La Jornada Semanal, dia 4 de abril de 1999



Alvaro Mutis

artes visuales

El ielo en la tierra

Es un honor para estas páginas albergar las palabras del maestro çlvaro Mutis. Mucho le agradecemos estas reflexiones sobre lo barroco y sus ``exaltaciones angélicas'', hechas para presentar la exposición de Carmen Parra en Madrid. Este homenaje al barroco mexicano fue una especie de nueva ``inundación castálida'' bajo el cielo velazquiano.

El barroco irrumpe como una entusiasta explosión en la que participan al unísono todas las artes. La arquitectura, la pintura, la música, las letras, empiezan de repente a girar en el ebrio sueño de un delirio que nadie pudo detener.

A la aséptica rigidez del calvinismo, a su intransigencia asfixiante, en donde sólo las sórdidas astucias de un comercio con bendición de lo alto tenían validez y virtud reconocidas, sólo esa delirante exaltación angélica del barroco opuso con eficacia la respuesta justa y la fértil enseñanza.

Las nubes convertidas en doradas volutas que ascienden por los altares o la piedra hecha un canto sin pausa en las fachadas de iglesias y palacios, fueron el justo comentario a la música que comenzó a cantar la maravilla de vivir en la tierra, rodeados del trino de las aves y de la vegetación sin término que también trepa por los templos para alabar a Dios en las alturas.

çngeles andróginos con muslos de una rotunda morbidez inquietante, santas que quiebran la cintura mientras miran al cielo en un éxtasis más terrenal que místico, santos guerreros que sonríen embelesados como adolescentes en trance erótico, padres del desierto que parecen recordar la delicia de una carne que los ha abandonado para siempre, todos cantan al Santísimo en una celebración celestial anclada en el siempre renovado milagro del mundo.

Al barroco tenía que sucederlo, por fuerza, el insípido neoclásico que parece querer purgar tanta pasión y tanto fuego recién extinguidos; queda el barroco como un recuerdo de días más felices y plenos, como una nostalgia de esa invasión del cielo en la tierra convertida en un jardín de dicha en plena florescencia.

Ahora, de repente, una pintora mexicana se lanza a la magnífica empresa de rendir un homenaje al barroco de su patria, uno de los más atrevidos, fertilizado por la milenaria gracia de quienes poblaron esta tierra y supieron también, en su momento, cantar en piedra y barro un sueño casi imposible. Carmen Parra, hija, por cierto, de un sabio servidor de la arquitectura que ha dedicado su vida a rescatar y hacer vivir de nuevo, muros, techos, puertas y fachadas, mansiones del hombre, en fin, que tornan a vivir por la gracia de un fervor de arquitecto y visionario; Carmen Parra canta en sus telas y papeles el milagro incesante del barroco y sabe hacerlo con espléndida fortuna merced a su dominio de todo lo que la pintura moderna ha podido crear en formas y colores insospechados.

Recorrer estos cuadros es una experiencia luminosa que nos regresa a esa visita del cielo a la tierra que, sin olvidarla, se me antoja que habíamos perdido la facultad de gozar plenamente. Doy gracias, por esto, a Carmen Parra que inaugura para nosotros un barroco que le enseñó a amar su padre el arquitecto.