Ojarasca, septiembre 1999

Elecciones con guerra de fondo, Ƒson parte del plan? La militarización de Chiapas, que en estas semanas ha dado su mayor ofensiva desde febrero de 1995, sucede en un país de verdad que nada tiene que ver con los módicos mensajes pacificantes que desde Bucareli emite el poder civil federal.

Uncido a qué reloj, en la totalidad del territorio indígena de Chiapas se echó a andar un mecanismo complejo de paramilitarización, uso deliberadamente divisorio y corruptor de la inversión social, y la creación de una infraestructura más al servicio del Ejército federal que de la gente.

Mientras el nacional espectáculo preelectoral de los precandidatos alcanza índices de precomicidad involuntaria que dan ganas de echarse a correr de pena ajena, en Chiapas se crea un poder paralelo y de facto, tras la endeble (muy endeble) fachada de las instituciones civiles que llevan años hundidas en un batiburillo de ilegalidad, cuya responsabilidad ni siquiera es cosa de la subsidiadísima clase política local sino del centro; entre más les mandan decir desde Los Pinos qué hacer, más se llenan la boca de chiapanequeidad y soberanía estatal, en medio de una corrupción escandalosa.

Al margen de esa mascarada, en centenares de comunidades indígenas, la presencia gubernamental se apuntala en la presencia militar; en muchas ocasiones, la presencia del gobierno consiste en bases de operaciones del Ejército federal obedeciendo a un plan estratégico, del cual los últimos en conocer su contenido somos los ciudadanos mexicanos, que en todo caso viola la Ley de Concordia y Pacificación, de ámbito federal y que, hasta donde se sabe, no ha sido derogada.

Nada menos inocuo, en el clima de violencia y descomposición prevaleciente en muchas partes del país, que la militarización y sus caudas de excesos, amenaza y prostitución de las relaciones sociales. El programa contrainsurgente se lee línea por línea, y tiene alcance nacional: donde dice Progresa, donde dice caminos, donde dice educación, léase tanques, helicópteros, armas largas, trincheras, tropas y más tropas. Donde dice Estado, léase Ejército. Donde dice paz, léase guerra.

Pero las comunidades existen. Justamente eso, ahí están. Son el David que Goliat no ve ni oye y que tanto teme. Eso sí, que nadie diga que el gobierno no ha honrado los Acuerdos de San Andrés, porque se ofende. "Está convencido de la necesidad de darles cumplimiento". Menos mal.

Ante la evidencia de un clima prebélico, la opinión pública parece hipnotizada por los escándalos de nota roja y el carnaval de las campañas publicitarias que amenaza con suplantar a la política (hasta un precandidato fascista y camisa negra tiene el PRI para la capital del país). Mientras sigue el show, 60 mil soldados en el corazón del México profundo pueden pasar perfectamente desapercibidos. ƑTendremos entonces guerra con elecciones de fondo?

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