De Esteban a Luis
Reproducimos a manera de adelanto y con la autorización de editorial Era un fragmento de la novela de Darío Jaramillo, Cartas Cruzadas
Medellín, sábado, noviembre 11, 1978
Mi querido Luis: Mientras tú padeces los restos de una clase emergente que va acumulando ahorros de sobornos que vuelven más costosos los servicios que presta el estado, mientras soportas al escalador social y repetidor de idioteces, yo tropiezo con el nuevo tipo humano.
ƑRecuerdas a Zuttiani? En el colegio. Con ese apellido es imposible que lo olvides. Jugábamos fútbol juntos. El era el grandote del medio campo, que hablaba mucho y marcaba con dureza. El fútbol nos hizo amigos y así descubrí que amaba la música y que tocaba el piano. Después de que fuimos bachilleres no volví a saber de él hasta anoche, que me lo encuentro. Nos emborrachamos con una charla animada en la que, con absoluto desparpajo, me contó varias historias. Te transcribo un botón de muestra.
ųEstábamos en Estados Unidos. Mi responsabilidad era recibir el dinero de las ventas. Parecía simple pero, de hecho, era muy difícil. Consistía en recibir bultos y bultos de dinero en una bodega, contarlo y enviarlo a donde se iba a invertir. Teníamos cuadrillas de ocho muchachos organizando los billetes. Al principio los separaban; aquí los de veinte, allá los de diez y así. Pero nadie aguantaba más de tres o cuatro horas el olor de los billetes. Era un perfume húmedo, pesado, penetrante, nauseabundo. Algunos novatos, optimistas, se colocaban un pañuelo, pero eran los primeros que vomitaban sus tripas por el mareo que producía aquel aire contaminado. Hice traer ventiladores, que no lograban espantar el miasma que infestaba el aire, pero que secaba un poco los billetes. A la semana de trabajo, los bultos acumulados rebasaban la capacidad de los hombres de confianza, los que pedíamos llevar a la bodega sin que le contaran a la policía, o a los italianos o a los negros. Nos retrasábamos y por eso traté de que nos llegara más organizado el dinero, pero había que sacarlo rápido de los expendios, a veces entre la basura. Nos llegaba en bolsas de supermercados, en cajas de pizza, en bultos, en los más inverosímiles empaques. En una semana, como te digo, estábamos saturados. Con los métodos que teníamos era imposible ir al ritmo que exigía el asunto. El martes hice remover algunos bultos y descubrí que la humedad descomponía los billetes. Algunos fajos se convirtieron en una especie de masa húmeda, ya medio podrida, que despedía un olor que le podría producir náuseas a un verdugo profesional.
En adelante, no separábamos los billetes según su denominación. Un tipito callado, de bigotes, nos ayudó con su habilidad mecánica y su experiencia. Fabricamos el honor más grande que he visto en mi vida. Era una cámara de muchos metros de larga adonde entraba una banda metálica y circular, llena de billetes húmedos, que a los pocos segundos salían secos. Se nos chamuscaron billetes o salían tan quebradizos, que bastaba tocarlos para que se volvieran polvo. Nos demoramos varios días cuadrando la temperatura para que salieran secos y perfectos. La banda, que era metálica, se recalentaba y no era fácil controlarla. Y el calor que emanaba convertía el barrido de billetes húmedos, en labores durísimas. El calor y los hedores nos obligaron a cambiar turnos cada cuatro horas. Luego apilábamos los billetes y los metíamos en cajas idénticas que se pesaban. Cada diez o veinte contábamos los billetes y los mandábamos por libras, con un cálculo promedio de la cuantía. Desde cierto momento, el problema menor ha sido cómo conseguir la pasta, procesarla, situarla donde hay demanda y venderla al consumidor final. Todos esos pasos están bien resueltos. El mayor problema consiste en qué hacer con el dinero, desde la manipulación, el conteo, el control y el transporte, hasta cómo invertirlo, cómo legalizarlo. Era una cosa de locos. Millones y millones y millones. Por libras, por kilos, por cajas, por toneladas. Era tan descocada la escena ųpor contraste, descocado es el adjetivo más inapropiado- que los novatos que traíamos a trabajar, al ver aquello, ese depósito de millones, entraban en un delirio, en una extraña locura. Unos se acariciaban con los billetes, agarraban puñados de billetes y se abrazaban con ellos, se los pasaban por toda la piel, indiferentes al olor que despedían ųo, acaso, tan fascinados por el espectáculo, que su olfato aún no percibía nada-, como si con ese frenesí extraño se contagiaran de riqueza. A los pocos minutos se ponían verdes, los ojos vidriosos, como si la fetidez de los billetes les invadiera los pulmones de un solo golpe intempestivo, instantáneo, y los dejará ahí, fulminados. Otros novatos, también hipnotizados, tiraban los billetes hacia arriba, en carnaval de la abundancia, remediando una lluvia de dinero. Éstos también caían con los ojos torcidos a los pocos minutos, irrigados sus alveolos por el verde perfume. Contar dinero es el trabajo más difícil que he tenido en mi vida.
No te narro más de este medio campista del colegio. Su retrato quedó en la historia. Hoy salía de viaje. Para Buenos Aires. Para Europa. Nos vemos. Chao Zuttiani.
Por mi parte, querido amigo, también yo estoy de viaje. Estaré en Nueva York en Navidad. Recuérdaselo a Juana para que lo profetice.
Abrazo para ti, besos para las damas, coscorrón al joven demonio.
Esteban.