Ojarasca, octubre 1999


Portazo a la nación

José del Val

Los últimos diez años, constituyen el periodo que será reconocido como los años en que los pueblos indios le dieron el portazo definitivo a la nación.

Las consecuencias de esta irrupción de los pueblos indios en la disputa por la nación, son todavía hoy difíciles de comprender y sopesar.

Hoy mismo son muchas todavía las confusiones, miedos, reticencias y obstáculos que una parte de nuestra sociedad, comandada por el gobierno en turno, opone a la plena participación de los pueblos indios en igualdad de condiciones que el resto de los mexicanos.

Probablemente, no existe una mejor medida para evaluar la democratización real de la sociedad y cultura mexicana, que la que resulta de observar los espacios e instrumentos jurídico institucionales de participación política, económica, social y cultural, que han conquistado los pueblos indios para incidir en las tareas de reconstrucción nacional.

pag 8 Una somera evaluación con este parámetro nos mostraría que a pesar de que muchos grupos de interés, sectores sociales y medios de comunicación, cantan ya victoria y creen que vivimos en una sociedad democrática, lejos estamos todavía siquiera de sumergirnos en un medio ambiente democrático con todas sus consecuencias.

Si de por sí son extremadamente complejas las tareas de adecuación y transformación de una nación cualquiera en este mundo contemporáneo --barrido constantemente por los huracanes de la globalización financiera, rotas sus amarras soberanas por el trasvase total y definitivo de los mercados y bajo el bombardeo constante de las tormentas eléctricas de la información-- lo son mucho más complicadas en naciones que, como la nuestra, arrastran profundas heridas sociales y culturales, herencia y saldo de nuestro pasado colonial y que a pesar de dos siglos de vida independiente hemos sido incapaces de cicatrizar.

Es tal vez ésta, una de tantas paradojas que encierra nuestra época: los pueblos indios irrumpen finalmente en la nación en el momento mismo en que muchos se preguntan si existen todavía las naciones y otros declaran solemnemente que ha caducado la idea misma de nación.

Lo que es un hecho incontestable es que la irrupción contemporánea de los pueblos indios, sus planteamientos y demandas, rebasan ampliamente las explicaciones y acomodos conceptuales y sociales con los que tradicionalmente se había creído comprender y hasta explicar su singularidad y presencia.

Irrumpen en este fin de siglo con una extraordinaria potencia como productores de sentido; sus palabras, subidas en los velocísimos corceles del internet, se desplazan por todo el planeta y son asumidas y resignificadas por hombres y mujeres de todos los países y culturas del mundo.

Sea cual sea la forma en que se leen sus palabras y se les integra en la concepción propia, una constante emana unívocamente de sus mensajes; la reivindicación intransigente de la dignidad humana como valor fundamental, la comprobación definitiva de que más allá de las diferencias entre los hombres, sean éstas, de cultura, de lengua, de religión, o de ideología, el fenómeno humano ha sido, es y será posible sólo en la diversidad.

El corolario es simple y a la vez complejo: debemos todos abandonar la inútil y tonta lucha contra las diversidades y abocarnos a refundar las relaciones humanas, en respeto al ejercicio de la diferencia. Esto que ayer era una verdad a regañadientes aceptada, hoy es una verdad imprescindible, una verdad de sobreviviencia.

ƑEs esto del todo cierto, cómo comprenderlo, qué significa?

ƑHabrán llegado tarde a la historia los pueblos indios?, Ƒsu irrupción en el momento mismo de la globalización es una mera e incómoda coincidencia?, Ƒsu explosiva presencia y su palabra, no son más que el recordatorio apremiante de viejas deudas, o encierran otro sentido y significado?

ƑSon los pueblos indios acaso los portadores de una advertencia y un mensaje a la humanidad toda sobre los riesgos en que se encuentra el planeta y las posibilidades de continuidad del fenómeno humano?

ƑLo que escuchamos de los pueblos indios, es lo que ellos dicen, o creemos que ellos dicen lo que queremos escuchar?

De pronto los más pobres de los pobres, los marginales, los excluidos, los ausentes, los distantes, los monolingües, inaudibles, los sin voz, irrumpen y ocupan sin más el núcleo del debate político, el centro de las reflexiones sobre el futuro posible de nuestra sociedad.

Hoy todavía muchos no lo creen, otros muchos no lo aceptan y otros ni siquiera se han dado cuenta.

Ellos, los pueblos indios, que la antropología había clasificado, descrito, traducido y encasillado como vestigios de otras épocas, como "contemporáneos primitivos", aparecen de pronto y son otros.

Son los mismos, pero empiezan a ser otros; la red de conceptos con los que habíamos creído comprenderlos, el lugar que les habíamos asignado en nuestras sociedades, el catálogo de sus formas de ser y estar en el mundo, se desploman en el suelo como viejos ropajes ajenos.

Con esas viejas túnicas, tejidas por nosotros como explicaciones de ellos, cae ruidosamente también la supuesta comprensión que de ellos teníamos.

Esa vieja sobrepiel que les habíamos puesto y que ellos habían aceptado como incómodo ropaje para estar en sociedad, para ellos también es ajena. Ellos mismos empiezan a explicarse y autocomprenderse de otra manera.

Una confusión compartida se rasga por ambos lados, lo que considerábamos la diferencia, resulta que no lo es, o es intrascendente.

La diferencia, el sentido y significado mismo de su radical otredad está en otra parte; esa real diferencia apenas empezada a construir-comprender, nos obliga a asumir y dar cuenta de la nuestra.

Los pueblos indios son diferentes, pero no en lo que habíamos supuesto, con generosa ironía nos explican que mucho de lo que se señalaba como diferencia no es más que el resultado de las urgencias.

La cárcel de la pobreza los obligaba a vivir y producir, sin más recursos que el ingenio, la alegría de vivir y de lo que encuentran en el desván de la naturaleza: ellos han sido así, pero no son sólo eso.

Ellos como nosotros, pertenecen a la órbita occidental, aunque la pobreza lo oculta, ellos son también mexicanos, pero ellos tienen además otras capas de identidad densa, necesaria e imprescindible, que son las únicas que nebulosamente percibimos en ellos.

Nuestro cómodo balcón de la diferencia se derrumba y de pronto caemos y nos encontramos con los pueblos indios en la arena y ahí Ƒqué somos nosotros?

Más allá de occidentales y mexicanos Ƒqué más somos? Ƒqué otra cosa podríamos ser?

Responder nosotros, los "no indios", a esta novedosa y radical pregunta aparece como condición necesaria para establecer un diálogo entre iguales, es empezar a construir la igualdad entre diferentes.

En el nivel identitario en que los pueblos indios son diversos, nosotros vivimos un vacío, un vacío que tal vez no está vacío, pero del que nadie nos había dado cuenta de su existencia.

Al empezar a balbucear esta respuesta nos daremos cuenta que las mismas conquistas en el discurso son insuficientes, no hemos logrado reconocer del todo la categoría de pueblos indios y ya nos es totalmente insuficiente.

ƑA quién nos referimos con pueblo indio? ƑQué hay detrás de esa etiqueta? Traspasar este muro de sombras y falsas igualdades es imposible si no asumimos nosotros mismos un contorno cultural y existencial equivalente.

Con qué infantil soberbia creemos avanzar por el buen camino y nos enorgullecemos de promover la aceptación de los derechos culturales de los pueblos indios, sin tener la menor idea de lo que esos derechos pueden significar.

ƑCreemos todavía que podemos hablar de los derechos de los pueblos indios como si fueran derechos especiales para seres humanos especiales? Estamos convencidos que esos "derechos culturales" nada tienen que ver con nosotros, que es un asunto que atañe a los indios y nosotros generosamente apoyamos sus particulares necesidades.

Ingenuamente pensamos todavía que la diferencia radica de manera exclusiva en un grupo de seres humanos, los pueblos indios, como si lo diferente existiera por sí mismo, sin relación o comparación con otra diferencia equivalente.

pag 9 ƑTenemos miedo a asumir nuestra propia diferencia, o la damos por perdida, o ya suponemos que es tarde para tenerla?

El mundo entero, los organismos internacionales, la ONU, la OIT, la UNESCO, la OEA, los Estados nacionales, los intelectuales, han desarrollado durante esta década ingentes esfuerzos por dar cabida conceptual al significado de esta "anomalía histórica" que los pueblos indios incorporan a la modernidad global.

Las burocracias mundiales y nacionales, pletóricas de culpa, buscan remendar en el viejo ropaje a los pueblos indios, cubrir sus desnudeces que exhiben las nuestras, transformando apresuradamente las viejas explicaciones antropológicas, con el ignorante y oportuno concurso de los abogados, en largos y farragosos catálogos de ambiguas declaraciones, convenios y "legislaciones especiales" que quisieran encerrar "la diferencia" de los pueblos indios,como una enfermedad incurable, asignándole territorios exclusivos y excluyentes para su ejercicio, en los que se establezca una cuarentena perpetua a los usos y costumbres de la diversidad.

En esta década, hemos visto a los pueblos indios saltar y derrumbar las cercas que las naciones les habían puesto, como especies en extinción, en aras de la unidad y homogeneidad nacional.

Hoy el Estado nacional, en franca desbandada, no ha podido detenerlos, y a regañadientes se ha dado a la tarea de regularizar sus asentamientos irregulares como primer paso, para después, poco a poco, ir dotándolos de servicios.

La buena fe de muchos, como siempre, hace sus estragos. Decenas de intelectuales, convertidos en masa por aquel milagro de enero y henchidos de sincera solidaridad, entregan sus mejores ideas y conceptos a la causa de los pueblos indios, traducen, sin conocer la lengua, su vida cotidiana en inflamados párrafos destinados a preñar Constituciones.

Con cinismo no exento de ternura, todas las naciones de nuestro continente se han declarado pomposamente pluriétnicas y multiculturales, sin realmente comprender el significado que encierran esos conceptos y sin la comprobada menor intención de dar los pasos necesarios para asumir sus consecuencias.

Aprovechándose de la inmadurez natural de los movimientos indios, intentan hoy detener el desarrollo de complejos procesos, tratando de intercambiar los "derechos culturales", cristales y espejitos de este fin de siglo, por el oro, la plata y el jade que encierran sus reclamos. No en balde alguna de sus formulaciones señala: "para todos todo, para nosotros nada".

Creen estos burócratas generosos y sus interlocutores contestatarios que así volverán los pueblos indios a sus cercas, con títulos de propiedad en la mano, con sueldo para sus autoridades, con clavos para reforzarlas y algún presupuesto para sus ceremonias.

Y pondrán en las descarapeladas paredes del recinto de poder en el pueblo cabecera junto al calendario con el cura Hidalgo y el afiche de la Virgen de Guadalupe, el decreto que los reconoce autónomos y les da legal permiso a vivir como lo han hecho siempre.

Un hecho indiscutible, que o no se percibe o se calla, se encuentra en el origen de estas "confusiones": el inmenso espacio que los pueblos indios han ido ocupado en los medios de comunicación, por razón de sus movimientos y luchas, por la celebración del Quinto Centenario, por el Premio Nobel otorgado a Rigoberta Menchú, por la Década Mundial declarada por la ONU, por las discusiones en muchos foros sobre convenios internacionales y declaraciones, y por la rebelión zapatista de manera sorprendente, se caracteriza por la notoria ausencia de voces indias.

Esta anomalía, produce el efecto perverso de que pareciera que sabemos más hoy de los indios que hace una década, probablemente mucha más gente ha leído sobre los indios y la "cuestión indígena" es un tema común en cualquier medio y discusión. En esta última década se han incrementado notablemente las investigaciones y su secuela académica de congresos, simposia, mesas redondas y conferencias, sin embargo, la anomalía persiste: los sin voz siguen sin ser escuchados.

Han pasado diez años desde que un grupo periodistas mexicanos, tomó en sus manos la revista México Indígena, en ese entonces, 1989, órgano oficial del Instituto Nacional Indigenista, hasta convertirla en la Ojarasca de hoy, suplemento mensual independiente del periódico La Jornada. Injusto sería no señalar aquí, una de las singularidades que definen y ubican el lugar que se ha construido. Ojarasca, es probablemente la revista que, sin ser órgano de una organización indígena, ha recogido en mayor cantidad y densidad las voces indígenas y esto no sólo referido al contexto nacional sino en el marco del panorama editorial de América Latina.

Esta elección-lección debe ser atendida con seriedad por todos: si no escuchamos con atención lo que los indios nos dicen hoy, por encima de lo que creemos saber, que dicen y quieren, no estamos entendiendo nada, y peor, las iniciativas y propuestas con las que creemos apoyarlos, pueden ser, nuevos encierros, nuevas cercas y viejos ropajes remendados.

José del Val: etnólogo. Fue subdirector del Instituto Nacional Indígenista y actualmente es director del Instituto Indigenista Interamericano.

 


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