La Jornada Semanal, día de mes de 1999
Angelina Muñiz-Huberman,
La sal en el
rostro,
Col. Molinos de Viento, UAM,
México,
1998.
Entre todas las actividades del espíritu, la poesía es una de las que con mayor claridad reflejan la incertidumbre de nuestro destino. Al enigma de la vida responde con más misterio. Tanto el creador de un poema como sus recreadores -aquellos que lo leen en cualquier tiempo o lugar- se sienten tocados por una momentánea revelación, pero cuando intentan precisar el efecto experimentado no pueden responder sino con balbuceos: ``Es como llegar a una ciudad extraña y sentirla familiar... pero no es eso.'' El enigma se muerde la cola. El origen de la poesía está en la búsqueda de su propio origen: su comienzo es una pregunta sobre su comienzo. Arrebatados por el lenguaje -mejor dicho, por lo sensual del lenguaje- tanto el poeta como el lector se someten a una inexplicable suspensión del yo: imágenes y voces presentidas los llevan más allá de sí mismos, los disparan hacia un algo indefinible.
La sal en el rostro es un poema escrito en estado de absoluta disponibilidad: la supuesta persona lírica, Angelina Muñiz-Huberman, ha cedido su sitio a la corriente poética. Al avanzar incontenible, esa corriente cava su propio lecho. Al avanzar, ¿hacia dónde? Aquí principia el texto: hacia la semilla del exilio. Como el amor, como el poema, el exilio aparece junto a un enorme signo de interrogación: ¿hubo un lugar que no fuera el exilio?
Este libro recoge la memoria del ser en expulsión. Desde el principio, esa memoria se asume bajo el signo del vértigo: vivimos hundidos en la segunda vez de una experiencia cuya primera vez nos parece inasible y cercana: Dios, el Paraíso, la infancia, el Amor, la Palabra. Un más allá le da sentido a nuestros actos -un más allá que no deja de replegarse ante nuestro seguimiento. Vamos hacia una lejanía, como el enamorado que adivina la luz en las oscuridades del Otro, como el poeta cuando ensaya decir con palabras lo que nunca podría decirse con palabras. El sentido del exilio está en lo indescriptible del exilio. Estamos hechos de carencia: desertar nuestro destino de exiliados sería perder pie, caer en un vacío impracticable:
Aquí me detuve:
sobre el
acantilado:
un paso más
y mi cuerpo volaría a su
fin.
Estos versos en el inicio de La sal en el rostro nos llevan a San Juan de la Cruz, ese momento extático de la lengua española. En la Canción XII del Cántico espiritual el alma vislumbra, por un instante, dibujada en las entrañas, la mirada de Dios. Entonces descubre que al Amado no conseguirá cogerlo en plenitud mientras habite un cuerpo, y literalmente le suplica que le quite los ojos de encima: ``Apártalos, amado,/que voy de vuelo.'' Es la expresión natural del espíritu al rozar la conciencia de que aquello ``que le es más vida y con tanto deseo desea, que es la comunicación y conocimiento de su Amado, no lo puede recibir sin que casi le cueste la vida.'' Entonces el Esposo le ordena volver del alto vuelo que pretende. El alma debe aceptar el conocimiento imperfecto de Dios por la fe.
Con la misma resignación (resignar es re/asignar) Angelina Muñiz-Huberman le otorga un nuevo signo a su condición de exiliada, y se detiene a memoriar sus días en un cuarto de hotel frente al acantilado, donde escribe y aguarda el regreso de su amado. Para conocer la plenitud del exilio hay que morirse de veras; aquí, en este nuevo refugio transitorio suspendido entre la tierra y el mar, el poeta vive y revive sus escalas: del vientre materno a la intemperie del mundo, del castillo de la niñez al páramo de la conciencia, del sueño a la vigilia, del tener a la pérdida.
Vivir y morir,
renacer y remorir: vamos de exilio en exilio. En esta singladura de
expulsiones, ¿qué sombra de árbol nos acoge? El poeta encuentra una
estación de frescor, un cierto fin de males, en la escritura y en la
experiencia del amor, dos formas del arrobamiento causado por la
seducción del Otro. Pero ninguna representa el fin del exilio; muy por
el contrario, son la prueba fehaciente de que los manjares y las
grandezas del mundo sólo se nos dan en el destierro: ``En el Paraíso,
Adán y Eva no se hubiesen amado.'' Si en San Juan de la Cruz el alma
ve asomar a Dios tras las cosas terrenales (``...las montañas,/los
valles solitarios nemorosos,/las ínsulas extrañas,/los ríos
sonorosos,/el silbo de los aires amorosos...''), en Angelina
Muñiz-Huberman la gracia del exilio se revela en la experiencia
amorosa: ``En el amor anida el exilio'', nos dice, para luego
afirmar:
El exiliado, que no tiene nada,
tiene
todo.
Es vaso del amor.
El amor, la poesía, los árboles y el vino son dones del exilio. El amor en los cuerpos, la poesía en el poema, los árboles en la luz, el vino en el cáliz. Metonimia viva, nos dice José Kozer en las palabras con que saluda La sal en el rostro, para hacernos ver que en este libro el sentido del ser exiliado no se explica, se muestra: ese sentido procede de un sentir, de una intuición de lluvia que llega con la lluvia. En la mística, el mundo existe como expresión del cuerpo-Dios; en el amor todas las cosas viven de la promesa del amor. Eso el poeta lo entiende muy bien y nos lo explica con turbadora claridad:
Es ausencia plena de amor.Es domingo y tú no estás. Pero sé que
vendrás.
[...]
Tu ausencia está en el cuarto
[y es
ausencia-presencia.
Amamos en ausencia del amor. Escribimos en ausencia de la Palabra ònica. El ser se nos da como ausente. Estamos ante una versión plenamente moderna de las paradojas del amor cortés: ``La ausencia es segura./La presencia no./Si estás presente puedes escaparte./Si estás ausente no.'' Esto no implica el olvido del cuerpo: al contrario, el cuerpo aparece junto con la certeza de nuestra ignorancia última del amor, ``imposibilidad del ulterior conocimiento'' le llama con puntería el mismo Kozer. Esta certidumbre de no saber aporta la concentrada materialidad que circula por todo el poema: un hombre y una mujer de carne y hueso, un amor correspondido, un erotismo de miel derramada en la lengua, de mordedura en los pechos y de piel que se incendia con el tacto. Amor que vive de un constante acecho: espera del deseo concurrente, espera del adiós, espera del retorno. Amor que se reinventa sin cesar. Desde el exilio cotidiano, hombre y mujer ensayan los gestos que hacen posible cada encuentro; en la orilla opuesta del amor-pérdida, traman en compañía el relato interminable de ser Uno: ``El exilio es el hogar... Pero también los leños que se arrojan y se consumen. Tú y yo frente a la chimenea. Desnudos. (Dos mundos.) Haciendo el amor.''
Bajo la historia
del amor asumido como exilio echa raíces la historia de la tribu
dispersada por los cuatro vientos, la historia del nosotros que se
aloja en cada yo salido de madre, re/unión de los cuatro elementos y
de las cuatro personas: ``Porque somos uno somos cuatro./ El tres para
sobrevivir./ El dos para amar./ El uno para el Uno.'' En el
Canto a mí mismo (Song of my self), Walt Whitman evoca
una genealogía de colonizadores: ``Me engendraron padres que nacieron
aquí,/de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí, de
padres hijos de esta tierra y de estos vientos también...'' Angelina
Muñiz-Huberman celebra el linaje de los exiliados, la comunión de los
que han sobrevivido para garantizar la persistencia del hombre
deseante; comunidad humana, sin edicto de expulsión, en la que los
otros son un yo como yo, hijos de padres que ``se escondieron,
huyeron,/se disfrazaron, escaparon,/pero no murieron.'' Este es el
semen prometido, la fértil obsesión del exiliado. Obsesión de todos,
inscrita en el diorama de un siglo atestado de crímenes y
destierros. No importa dónde estamos, lo que importa es que estamos:
``Vivir se puede en cualquier parte./En una caja de cristal./En un
cuarto de hotel./En un camastro de cuarto de concentración nazi.''
Cada quien viaja con su escalera bajo el brazo; cada uno elige su forma de vivir la espera. En esta casa hospitalaria, en el enorme hospital que es el mundo, el escritor se entrega al encantamiento de la espera. Este es su humilde oficio: esperar y consentir que las palabras alcancen su propia libertad. Porque no hay nada que ordenar: los nombres esenciales aluden a un comienzo y un fin que no admiten ningún orden: la flor y la ola son un No Orden -y sin embargo sus apariciones nos descargan un poco del verdadero peso del exilio: lo inevitable de todo devenir. Ola y flor, acantilado, enredadera: nombres que no son respuestas. Para el que escribe no hay respuestas. El poeta entiende que no entiende. Por eso escribe. Como ``La extranjera'' de Alexis Saint-Leger, Angelina Muñiz-Huberman entona en este libro ``un cántico de gracia para la espera''
Charles Nicholl,
La ruta de la coca. Un
viaje por Colombia
y por el submundo del tráfico de
cocaína,
Ediciones B,
Barcelona, 1998.
Cuando, a principios de los años ochenta, el periodista británico Charles Nicholl regresó a Colombia, azuzado por su editor, iba en pos de la Gran Historia de la Cocaína, un reportaje que, instantáneamente, lo convertiría en celebridad. Diez años atrás, Nicholl había estado en el país siguiendo las huellas de don Juan Matus en el puerto de Santa Marta. En aquel tiempo vivió en un modesto restaurante, el Palacio de las Frutas -título original del libro-, cuyo dueño, Julio, le rentaba una habitación y, cuando el dinero de Nicholl escaseó, una simple hamaca. En ese tiempo, el periodista conoció por vez primera el mundo del tráfico de cocaína y hasta participó en una frustrada negociación de compraventa como auxiliar de un paranoico traficante neoyorquino.
Sin embargo, durante su segundo viaje -realizado bajo el gobierno de Belisario Betancur-, Nicholl no sólo escarbó en las entrañas del submundo -quizá sería mejor llamarle universo- del tráfico de cocaína en Colombia (gracias a los contactos de uno de sus antiguos compañeros, el falso escocés Augustus McGregor), sino que acompañó a éste en un viaje hacia la locura que nos recuerda al vívido y oscuro relato conradiano. McGregor, a quien Nicholl encuentra oculto en un pringoso cuarto arrabalero, descubrió una organización que introducía en Bogotá cocaína de excepcional calidad, la Snow White, y le siguió el rastro hasta toparse con el cuchillo de un matarife o quizá sicario. Esta empresa ilegal podría ser tanto la invención delirante de su amigo como un hecho real, y el autor decide seguirle la pista, la cual lo conduce a dealers, traficantes menores y a un matadero citadino. Luego, tras perder al enloquecido McGregor en la zona del Chocó, Nicholl vive en carne propia el terremoto que azotó a la ciudad de Popayán y viaja hacia la costa, de nuevo a Santa Marta, donde se hace pasar por enviado de la mafia inglesa. Allí conoce el destino final de la Snow White; se adentra en la península Guajira -paraíso de los narcotraficantes- y se convierte, una vez descubierta su verdadera personalidad, en correo dentro de los muelles santamartianos -pagando así su deslealtad-, poco antes de escapar a un mundo donde el consumo de la hoja de coca tiene otro sentido, más elevado quizá, pero sagrado y ritual en todo caso: los territorios indígenas de la Sierra Nevada.
A grandes rasgos, este es el periplo de Nicholl, emocionante por momentos, tanto o más que un buen thriller: el autor desciende a los infiernos del narcotráfico y regresa con un retrato íntimo y a la vez terrible, pero profundamente humano. Si no llega al grado de admirar a algunas de las criaturas con las cuales tropieza, sí siente un gran respeto por su forma de ser. A la manera de un antropólogo participativo, Nicholl consume cocaína tanto en polvo como fumada -en la forma conocida como ``bazuco''- y, tal vez por este hecho, su narración resulta por momentos tan aprehensiva y angustiante como ha de ser la vida de quienes pueblan esas zonas oscuras y tan poco conocidas.
No obstante, más allá de los escándalos que el texto pudiera suscitar, especialmente para los colombianos, la verdad es que el viaje de Nicholl termina por ser un gran fresco de la vida en los trópicos, es decir en países como el nuestro, donde la modernidad, el narcotráfico, la violencia, la corrupción y una profunda trivialidad, compiten, se entremezclan y dan origen a una realidad alucinante y, la más de las veces, amenazante
Rubem Fonseca,
Los mejores
relatos,
Alfaguara,
México, 1998.
Uno quisiera continuar leyendo, pero en la página 532 se termina Los mejores relatos, de Rubem Fonseca (Brasil, 1925). Y queda la idea de que se ha leído a uno de los más audaces, dotados y atractivos escritores contemporáneos, no sólo del Brasil, sino de todo el continente. A México llegaban noticias de Fonseca en la revista El Cuento, de Edmundo Valadés. Alguien tenía el libro de relatos Los prisioneros (1963), alguien más atesoraba El collar del perro (1965) en portugués. Felizmente se pudo conseguir en librerías Feliz año nuevo (1975). Luego de que se agotó la edición española (Alfaguara) y se volvió inconseguible, apareció el contundente El Cobrador (1979), en Bruguera, con el que sucedió lo mismo. Cal y Arena y Seix-Barral se encargaron de publicar las novelas y algunos otros títulos. La primera ya distribuye el más nuevo libro de cuentos, Historias de amor (1997) y una novela breve: Del fondo del mundo prostituto sólo amores guardé para mí puro. Para fortuna de los lectores de Fonseca, aparece ahora, en un solo volumen, la casi totalidad de los libros de cuentos del autor brasileño.
La importancia de
Fonseca como narrador tal vez radique en que atina a reflejar, con
precisión dolorosa, el drama de los seres humanos en las grandes y
sobrepobladas ciudades actuales; en saber captar la violencia que
provocan los brutales contrastes sociales en países como el suyo; y en
plasmar estos conflictos, a veces, con un extraño y frío humor más que
negro. Pero sobre todo, Fonseca se distingue por ser un renovador del
relato breve, género en el que se aplica de modo obsesivo al
despojamiento de su texto, al adelgazamiento de todo elemento que
lastre o entorpezca la narración. Fonseca es, aunque parece no
aceptarlo, artesano minucioso de la forma, un constructor de
personajes memorables, casi todos atrapados en su excentricidad, que
en ocasiones mueven a risa, pero casi siempre ponen los pelos de
punta. Sin ser un autor preocupado por la moral social o individual,
subraya pertinazmente las fallas sociales que pueden estallar un mal
día y alcanzarnos a todos. Por supuesto, en este grueso volumen
-prologado con acierto por Romeo Tello Garrido- hay relatos
predilectos pero destacan, por orden cronológico, ``El enemigo'',
``Feliz año nuevo'', ``Amarguras de un joven escritor'', ``El
Cobrador'', ``Pierrot de la caverna'', ``El juego del muerto'', ``El
enano'', ``Placebo''... en fin, empezando el grueso volumen por donde
sea, el lector recibe un deslumbramiento de realidad, una exhibición
de economía y eficacia en el acto de narrar. La escritura de Rubem
Fonseca no tiene pierde.
Félix Suárez,
En señal del
cuerpo,
Praxis, Instituto Mexiquense de Cultura y
Consejo
Estatal para la Cultura y
las Artes de Chiapas,
México, 1998.
Félix Suárez, experimentado poeta de trayectoria sólida, en el apacible refugio provincial se ha entregado a la difícil y maravillosa tarea editorial, de la que han surgido la excelente revista Castálida y Los cuadernos de Malinalco, editados en coordinación con nuestro muy querido amigo Luis Mario Schneider, recién partido a un mundo cuyo destino todos llevamos inevitablemente a cuestas.
Félix Suárez obtuvo el Premio Internacional Jaime Sabines 1997 con un libro de inquietante y magnético título: En señal del cuerpo, que en forma inmediata nos remite a las señas, marcas o emblemas inmemoriales que nos fueron impuestos; la primera, la muerte en definitiva. Pero no sólo ésta: en la Biblia, los estigmas nos fueron dados desde el momento mismo de la creación; se nos otorgó la carga del pecado y el sufrimiento. Al decir inquietante y magnético, qué puede serlo más sino el cuerpo, objeto de la primera infamia a la que fuimos sometidos.
Félix Suárez nos presenta una poesía de fin de siglo y de milenio que, emparentada con Omar Kayyam, podríamos definir como poesía de voluptuosa desesperanza. Desde el primer poema, el poeta define el hilo conductor de todo el libro: la vida como instante de dicha pasajera, ya anunciada en el primer verso: ``En este el mismo aire'', es decir, lo volátil, lo inasible. De ahí su gozosa propuesta:
Holgarse con los pies hundidos en el
agua
Hartarse de los besos y los vinos de tu amada.
Saciar el
corazón contrito, la carne ciega.
Y que no haya más afán
ni más
temor en nuestros días.
En la primera parte del libro, titulada ``A la sombra del Eclesiastés'', Suárez recrea, con un lenguaje a la vez antiguo y tan nuevo, las reflexiones de Cohelet, hijo de David, que reinó en Jerusalén. Decía Genet: ``todo se ha dicho, pero como somos sordos es preciso volverlo a decir''; así Suárez nos recuerda que ``todo es pura vanidad, puro correr tras el viento'', y agrega:
Por eso hoy me he quedado en cama,
inmóvil,
sin hablar,
y me he puesto a recordar de pronto
los
mustios girasoles de septiembre,
la mancha roja que dejaron en tu
falda.
Luis Mario Schneider afirmaba: ``Condición del hombre fue siempre vagar, recorrer senderos, condición del tiempo de esta vida porque se está de paso para la otra, para la eterna.'' Efectivamente, el cuerpo y su tránsito fugaz en la tierra invitan al poeta a disfrutar de las minucias del instante, porque sabe muy bien que el destino del hombre es incierto, aciago e irrepetible. Después de acumular una inmensa sabiduría y descubrir que todo encierra vanidades y más vanidades, Cohelet nos persuade para temer a Dios y guardar sus mandamientos; en cambio, el poeta se aparta de una religiosidad totalitaria que se sustenta en la prohibición y la obediencia incondicionales para reconocerse, no como criatura o rival de Dios, sino como un simple hombre mortal cuya tarea es también simple, y así dice:
...cómo ignorar que es éste
y no otro mi
destino:
ensortijar pequeñas cuentas,
diminutas piedras de
río.
Kant señaló que comer el fruto prohibido representa la superación del instinto y que la caída es un progreso, una liberación: el paso irreversible de la tutela de la Naturaleza al estado de libertad. En la segunda parte del libro, ``Ropa de cama'', Félix Suárez se presenta como un hombre libre que dirige su voluntad para asumirse también como un hombre erótico que se regodea ``como un adolescente sin palabras/al que de pronto lo despierta el mar y su jadeo'' y que, insaciable, una vez iniciado en el gozo de la carne no le basta el solo descubrimiento; da constancia del acto sublime que es el postcoito, y así, con la naturalidad de quien es libre y determina su voluntad, no limita su ardor febril y nos ofrece, en cinco poemas, cinco actos postcoitales y los ``Nocturnos para Desdémona''.
Cierran el libro ocho poemas agrupados bajo el título ``Adherencias'', que vienen a ser una especie de epílogo, ya que una vez incendiado, hartado, el poeta es consumido por los estragos de la voluptuosidad, dando paso a la desesperanza, ya que ``Se enturbian así de pronto las noches y los días'' y sólo quedan saldos de ``Rastros de cerdos y comida rancia por el suelo''. Afirmando que no tendrá ``...sitio alguno/ni hora amarga y suficiente/para llorar lo justo'', concluye: ``Así que en esto acaba todo,/me pregunto.'' Con este libro, Félix Suárez nos presenta una poesía alejada del mentido culturanismo y de una falsa inventiva de la palabra, porque su poesía se afirma en la luminosidad de la poesía que se basta a sí misma.
Crónicas
Los çngeles del Infierno. Una extraña y terrible saga, Hunter S. Thompson, 2» edición, Col. Contraseñas, Ed. Anagrama, Barcelona, 1998, 302 pp.
Crónicas de viaje
Lugares que pasan. Paseos IV, Adolfo Castañón, Col. Cuadernos de viaje, CONACULTA, México, 1998, 259 pp.
Divulgación científica
La eutanasia, Arnoldo Kraus y Asunción çlvarez, Col. Tercer milenio, CONACULTA, México, 1998, 63 pp.
Ensayo (cinematográfico)
El cine imaginario (Hollywood y su genealogía secreta), Daniel González Dueñas, Col. Biblioteca, Universidad Veracruzana, México, 1998, 270 pp.
Ensayo (histórico)
El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, Carlo Ginzburg, Col. El ojo infalible, Muchnik Editores / Oceano, 1998, 255 pp.
Ensayo (literario)
La precisión de la incertidumbre: Posmodernidad, vida cotidiana y escritura,Lauro Zavala, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 1998, 157 pp.
Los espacios pródigos, Esther Hernández Palacios, Col. Biblioteca, Universidad Veracruzana, México, 1998, 171 pp.
Una especial elegancia. Narrativa mexicana del porfiriato, John Bruswood, serie El estudio, textos de Difusión Cultural, UNAM, México, 1998, 149 pp.
Vientres troqueles. La narrativa de Sergio Pitol, Alfonso Montenegro, Col. Biblioteca, Universidad Veracruzana, 1998, 186 pp.
Entrevistas
Noam Chomsky habla de América Latina y México, entrevistas de Heinz Dieterich, prólogo de Luis Javier Garrido, Col. El ojo infalible, Oceano, México, 1998, 206 pp.
Libros de arte
Leonora Carrington. Historia en dos tiempos, Lourdes Andrade, Círculo de Arte, CONACULTA, México, 1998.
Enrique del Moral. Un arquitecto comprometido con México, Louise Noelle, Círculo de Arte, CONACULTA, México, 1998.
Tlatilco. De mujeres bonitas, hombres y dioses, Roberto García Moll y Marcela Salas Cuesta, Círculo de Arte, CONACULTA, México, 1998.
Narrativa
El retrato de Dorian Grey, Oscar Wilde, traducción y prólogo de Ricardo Baeza, Col. Clásicos Universales, Losada Oceano, Barcelona, 1998, 289 pp.
La guerra de las imaginaciones, Doc Comparato, Col. Autores latinoamericanos, Planeta, México, 1999, 258 pp.
Peribánez y el Comendador de Ocaña / El mejor alcalde, el Rey, Lope de Vega, prólogo y notas de çngel Mazzei, Col. Clásicos Universales, Losada Oceano, Barcelona, 1998, 236 pp.
Salón de belleza, Mario Bellatin, Col. Andanzas, Tusquets Editores, México, 1999, 73 pp.
Poesía
Catálogo de criaturas licenciosas, Juan Jorge Ayala, serie Letras poblanas, Col. Tercer milenio, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 1998, 58 pp.
De la parva y otras intenciones, Juan José Ortizgarcía, Col. Asteriscos, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 1998, 83 pp.
Guarda, Alberto López Fernández, Col. El Clan, núm 1, Libros del Umbral, México, 1998, 79 pp.
Los desvanes del invierno / In den Winterkammern, Joachim Sartorius, edición bilingüe, traducción de José F. A. Oliver, Ediciones El Tucán de Virginia, México, 1999, 127 pp.
Pétalos de viento, Gilda Cruz Revueltas, Praxis, México, 1998, 52 pp.
Poemas de amor del antiguo Egipto, Versión de José Luis Rivas, Col. Ficción breve, Universidad Veracruzana, México, 1998, 87 pp.
Revistas
Estudios cinematográficos, Revista de actualización técnica y académica del Centro de Estudios Cinematográficos, Animación, artículos. Animación digital; Stop Motion; Arcilla para modelar, entre otros; año 5, núm. 15, febrero-abril, México, 1999.
Pauta. Cuadernos de teoría y crítica musical, Artículos: ``Ponce por Ponce'', Urbina y Miranda; ``Gershwin por Gershwin'', De la Colina y Helguera, entre otros; Vol. XVII, núm. 68, octubre-diciembre, México, 1998.
CG-T