La Jornada Semanal, 6 de junio de 1999



Fabrizio Mejía Madrid

TIEMPO FUERA

1901: Freud y Roma

En ese primer año del siglo, Freud trató de pensar lo desechable. La interpretación de los sueños de Freud, publicada en 1900, utilizaba la metáfora de las salas para explicar que toda persona es una combinación de dispersiones y censuras: ``Asimilaremos el sistema de lo inconsciente a una antecámara en la que se acumulan, como seres vivos, todas las tendencias psíquicas. Esta antecámara da a otra habitación más reducida, una especie de salón, en el que habita la conciencia; pero ante la puerta de comunicación entre ambas estancias hay un centinela que las inspecciona, les impone su censura e impide que penetren en el salón aquellas que le desagradan.''

Como otros, Freud se sentía llamado a reintegrar lo que se había dejado fuera. Y lo aplicaba a todo, incluso a sí mismo. En 1901, le preocupaba su sueño recurrente de ir a Roma, o mejor, de no llegar nunca a traspasar sus fronteras: ``como Aníbal, estoy condenado a no ver Roma'', escribió. Freud explicaba la imposibilidad de ir a Roma -varias veces se paralizó a la entrada de la ciudad, sin lograr traspasarla- con un episodio familiar añejo: su padre le confesó que, alguna vez, un católico antisemita lo había humillado públicamente y que él, prudente o inmaduro, había tolerado las injurias sin responder. Para Sigmund, la idea de que su padre fuera un cobarde le hizo desarrollar una deuda políticaÊen la lucha contra la injusticia y comparar su situación con la de Aníbal, cuyo padre le había hecho jurar en el altar doméstico ``que se vengaría de los romanos''. Armado de esa anécdota familiar indigna, Freud se encamina a resolver la gran contradicción de su vida pública: frente al clima austriaco antijudío, Freud había optado por las ciencias, dejando de lado el compromiso político que había tenido en sus años de estudiante. Su disyuntiva era muy clara: Roma, como símbolo de la intolerancia religiosa, merecía la venganza por una deuda con su padre humillado aunque, como museo de la civilización clásica, Roma fuera su anhelado objeto de deseo. Pero ¿quién decidiría?

Fue un sueño, el llamado ``Sueño revolucionario'', una asamblea nebulosa en la que Freud rechaza tanto a la monarquía austrohúngara como al socialismo, para luego ayudar a su propio padre ciego a orinar. Así, en vez de la venganza contra Roma, Freud optó por una rebelión soñada contra su padre y descubrió un mundo perfecto donde la acción podía resolverse en el sueño, la política neutralizarse en la narrativa, y la Historia superarse con el psicoanálisis que nos hacía a todos iguales frente al deseo. Opuesta al psicoanálisis como taxonomía de lo que decimos sobre lo inquietante dentro de nosotros, para Freud la política era lo contrario: la dispersión sobre lo inquietante fuera de nosotros. Más que el paso al salón principal del museo, la solución de Freud era una apuesta de centinela: de Edipo rescató sus desenlaces familiares para ignorar que sus búsquedas eran políticas y morales. El Edipo de Freud es un hijo deseante, no el Rey llamado a evitar las plagas de Tebas.

Después de la escritura de su sueño Freud logró entrar a Roma, cinco años después de la muerte de su padre. Fue a partir de ese momento que empezó a coleccionar vestigios griegos, romanos, egipcios, piezas arqueológicas desenterradas y puestas en exhibición en el cuarto donde Freud trabajaba con los fantasmas, propios y ajenos: ``Lo consciente está sujeto al desgaste, mientras que lo inconsciente permanece relativamente incambiado; y señalé las antigüedades en mi cuarto. Son, de hecho, dije, sólo objetos encontrados en una tumba, y su entierro fue su preservación: la destrucción de Pompeya sólo comenzó ahora que ha sido excavada.'' Desenterrar y conocer se convierten, a partir de las excavaciones freudianas, en una misma cosa: destruir para descubrir y reordenar para traducir.

A su muerte, en 1939, la colección de Freud tenía más de tres mil piezas que fueron trasladadas en sus exilios, no sólo cuidando su integridad sino también su posición en la mesa de trabajo, las repisas y las paredes. Con ello, Freud mostraba la frágil aunque reordenable posición que tenemos frente a la memoria y sus mudanzas: recordar para escupir lo que de ajeno hay dentro de nosotros, pero, al mismo tiempo, olvidar para digerir, para incorporar en nosotros las propias oscuridades. Su colección de piezas, sueños y viajes romanos fue una cura que sólo se hacía posible por medio de una forma de recordar que, a su vez, hacía posible el olvido.