Se abre un nuevo, más refinado y cruel ciclo de dominación imperialista, previsto de mil maneras en las novelas de ciencia ficción. Las metrópolis de Europa occidental, América del Norte y Japón viven un bienestar alucinante que se enmascara tras la violencia y la fabricación en serie de ilusiones y promesas mientras abusan de los pueblos del mundo. Para beneplácito del gobierno mundial, que ha hecho de nuestro gobierno mero peón de un proyecto planetario donde soberanía, igualdad y tolerancia son lo de menos, los pueblos viven guerras al sur y al oriente de un centro, que las administra.

pag 2 La desaparición de millones de personas en África parece calculada e incluso programada. En todas partes cunden guerras étnicas increíbles, que quién hubiera dicho. Con la bendición de la ONU, las guerras civiles y fronterizas se fabrican en serie.

Y México está en la agenda. Los gobernantes mexicanos han aceptado jugar este rol prescrito, en vez de enfrentar la reconciliación con los mexicanos agraviados y despojados, quienes se han puesto en marcha para transformar al país anteponiendo las demandas de democracia, justicia, tolerancia, dignidad. Aquí no han cundido las calenturas xenofóbicas y separatistas que tan bien funcionan en otros territorios estratégicos del mapa.

Pero la receta imperialista dice: guerra administrada, y momentos de negociación sólo como pausas para el proyecto de destrucción. Las tierras arrasables se pueden llamar Chiapas, Chechenia, Colombia o Ruanda. Y entre mayor racismo exista, mejores resultados. La constante en el mundo es que los gobiernos firmen acuerdos sabiendo que no van a cumplirlos. Un ejemplo entre muchos: los acuerdos de paz que Inglaterra firmó hace 15 años con Irlanda del Norte siguen sólo en el papel.

En México no obstante, los pueblos inconformes, indígenas de muchos modos, de Sonora a Yucatán, de costa a costa, del campo a las ciudades y viceversa, no han perdido algo esencial: el amor a la vida.

El despertar de los indígenas mexicanos tiene algo más que dolor y rencor. Por eso conmueve y entusiasma aquí y en otras partes de la Tierra. Ellos no expresan una desesperación, sostienen una propuesta de futuro, y cargan su pasado no como un inválido que cojea y suplica, sino como el ágil que pega un salto y atrae consigo a todo un país, y sin soltar la carga, lo hace gravitar.

Hoy, en México, los pueblos cargan con la responsabilidad de la paz, y no el gobierno. Gracias a esto no nos hemos llenado de muerte y de mierda. Que si por el poder fuera, hace rato que la militarización se hubiese desbordado en Chiapas, Veracruz, Guerrero, Oaxaca y otras entidades federativas, donde miles de comunidades viven bajo estado de sitio. Además hay una sociedad civil nueva, honesta y comprometida con la paz, y con la nación entendida como una espacio para todos.

Desde el rincón centro europeo donde hacen esquina los Balcanes en llamas, la Austria en franca descomposición moral y la Italia oriental, donde en pocos kilómetros se pierde la certidumbre de estar en una patria determinada y no en varias otras, donde la pertenencía étnica es un arma letal; desde un rincón que en la presente década ha dolido mucho a la humanidad, Claudio Magris dice: "hombres y pueblos son trigo para la historia que los muele, en el primer momento hace daño y por el suelo quedan manchas de sangre, luego se secan y el pan que resulta es bueno".

Con este modesto optimismo, cabe esperar que baste con las manchas de sangre que hasta ahora van y México se encuentre en condiciones de aprovechar el buen grano (aquí sería maíz, para adaptar la metáfora de Magris). Queda poco tiempo. El Estado se ha vuelto incoloro y brutal; los hilos que lo manejan desde las metrópolis tienen para nuestro país designios terribles, y títeres obedientes dispuestos a cumplirlos.

Pero si medio milenio de derrota no derrotó a los pueblos originarios Ƒpor qué los mexicanos habríamos de darnos por vencidos?

La experiencia contemporánea confirma que lo que desborda las guerras civiles en el mundo es el miedo. Los indígenas mexicanos, en cambio, si algo han perdido es el miedo. Ha de ser por eso que no son ellos quienes disparan en la guerra en curso, la que se supone que no existe.


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