La Jornada Semanal, 23 de mayo de 1999



Leonardo García Tsao

Artes visuales

La verdadera conquista de La otra conquista

La mayor sorpresa de La otra conquista es su éxito comercial en México. Estrenada durante la pasada semana santa, la película ha sido vista -según las estadísticas- por más de 600,000 espectadores; en su primer fin de semana recaudó 20% más en taquilla que la hollywoodense Revancha y, hasta la fecha, ha ganado más que los tres anteriores estrenos nacionales juntos. Sin duda, El Un embrujo, Fibra óptica y El evangelio de las maravillas son realizaciones más meritorias y, uno pensaría, atractivas para el público. ¿Por qué se prefirió una visión bastante esquemática sobre nuestra historia?

Nada permitía adivinar ese éxito, pues La otra conquista tuvo una existencia harto accidentada. El proyecto se inició en 1992 y, por falta de fondos, se suspendió el rodaje hasta que, tres años después, se consiguieron nuevos inversionistas. La cinta estaba lista desde el año pasado pero no había salido a la luz, pues sus productores ambicionaban estrenarla en un festival internacional importante. Ninguno la seleccionó para su programa. El estreno ocurrió el pasado mes de marzo, durante la XIV Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, donde no logró entusiasmar ni al público estudiantil ni a la crítica.

La acción de La otra conquista se sitúa tras la caída de Tenochtitlán. Un tlacuilo llamado Topiltzin (Damián Delgado), hijo natural de Moctezuma, se niega a aceptar la religión de los conquistadores. Una ceremonia secreta de sacrificio humano es violentamente interrumpida por el capitán Quijano (Honorato Magaloni) y sus hombres. Derrotado, el tlacuilo observa cómo la efigie de Tonantzin, la Diosa Madre, es remplazada por una de la Madre de Dios. Desde este momento sabemos que el rollo no va a ser sutil.

Tras comparecer ante Hernando Cortés (Iñaki Aierra) y ser defendidoÊpor su media hermana, Tecuichpo (Elpidia Carrillo), Topiltzin es sometido a latigazos y torturas, por cortesía del malvado Quijano, para luego ser llevado a un convento y convertido en un monje cristiano de nombre Tomás. Ahí, el piadoso Fray Diego de la Coruña (José Carlos Rodríguez) observa cómo el converso renuente sostiene con Tecuichpo una relación que es rápidamente cancelada, y empieza a tener una extraña fijación con la efigie de la Virgen María.

Como si no hubiéramos entendido el sentido del título, los diálogos de esta parte insisten en ilustrarnos sobre la eficacia colonizadora del sincretismo religioso. Para mayor obviedad, en los delirios de Tomás veremos repetidas veces de qué manera la imagen de la Virgen María se funde sobre la de Tonantzin.

No es la primera vez que el cine mexicano aborda el tema. Ya en 1976 Gabriel Retes desmitificaba el origen de la Virgen de Guadalupe en Nuevo Mundo, película sujeta a un estreno tardío y casi clandestino. Más recientemente, Cabeza de Vaca, de Nicolás Echeverría, resumió el tema en una sola y memorable imagen: los indígenas que cargan una enorme cruz al son de un tambor español, en la secuencia final. Sin embargo, la película de Echeverría, de genuino sentido místico, tuvo una exhibición afortunada pero no ganancias millonarias.

El misterio se ahonda porque La otra conquista está lejos de ser un entretenimiento ligero, o una cinta de aventuras espectaculares. De hecho, una vez que el protagonista ingresa al convento, el asunto pierde su escaso impulso dramático para hundirse en la reiteración y el simbolismo excesivo. (Además, hay elementos no resueltos en la historia. ¿Qué pasó con el hijo concebido con Tecuichpo? Si la narración es un flashback a partir de la muerte de Fray Diego, ¿por qué no se retoma ese tiempo al final?)

El realizador debutante Salvador Carrasco, también responsable del guión y la edición, mueve constantemente la cámara en busca de un dinamismo que su propia historia le niega. Como suele suceder en nuestro cine, Topiltzin es un protagonista demasiado pasivo. Y Delgado lo interpreta como un personaje más inclinado a brotes histéricos que a acciones heroicas. Además, la película tampoco está libre del usual maniqueísmo, según el cual los españoles, salvo Fray Diego, son villanos torvos -Cortés se muestra tan desagradable como en los murales de Diego Rivera-, mientras los indígenas aparentan siempre una sufridora dignidad.

No obstante algunas imágenes logradas -las iniciales, por ejemplo, de unos aztecas agonizando entre las ruinas de sus templos, bajo la lluvia - La otra conquista es un producto que no está a la altura de sus ambiciones. Pero su probada capacidad de convocatoria sugiere que ha logrado tocar algún nervio del público, que pocas producciones han conseguido.

Es un fenómeno digno de celebrarse y, también, de analizar con cuidado.