La Jornada Semanal, 6 de junio de 1999
Tal vez la mejor manera de imaginar al poeta que había en Alexandr Pushkin, sea la sugerida en su poema de 1831 ``El eco'', escrito pensando no sólo en sí mismo, sino en todosÊlos poetas: ``Percibes el estruendo de los truenos,/ la voz del oleaje y la tormenta,/ los gritos de pastores aldeanos/ y das respuesta./ Pero para ti mismo no hallas eco./ ¡Así eres tú, poeta!'' (traducción de Eduardo Alonso Luengo). El poeta como eco del mundo, un eco dúctil y armonioso, un eco liberador de la palabra que se difunde por todos los lugares, que responde apasionadamente para no permitir que se extinga, sin pena ni gloria, ni el más mínimo sonido digno de la vida. A esta idea del poeta fue siempre fiel Pushkin, en un tiempo y en un país en el que los mejores espíritus estaban todavía apegados a los moldes de un clasicismo recalentado, que impedía emprender vuelo hacia nuevas formas de poesía.
Desde su primer poema ``Al amigo poeta'', publicado en El Mensajero de Europa cuando el poeta apenas contaba quince años de edad, hasta su monumental ``Eugueni Onieguin'', Pushkin percibió las voces de su tiempo, les dio cuerpo y vida, ya fuera en ceñidos e intensos yámbicos rusos, ya en sonetos de amorosa frescura y medida exacta, como el dedicado a los poetas que amaba: ``No desdeñó el soneto el Dante altivo./ Petrarca en él su ardiente amor vertía./ Plasmó Camoens en él su ser esquivo./ Un juego tal a Shakespeare le placía./ Para el poeta hoy guarda su atractivo./ Wordsworth de este instrumento se servía/ cuando, del vano mundo fugitivo,/ la Natura ideal pintar quería'' (traducción de Eduardo Alonso Luengo), o ya en cuartetos y dísticos a los que ``trata con precisión'', como lo anotara alguna vez esa alma rodante que fuera Edmund Wilson. En los poemas escritos en cuartetos como ``El ángel'', ``En lo hondo de las minas siberianas'', el vigoroso y extraordinario ``Anchar'' (que fascinó luego a Mérimée, por su fuerza y concisión al abordar la parábola política del poder, a veces absoluto, que un hombre puede detentar sobre un pueblo entero), ``Vagué por las calles bulliciosas'', ``Hubo un pobre caballero...'', ``Yo a usted la amé'' y el enigmático ``K'', dedicado a su amante Anna Petrovna Kern y que cualquier escolar ruso sabe de memoria; en estos cuartetos, repito, el manejo del ritmo y de la rima, de la música interna, de la asonancia feliz, avasalla y, al mismo tiempo, paradójicamente, libera. En los tres cuartetos, por ejemplo, de ``Uznik'' (El prisionero), el condenado está acompañado por un águila, que se convierte en confidente y portadora de una suerte de oxímoron carcelario que reside en los anhelos más secretos del cautivo. Alcemos el vuelo, dice el águila al prisionero: ``Somos pájaros libres, es hora, hermano, es hora,/ de marcharse hacia donde las nubes blanquean las montañas,/ allá donde azulean los parajes marinos,/allá, donde pasearemos sólo el viento... ¡y yo!''
La versatilidad del talento poético de Pushkin era quizá tan grande como su inextinguible pasión por la mujer y sus incontables vicisitudes con el poder autocrático que lo llevaron a largos años de exilio. En escasos 17 años de frenética actividad creadora, desde la aparición de su primer libro en 1820 y hasta su muerte en 1837, su existencia se vio colmada de destierros, amores, relaciones disolutas, duelos, tertulias de salón y discusiones interminables. Pero nunca perdió su veneración por la literatura. En esos años el poeta lo leyó todo: Dante, Shakespeare, Horacio, Lomonósov, Batiúshkov, Byron, Rousseau, Zhukovski, Voltaire, Goethe, Schiller, Wordsworth, y escribió de todo: dramas y cuentos de hadas, poemas líricos y novelas en verso, relatos breves e investigaciones históricas noveladas. Pero lo importante era que todas estas obras contenían un lenguaje nuevo, más coloquial, enriquecido por temas del folklore ruso y sin las ampulosidades del seudoclasicismo. ``Ruslán y Liudmila'', su primer poema extenso, cuenta una historia de hadas, con una magia tal como nunca se había visto en la literatura rusa anterior. Ruslán pierde a Liudmila cuando van camino hacia el Cáucaso; un hechicero loco se la ha arrebatado. Ruslán emprende, junto a tres ex pretendientes de Liudmila, la búsqueda de su amada. Después de incontables peripecias, mil aventuras, sucesos conmovedores y situaciones jocosas, Ruslán logra recuperarla y todo termina felizmente. Con esta opera prima, el joven poeta da suficientes pruebas de una imaginación frondosa y exuberante, de un lenguaje renovado y en movimiento, de un genio poético indudable que obliga a sus contemporáneos a emitir los juicios más inesperados: ``¿Leíste Ruslán y Liudmila? El autor presta sus servicios en el Colegio de Asuntos Exteriores: es un vago que posee un gran talento'' -le escribe el emperador Alejandro I a su hermano, el futuro zar Nicolás I. Por su parte, el reconocido poeta Vladimir Zhukovski, maestro y mentor de Pushkin, en un acto de singular generosidad, le regaló su retrato con esta inscripción: ``Del maestro vencido al discípulo victorioso, en este maravilloso día en que terminó su poema `Ruslán y Liudmila'''. Más de 80 años después, en sus singulares conferencias sobre literatura rusa dictadas en el Instituto Lowell de Boston, el príncipe Kropotkin afirmaba, con su desenfado habitual, que ``con ese cuento de hadas fue creada la literatura rusa''.
A este primer libro de Pushkin siguió un torrente de obras que, de una forma u otra, ha influido en casi todo lo que se ha escrito en Rusia en los últimos 160 años, desde Lérmontov y Tiútchev, pasando por Turguéniev y Dostoievski, hasta Bulat Okuzhava y Andréi Bitov. En ese torrente destacan los cuentos en verso ``El prisionero del Cáucaso'', ``Los gitanos'', ``La fuente de Bajchisasrái''; los dramas de espíritu histórico que recuperan héroes o lugares importantes de la Rusia del pasado, como Boris Godunov, Poltava, El jinete de bronce, y los cuentos en prosa ``La hija del capitán'' e ``Historia de la conspiración de Pugachev'' y la majestuosa novela en verso Eugueni Onieguin. Sería tedioso mencionar aquí las numerosas narraciones breves sobre ladrones buenos, jugadores y aventureros, o las obras dramáticas que sobre otros países escribió Pushkin, desde la Alemania del medievo a la España inquisitorial.
Como sucede a menudo con la obra de muchos escritores, a Pushkin no le faltaron oponentes ni detractores. Hubo críticos que, en el siglo pasado, lo tildaron de versificador huero y común, mientras que en nuestro siglo no faltan quienes no dudan en calificarlo de poeta leve, trivial, mundano, bufón de la autocracia y hasta impostor. Entre estos últimos destaca Andréi Siniavski, un escritor de mediana resonancia en la pasada década de los sesenta, conocido en Occidente por su actividad disidente contra el régimen soviético, junto con Yuli Daniel, por lo cual fueron encarcelados en septiembre de 1965. Años después Siniavski vivió en París, donde publicó sus Relatos fantásticos bajo el seudónimo de Abraham Tertz, y en 1975 apareció en Londres Paseos con Pushkin, un libro controvertido que de inmediato levantó gran escándalo entre la crítica de la emigración rusa. En 1989 se volvió a publicar en París y en 1993 apareció, por fin, en Rusia, donde ya había provocado críticas furiosas por parte de intelectuales nacionalistas y patrioteros, encabezados por el premio Nobel Alexandr Solzhenitzin. Paseos con Pushkin es un pequeño libro de 140 páginas, en el que el autor intenta resaltar por todos los medios las aparentes deficiencias de la poética pushkiniana, utilizando citas fuera de contexto de los versos de Pushkin y asociándolos, en una mezcla inesperada y burda, con los rasgos ``más negativos'' de la personalidad del poeta: la ligereza del verso (que Tertz extiende desmesurada y tramposamente a la siguiente afirmación: ``La ligereza en relación con la vida era la base de la concepción del mundo de Pushkin, un rasgo de su carácter y su biografía. Por eso, la ligereza del verso se convirtió en una de las características principales de su obra, desde los primeros momentos...''); la pobreza de pensamiento (``los lectores actuales se enseñaron desde la infancia a que Pushkin era un pensador, pero si somos sinceros él no lo fue en ninguna medida''); el excesivo apego a la anécdota (``en su afición por la anécdota, Pushkin es fiel al gusto del siglo XVIII'')y , finalmente, el vacío como contenido de su obra (``sin el vacío Pushkin no estaría completo, simplemente no sería posible, como no es posible el fuego sin el aire...'').
Al leer Paseos con Pushkin se percibe, desde el principio, una predisposición peyorativa hacia la obra y la vida de Pushkin. Con frecuencia, el autor cae en afirmaciones injustas, descabelladas e inverosímiles. A Pushkin se le acusa de ocioso, despilfarrador, disoluto, mujeriego, voluble, con lindezas como las siguientes: ``En la literatura, como en la vida, Pushkin conservó celosamente su reputación de perezoso, voluble y juerguista haragán, y nunca conoció los suplicios de la creación'' (sic); o esta otra: ``Nadie como Pushkin despilfarró tan tontamente la vida.'' Todavía una más: ``Para Pushkin la cama no era sólo una agradable costumbre, sino el medio creativo que más se acercaba a su espíritu, al taller de su método y estilo...'' Al final de su libro, Siniavski o Abraham Tertz concluye: ``Algunos consideran que se puede vivir toda la vida con Pushkin. No lo sé, yo no lo he intentado. Pero creo que haraganear con él, sí se puede.'' Estas palabras podrían parecer inofensivas cuando se habla de un poeta en cualquier país del mundo, pero no en Rusia, donde a los poetas se les ha tomado siempre demasiado en serio y en donde un verso o un poema a muchos les ha costado, incluso, la vida. Los casos de Gumiliov y Mandelstam son paradigmáticos.
Tal vez algunos de los epítetos lanzados por Tertz, algunas de sus afirmaciones sensacionalistas y extraliterarias, sean ciertas. Pero nada de esto es importante al aquilatar la obra de un poeta como Pushkin, dotado como pocos de una gracia y un don absoluto de la lengua, nutriéndola de frescos giros coloquiales y temas cotidianos, procedimiento que rompió los moldes de la poesía rusa escrita hasta entonces. Y todo esto lo logró sin detrimento de la carga semántica de las palabras, ni de las alusiones, ni del tratamiento riguroso de las medidas del verso que Pushkin llevó siempre a la perfección de la forma y a la expresión de una musicalidad verbal impar. De esta manera, su poesía agotó las posibilidades de la poesía clásica rusa, que floreció desde mediados del siglo XVIII con Lomonósov y luego con Derzhavin y Batiúshkov. Sin embargo, aunque sólo sea de una forma desafortunada, hay que destacar una virtud en el libro de Tertz: la de desmitificar a un poeta que la bardolatría y la conveniencia política habían convertido en un semidiós. Tanto eslavófilos como occidentalistas, blancos y rojos, autócratas y comunistas, así como proletarios, nacionalistas y patrioteros, habían iconizado la figura de Pushkin, reservándole un lugar central en la hagiografía de la cultura oficial. Una suerte de consenso adulador rodeaba, como un aura, la obra y la imagen de este poeta, y es saludable que surjan voces disidentes que intenten colocar, sin desmesuras y aspavientos, las cosas en su sitio. Esto es algo que no debería extrañarnos, pues incluso autores como Shakespeare, tan contemporáneo e idolatrado por generaciones, ha sido objeto de críticas acres por partes de grandes escritores. Cuenta George Steiner que Tolstoi encuentra a Shakespeare ``pueril, zafio, insensible a los justos dictados del sentido común y la necesidad social''; que el incisivo Wittgenstein ``no consigue sacar nada en limpio de él'' y que el joven Lukács, el más sutil de los lectores marxistas, encontraba ``más comprensión de la política y de la historia en el Paraíso de Dante, que en toda la obra de William Shakespeare''. Claro está que estos críticos de Shakespeare son también autores finos y fascinantes, mientras que Tertz desenvaina una espada todavía burda, para deshojar sin éxito los mejores poemas líricos de Pushkin. Precisamente en ello radica la debilidad de su libro.
Según testimonios de sus contemporáneos, Pushkin era un hombre de baja estatura (no sobrepasaba el metro sesenta), de complexión fuerte y hombros anchos, sin mayor atractivo físico. Pero estas características, lejos de opacarla, no debilitaron jamás su pasión indeclinable por la mujer. La presencia de la mujer fue fundamental en la obra y en la vida de Pushkin, hasta tal punto que le era imposible entender el mundo si no era a través de ella. Alguna vez comentó que ``para un hombre no hay conocimiento más agradable que a través de la mujer...'', reflexión que lo acerca insólita y fascinantemente a lo expresado en México por Ramón López Velarde muchos años después: ``Nada puedo entender ni sentir sino a través de la mujer.''
Pushkin se casó en 1831 con Natalia Goncharova, una joven de belleza memorable que cautivó hasta al propio zar Nicolás I. Esa belleza rusa fue su felicidad y su perdición. Natalia era una joven delgada y esbelta, que hacía un perfecto contraste con la figura del poeta. Nabokov comenta en Habla, memoria que su madre, cuando era niña, estuvo un verano en Crimea donde su abuelo paterno, y que allá le había escuchado al conocido pintor Ayvazovski decir que en 1836, en una exhibición de pinturas en San Petersburgo, había visto a Pushkin, ``un feo hombrecillo, con una esposa alta y guapa''. Eso había sido más de medio siglo antes, cuando Ayvazovski era un estudiante de arte, y menos de un año antes de la muerte de Pushkin. Ese feo hombrecillo, que era capaz de confesarle a su esposa, la ``alta'', ``guapa'' y trivial Natalia: ``tú eres la ciento trece'', siempre quiso pero no alcanzó a escribir un relato que pensaba llamar ``El demonio enamorado'', sobre la seducción de las mujeres por el diablo.
Pushkin no llegó a escribir ese relato, pero se le ha atribuido en cambio un diario íntimo, crudo, descriptivo, obsceno y conmovedor, escrito entre 1836 y los primeros días de 1837, en el que desfilan, con lujo de detalles, las orgías con sus amantes, sus problemas económicos, sus pleitos familiares y la intromisión del fatídico y atractivo galán Georges d'Antés, que a la postre sería el factor que selló el destino trágico del poeta. Este diario llegó a la posteridad bajo el nombre de Apuntes donjuanescos de Pushkin y ha sido publicado en español con el siguiente gancho comercial: ``Diario secreto de Pushkin. Reflexiones sobre el sexo, la mujer y la muerte... El libro más polémico del siglo... Un millón de ejemplares vendidos en todo el mundo... bla, bla, bla...'' La verdad es que nadie sabe si este libro es auténtico o no, o si fue escrito por un pushkinólogo disidente que emigró a Occidente. El principal reparo que le han puesto los especialistas es el manejo inadecuado y demasiado moderno del lenguaje (``en tiempos de Pushkin no se hablaba así'') y la presencia de una multitud de conceptos sobre el sexo que se aproximan más a Freud y al desembarazo milleriano, que a la intuición poética y a la psicología de un escritor del siglo XIX ruso. Sea como fuere, la lectura de este libro se vuelve por momentos fascinante y sé que hay lectores que quisieran -me cuento entre ellos- que estos apuntes ardorosos y eróticos fueran realmente de Pushkin (``El ardor, la impaciencia y el erotismo son lo único que me convence de que aún estoy vivo...''), ya que muestran la faceta sumamente humana del poeta, sin ningún rasgo de afectación y con una naturalidad radical, llena de pasión por las cosas inmediatas de la vida.
Georges d'Antés era un joven y apuesto oficial francés que llegó a Rusia en enero de 1834. Gracias a sus cartas de recomendación fue admitido en la guardia de la Corte y, en menos que canta un gallo, había enloquecido a la mitad de las mujeres de San Petersburgo. A esa mitad de mujeres cautivas pertenecía, sin duda, la mujer de Pushkin. El oficial francés empleó todas sus tácticas de seducción, en las que, parece, era un experto, para conquistar a la mujer ``alta'' y ``guapa'' que en ocasiones parecía inalcanzable. Lo intentó todo: desde el chantaje de suicidarse delante de Natalia, si ella no se le entregaba, hasta casarse con Ekaterina Goncharova, la hermana fea de Natalia, para estar más cerca de ella. Entre tanto, Pushkin seguía recibiendo todo tipo de elegantes anónimos, escritos en pulcro francés, donde lo motejaban de ser el coadjutor de la ``Serenísima Orden de los Cornudos''. El poeta fue arrinconado a batirse en duelo, exactamente tres años después de la llegada de D'Antés a Rusia. Pushkin era un poeta famoso, al que nunca leería, pues no le interesaba la lectura, ni la literatura y no había aprendido nada de ruso, ya que en el círculo en que se movía en San Petersburgo todos entendían el francés. Luis Metman, nieto de D'Antés, recuerda que ni en la juventud, ni en la edad madura, su abuelo mostró el más mínimo interés por la literatura: ``Sus familiares no recordamos que en el curso de su larga existencia D'Antés haya leído siquiera una sola obra literaria.''
El duelo se llevó a cabo en la tarde del 27 de enero de 1837, en un campo cubierto de nieve donde apenas los cuervos graznaban. D'Antés disparó primero y el poeta cayó. Pushkin tuvo la oportunidad de un disparo y lo hizo después de apuntar su pistola durante largo rato a la humanidad de su oponente, pero sólo lo hirió en el brazo. ¿Qué pensamientos pasaron por la mente del poeta, al saberse ya en las puertas de la muerte? El, que había escrito: ``Me veo muriendo, mirando por última vez mis libros, mi cama, los árboles, el sol; ¡qué infortunio saber que al morir no volveré a verlos!'' Murió 46 horas después del duelo, en su apartamento alquilado del malecón de Moika. Lo acompañaban siete amigos cercanos, entre ellos su maestro Zhukovski y dos médicos. Al morir, el poeta no podía saber que su mujer se casaría con Piotr Lanski, un antiguo amante de Idalia Polétika, quien fuera amiga y cómplice de D'Antés en sus acechos a Natalia; que su hija menor se casaría con el hijo del general Dubelt, quien siempre censuró y despreció al poeta; que la hija de su asesino maldeciría a su padre y adoraría la poesía de Pushkin. Tampoco podía saber que de la bala que cayó en su corazón, quitándole la vida, nacería la nueva literatura rusa y que el genio de su obra, de su poesía irrepetible, conmovería sin remedio a toda la posteridad.
D'Antés murió para siempre casi sesenta años después del duelo, pero Pushkin se quedó en el mundo con su música encendida, encantando con su fábula a la vida porque, como bien lo dijera Guimaraes Rosa, ``los poetas no mueren, quedan encantados''.