La Jornada Semanal, 3 de octubre de 1999


Aunque la tecnología parece poder transformarlo todo, incluso a ese antiguo amigo del bolsillo, el bolígrafo, el gran problema es el desciframiento de la escritura manual; usted puede escribir ``meta'' y el programa traducir turbadoramente, tanto si la pide como si la ofrece, ``teta''. Igualmente, la entrevista con Vinaver, además de contarnos las batallas por la primacía de los desechables -navajas, rastrillos y encendedores-, hace una predicción a futuro: la etapa que sigue a la desechable es la virtual, la intangible...

Los sepultureros del bolígrafo se enardecen: ``En diez años, los bolígrafos, las plumas fuente, seguirán existiendo... pero sólo para los coleccionistas'', asegura Dick Brass, vicepresidente encargado del desarrollo tecnológico de Microsoft. El resto de la población dispondrá de pequeños estuches, ``como en Star Trek'', y podrá garabatear su texto directamente sobre la pantalla con un estilete, o se lo dictará a la máquina.

¿Perdió méritos el bolígrafo? La herramienta en sí sigue siendo ideal: un tubo pequeño, ligero, fácil de transportar. El problema no es él, sino sus compañeros de ruta, la tinta y el papel. Y es que una vez incrustado el líquido en la celulosa, las palabras se vuelven inamovibles. Para reproducirlas, es necesario contar con una fotocopiadora. Y para archivarlas, hay que tener sobres, cajones, muebles y, naturalmente, sentido de la organización. Además habrá que leer con paciencia y buenos lentes las escrituras mal hechas. En una palabra, son más eficaces los textos codificados binariamente, listos para la digestión informática. Se archivan, se reproducen al infinito y pueden enviarse por correo electrónico al otro extremo del planeta. Sin embargo, resulta poco cómodo pasearse el día entero con computadora, pantalla y teclado, todo en el bolsillo del pantalón de mezclilla.

Por supuesto, lo de Star Trek todavía es una ficción, pero la ofensiva papelófoba ya está en marcha. En Estados Unidos se vende desde hace un año el Crosspad -desarrollado por IBM y por Cross, fabricante de bolígrafos-, con una intención manifiesta: ``redefinir el bolígrafo en la era numérica''. ¿Cuál es su principio? Se desliza una hoja de papel sobre tablillas especiales y luego se escribe con un bolígrafo de carga electrónica. El bolígrafo emite ondas de radio hacia el artefacto que almacena la información. Este se conecta a una computadora, y el Crosspad traduce la escritura manual en una serie de 0 y 1 que la máquina puede comprender. Al final, las notas garabateadas quedan listas para tratamiento de textos y archivo. Concede Dick Brass: ``Es muy buen producto, pero todavía utiliza papel.''

Todos los laboratorios del planeta se interesan en prototipos de bolígrafos inteligentes, en los que tinta y papel son ya accesorios anticuados e inútiles. La máquina registrará por sí sola los movimientos de la mano, numerizando paralelamente la escritura. Ya no será necesario cargar con un cuaderno o con algún otro material apolillado; bastará con trazar letras sobre cualquier superficie, incluso en el aire. Provisto de una pequeña antena con acceso a Internet, el bolígrafo high-tech enviará datos y textos hacia una computadora lejana. Un recado escrito sobre el mantel de un restaurante parisino podrá así aterrizar, en unos segundos, en un buzón electrónico en Nueva York. Con una pantalla tan delgada como una hoja de papel, tendremos una verdadera computadora de bolsillo, el tipo de bloc de notas futurista capaz de dialogar, vía redes, con otros objetos domésticos, desde el teléfono -para almacenar las cifras- hasta el refrigerador -para elaborar la lista de compras.

Por el momento, el principal obstáculo en esta orgía tecnológica surge de la dificultad que tienen las máquinas para reconocer la escritura manual. Un aparato como el Crosspad distingue mal las palabras, y a menudo interpreta erróneamente un vocablo mal trazado. Por ejemplo, ``tema'' puede convertirlo en un inconveniente ``teta''. ``Obtenemos entre 90 y 95% de éxito'', señala Brass. ``Lo suficiente para ser interesante, lo suficiente para dar pena.'' Con el propósito de incrementar ese porcentaje, los laboratorios trabajan sobre problemas específicos. Se compara cada letra con las letras que la rodean, se ubica a las palabras en sus contextos y se esbozan análisis gramaticales. Se toma en cuenta la frecuencia de cada término en una lengua dada, con el fin de desplazar ocurrencias sutiles en caso de ambigüedad. ``Tenemos menos problemas con el japonés'', precisa Dick Brass. ``Los ideogramas se trazan siempre con mucha exactitud.'' Así las cosas, los bolígrafos japoneses corren el riesgo de ser las primeras víctimas de la ofensiva antipapel.


Mística de lo durable

Entrevista con Michel Vinaver
René Solís

El dramaturgo francés Michel Vinaver, cuya primera obra, Los coreanos, data de 1956, tuvo paralelamente una existencia de empresario. En 1953 ingresó a la compañía Gillette y ahí llegó a ser director general de su filial francesa en 1966. A partir de los años ochenta se dedicó exclusivamente al teatro. Su obra más reciente, King, narra la vida de King Gillette, inventor de la navaja desechable y fundador de la célebre empresa. Vinaver fue testigo privilegiado del surgimiento de la navaja y del encendedor desechables.

-¿Tenía Gillette una filosofía empresarial propia?

-Más que eso. Una vez que entrabas ahí todo era orden y religión. Reinaba un clima de soberanía basado en la idea de que era imposible ser todavía mejores. Era un dogma que la empresa pagó muy caro. Eramos los oficiantes de un culto, éramos casi un monopolio, nos animaba un sentimiento de eternidad.

-¿No vio llegar Gillette a la competencia?

-La primera inquietud la produjo Wilkinson, un modesto fabricante inglés de rastrillos, quien lanzó la primera navaja de larga duración. Gillette había desarrollado ya en sus laboratorios una navaja con revestimiento de teflón. Pero no se trataba entonces de comercializarla. Cuando en 1961 Wilkinson lanzó su navaja de filos inoxidables (Stainless Super Sword Edges), Gillette tuvo que asumir un verdadero golpe existencial.

-¿Por qué?

-Era una situación de esquizofrenia. Por un lado era necesario, por definición, que una navaja desechable fuera eso, desechable lo más rápido posible. Por el otro, veíamos llegar una navaja que duraba tres veces más. Y que permitía rasurarse diez veces en lugar de tres. Para Gillette eso fue un verdadero quebranto. ¿Acaso íbamos a canibalizar a nuestra propia empresa? En esta historia, Wilkinson era el pequeño. Había una enorme tentación de aislarlos, de asfixiarlos creando en torno suyo un cordón sanitario. Pero otros decían que, por el contrario, había que apostar todo a lo inoxidable. Pero a Gillette le tomó dos años sacar su azul extra y recuperarse. La lección fue clara: jamás hay que temer un daño por parte del progreso técnico.

-Pero la historia se repitió más adelante.

-Gillette tuvo su segunda crisis con la navaja desechable que lanzó Bic en el mercado griego, en 1974, y tres años después en Estados Unidos.

-¿Por qué se lanzó Bic al negocio del rastrillo?

-Desde 1949 Bic había sido, con el bolígrafo, un protagonista importante en el mercado de lo desechable. Tenían al respecto una cultura ya muy sólida cuando comenzó la guerra de los rastrillos. De hecho, el duelo entre las dos empresas era más antiguo. Gillette había comprado Paper Mate con el fin de implantarse en el mercado del bolígrafo, y el barón Bich decidió a su vez incursionar en los terrenos de Gillette, donde se habían hecho estudios sobre los rastrillos desechables pero no se creía mucho en ellos, como tampoco había creído el patriarca King Gillette que los consumidores aceptarían algún día deshacerse de su navaja.

-¿Y perdió Gillette la batalla?

-Nuevamente tuvimos un retraso y nos hundimos en la esquizofrenia. De modo paralelo al concepto de lo desechable, se dio una verdadera mística de lo durable. En mi obra cito a King Gillette, quien declara en una carta: ``Los mangos de los rastrillos son demasiado comunes, deberían alcanzar la belleza de las columnas griegas.'' De ahí los mangos con estrías. En realidad se trata de la coexistencia de dos ideas: la desechabilidad y la eternidad. Una vez más, la empresa corrige el rumbo. Sobre todo porque el rastrillo desechable no llegaría a destronar al rastrillo durable. Su impacto comercial es incluso más débil hoy en día.

-Queda la aventura del encendedor...

-Es el tercero en discordia. El encendedor desechable fue inventado por la familia Dupont. No era posible imaginar contraste más grande: por un lado, el encendedor objeto de lujo y, por el otro, el encendedor desechable. Dupont consideraba además a este último como un objeto casi vergonzoso. En aquel entonces yo era director de Gillette France y le sugerí a la dirección estadunidense la posibilidad de adquirir Dupont. De inmediato vieron en el encendedor desechable el equivalente de la navaja. Me hice cargo entonces de la nueva empresa Dupont Gillette, y allí desarrollamos el Cricket. Por supuesto, Bic se lanzó de nuevo al mercado. Una vez más, Gillette no creyó en la amenaza. Con todo, tuvo que retirarse de ese negocio.

-¿Cómo ve usted el porvenir de lo desechable?

-Creo que hay una caída del entusiasmo. Vemos que entre mayor es el estrés, mayor es la búsqueda de objetos de consolación que duren y no nos abandonen. Lo constaté en Dupont: vendíamos más durante épocas de crisis, sin duda porque los consumidores creían que los encendedores eran realmente de oro. No creo que el mundo se dirija hacia una desechabilidad generalizada. Conocemos, por lo demás, la etapa que sigue a lo desechable. Es la etapa de lo virtual, de lo borrable. Y ahí sí....

Tomado de Libération
Traducción de Carlos Bonfil