Ojarasca, octubre 1999


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El telar secreto

 

Eliazar Velázquez Benavídez

 

Don Lorenzo López, violinista y entrañable amigo, originario de San José Albuquerque, San Luis Potosí, y autoexiliado en la Sierra Gorda de Guanajuato por asuntos de amores prohibidos, andaba cumpliendo noventa años cuando comenzó su retorno a la tierra. Nos conocimos cerca de su final, cuando el agobio del tiempo forcejeaba con su impulso por seguir andando luego de haber vivido en medio de fiestas, topadas, noches con poesía decimal y zapateado. A sus labios se acercaban torrentes de palabras a veces melancólicas, otras con ánimo lúdico y preciosos secretos.

Hablaba también de sus asombros al mirar cómo, junto a la reata de lazar, el guingaro y el calendario de Galván, aparecieron televisores y fantasmas modernos amenazando extinguir sus míticos duendes y lloronas. Apaciguando su rostro moreno, los labios gruesos y voz enronquecida por el cigarrillo Faro, con agradecimiento contaba que sus conocimientos de historia, astronomía, y del más allá de las fronteras imaginarias de la Sierra Gorda, los adquirió escuchando "guitarreros, cantadores y poetas".

Siendo don Lorenzo un hombre tan conversador y memorioso, crecido en las entrañas de la música y la trova campesina, en los años que vivimos nuestra amistad nunca habló de la décima, la espinela, el pie forzado o el repentismo; al referirse a esos asuntos los definía como la cantada, la plática o la versería.

pag final Luego de esa y otras gozosas travesías entre los patriarcas de la tradición del huapango arribeño, entendí que en la frialdad técnica de los conceptos, enredada en ellos, está el agua briosa de la vida y las historias individuales y colectivas que le dan razón de ser a las palabras, y que es ahí donde hay que abrevar para encontrar las claves de la revelación y el conocimiento.

ƑEs posible acceder a la transparencia, mirar a través de las cosas y del antes y después de las cosas? Sólo cuando crecen los años cada quien sabe cómo le fue en el intento, pero desde esa orilla y recurriendo a la invocación de mis vivos y muertos, de las veredas, de los bailes, combates de poetas y lluvias, abrazo lo que sé y lo que ignoro de esta costumbre hispánica, y al lanzar los dados al tablero de la realidad y la fantasía, del sueño y la vigilia, por el cristal de la décima miro asomar la sorprendente obstinación de la poesía que se vive en la plaza pública, la perseverancia de la antigua dignidad de la palabra, el arcano de la oralidad, la fuerza misteriosa que pugna por convertir diez líneas octosílabas en instrumento, llave y sortilegio para que estalle el gusto, la tristeza, la rabia, para que los sentimientos se abran al modo de flores que gritan su color en el firmamento cuando las noches de celebración.

Hay un telar secreto y obstinado en la historia de nuestras tierras que desde la reivindicación de lo que se intuye como más profundo y duradero confronta las trampas de lo aparente, y es en ese desafío a la aridez donde invenciones literarias y culturales tan significativas como la poesía decimal trovada e improvisada forjan los eslabones de su continuidad, que es también la de esos lenguajes subterráneos de la tribu, sin los cuales hace mucho se nos hubiera secado el corazón.

A qué pasión, a qué llamado responden los hombres y mujeres que con verdad cultivan la décima. Qué es la décima, la versificación, en labios de un payador, de un Bertsolari, de un genuino trovador arribeño, huasteco o veracruzano (de la estirpe de Arcadio Hidalgo, por supuesto). Entre la natural diversidad resaltan los decimistas y versificadores transparentes, los guerreros y magistrales, los que tienen don y destino. En ellos la décima es asalto de vida, tránsito hacia los múltiples rostros de la realidad.

Poner en el centro de la conversación el para qué de la décima es invocar diversas miradas, tantas como esquinas posibles para tejer el mundo y temperamentos de cada quien. Hay quienes la consideran brillante cuando juega sus posibilidades en la retórica ornamental, en el barroquismo lingüístico, en la trivialidad empalagosa, en el latinoamericanismo ideologizado, en la palabra sin filo. Cabe preguntarse si hoy en día podrá preservar su potencia, su intensidad, su asombrosa carga primigenia sin abrir sus poros a la memoria más honda, a los claroscuros de este fin y principio de milenio. ƑPodrá la décima escapar de ser reducida a objeto de elucubraciones académicas o tarjeta postal si sus portadores se convierten en bufones del poder, en mercaderes, y no abrazan el destino de juglares verdaderos, de hombres y mujeres de saber, de gambusinos tras signos reveladores?

Esta tradición hispánica desprovista de su dimensión sagrada, gravitando sólo en el artificio, lo histriónico, y sin puentes hacia los códigos y pasiones contemporáneas (así sea sólo para dar testimonio), podrá seguir pero carecerá de lo primordial y decisivo en cualquier expresión de cultura viva: la vinculación y apuesta cotidiana a las historias y espacios comunitarios donde de modo festivo la vida y la muerte se entrelazan y renuevan sus pactos.

Cuando los hacedores de décimas centran o reducen sus desafíos creativos a buscar acomodo en esa engañosa casa de los espejos que suelen ser las instituciones oficiales y las élites intelectuales y académicas, comienzan a volverse cenizas, y no por algún destino trágico o porque los procesos de producción cultural popular tengan que responder a una lógica necesariamente marginal y subalterna. Sucede que el territorio vital que abriga las raíces de la poesía decimal trovada o improvisada responde a intuiciones de resistencia, de imaginación, de libertad, de comunidad, valores y cualidades que se vuelven más dignificantes ahora que padecemos los estragos de los profesionales de la política y el peso de la aplastante maquinaria de la sociedad moderna que devora y estandariza cuanta vida se le pone al frente.

La décima sin conexión con este fin de siglo, con lo cerca y lo lejos, es artificio literario y no fiesta de la palabra. La décima sin locura es mero divertimento, no lance épico. La décima sin piel y sin memoria es instante plausible de ser guardado en libros-vitrina, pero no es eternidad del instante. La décima sin poeta comunicante se apaga. Sin décima el poeta comunicante puede encender otros fuegos, pero la décima y los poetas comunicantes más generosos y perdurables siempre han sido aquellos que se arriman al hierro caliente de los misterios esenciales, a la antigua dignidad de la palabra; los que han establecido un pacto poderoso "con la vida que arde a cada momento", como dice Eliot; los que hablan, desde la intimidad y la humildad de sus huesos.

 

Eliazar Velázquez Benavídez: escritor originario de la Sierra Gorda de Guanajuato y entusiasta estudioso de la música y la versería populares.


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