Masiosare, domingo 4 de abril de 1999
La redefinición ideológica. La plena democratización de los procesos de selección de dirigentes y candidatos. La emancipación del poder presidencial. La reconstitución en un verdadero partido político.
La ``reforma'' del PRI, en síntesis, no ocurrirá este sexenio.
Cinco presidentes en cinco años y nada. El PRI llega al final del sexenio más sometido al gobierno que nunca.
El reloj marca un cinco para las doce en la hora del PRI. Líder habemus, dicen en su cúpula.
Sí. Pero las promesas de celebrar una asamblea nacional -antes de que concluyera este año- y abrir una discusión a fondo sobre las limitaciones estatutarias que impiden a los ``presidenciables'' del gabinete entrar a la contienda por la candidatura se quedarán en eso.
Una reforma del partido, pues, imposible en esta coyuntura.
Hace once meses Esteban Moctezuma y José Antonio González Fernández fueron integrados al gabinete presidencial y automáticamente se ganaron su lugar en la lista de ``presidenciables''.
``¿Cuál de los dos será el tapado?'', se preguntaban entonces, más en broma que en serio, periodistas y politólogos.
Aparentemente, ninguno de los dos.
Pero ambos son ejemplos de la paradoja priísta: de la injerencia presidencial, cuando más reclaman independencia las estructuras partidistas. De la inexistencia de la ``sana distancia'' y del sojuzgamiento de la clase política al poder presidencial... a pesar de las promesas de acabar con ambos estigmas.
Justo hace un año, en Acapulco, ocurrió uno de los gestos más elocuentes del sexenio del presidente Zedillo.
Un grupo de diputados locales le demandaban que el candidato a la gubernatura de Guerrero fuera seleccionado democráticamente.
El les respondió que había ordenado a Mariano Palacios Alcocer que le cortara el dedo.
Ni tres semanas duró la amputación. El 13 de mayo Zedillo integró a su gabinete a Esteban Moctezuma y a González Fernández. Y mandó al PRI a Carlos Rojas, que tenía la misión de contener los ímpetus de Manuel Barttlet y limpiar los caminos de la sucesión presidencial, en mancuerna con Palacios Alcocer.
Parece que no se pusieron de acuerdo y ambos fracasaron.
González Fernández tiene ahora la oportunidad de refrendar el buen juicio que de él tiene el Presidente: ``Tiene vocación, atributos profesionales y talento político''.
``Es un suceso inédito'', ``vivimos nuevos tiempos'', ``hay apertura y democracia hacia adentro'', ``el PRI se ha vuelto a colocar a la vanguardia''.
Son las opiniones de ``distinguidos priístas'' -contenidas en el boletín 064, de la Coordinación de Prensa del CEN-, en un ejercicio de autoelogio, de presentación de una supuesta democratización interna en la designación de su directiva.
Pocas cosas se pueden destacar del proceso interno.
No se puede decir que el PRI haya roto el molde ni mucho menos.
No es la primera vez que el PRI convoca a la elección de su dirigente nacional. El mecanismo -exactamente igual- fue utilizado en 1990, cuando Luis Donaldo Colosio se religió como presidente nacional.
Esa vez, como ahora, se disimuló la imposición presidencial. Y en reunión extraordinaria del Consejo Nacional se aprobó abrir el registro de candidatos a los cargos de presidente y secretario general. Esa etapa duró tres días.
El Consejo Político, presidido por Celso Humberto Delgado, convocó a un grupo de ``distinguidos priístas'' a servir de ``garantes'' de la limpieza del proceso.
Esa vez participaron: Alfonso Martínez Domínguez, Humberto Lugo Gil, Pedro Zorrilla, Octavio Sentíes y Luz del Carmen López. Ahora estuvieron: Griselda Alvarez y Fernando Solana, entre otros.
En ambas ocasiones, la elección fue de mero trámite. Hace nueve años, porque Colosio fue el único que se inscribió...
En ambas ocasiones, dirigentes, funcionarios y gobernadores priístas cerraron filas. Por ``disciplina'' aceptaron que su directiva nacional les fuera impuesta por el Presidente. Sólo que ahora, en vísperas de la sucesión, el signo resulta por demás ominoso.
El presidencialismo y la sumisión de los priístas, como antaño.
Martes 30. 18:07. El rito comienza.
La sesión extraordinaria del Consejo Político Nacional empieza con un quórum justo. Están 265 consejeros, de 344 posibles para dar curso a la orden del día, de un solo punto: la elección de la nueva directiva.
Al centro del auditorio Plutarco Elías Calles hay una gran urna transparente. Detrás, las cuatro mesas receptoras de votos y a los lados, dos mamparas.
En bloques de diez, los consejeros pasan a recoger su boleta. Como se aplicó el principio de ``un elector, un voto'' se les permitió votar sólo con la presentación de una credencial especial que les fue entregada al momento del registro.
Media hora se lleva el ritual. La mitad emplean los escrutadores -Laura Pavón y Pedro Vázquez Colmenares- en contar las boletas.
A las 19:04, Alfredo Femat, titular del Comité Electoral Interno, pide a Gonzalo Martínez Corbalá que informe a la asamblea ``con cuántos votos se eligió a la fórmula que participó''.
Hubo 262 votos a favor y 26 abstenciones. Tres consejeros no depositaron su boleta.
Se declara un receso, en espera del arribo de los ungidos. Mientras, Celso Humberto Delgado explica que González Fernández asumirá sus funciones el 1o. de abril. Que se abre un periodo de ``interrégido'' (sic) donde la responsabilidad aún es del presidente saliente, aunque la representación formal ya no es suya.
El nuevo presidente llega a las ocho. Sin más trámite, rinde protesta y lee su primer mensaje político.
Ya se conoce su estilo -de lectura atropellada, sin pausas- y no falla el pronóstico: 45 minutos de oratoria hueca, de enunciados comunes. Carente de argumentos.
Quizá por eso, la única evocación teórica es al discurso que el presidente Zedillo lanzó el pasado 4 de marzo. Y como Zedillo hizo esa vez, lanzó advertencias.
``El partido no será rehén del chantaje de quien no tenga el arrastre o la fuerza necesaria para acceder democrática y estatutariamente a alguna candidatura... el actuar de todos debe someterse a las normas... las reglas serán claras, los órganos confiables y el proceso transparente... Sepamos ganar y sepamos perder, con lealtad al partido, a nuestras convicciones y a nuestra trayectoria partidista... el PRI avanzará en la democracia interna, pero lo hará para fortalecerse. Para unirse, no para dividirse''.
Con la batalla del 2000 casi enfrente, González Fernández habló largo sobre la conducta que marcará al PRI en los meses siguientes:
``No pondremos en riesgo la estabilidad, la paz y la gobernabilidad de México en una elección. No arriesgaremos la democracia de nuestro país... el PRI quiere ganar, pero no quiere eliminar o desaparecer a sus adversarios. El PRI acepta y respeta a los otros partidos. Por encima de las preferencias partidistas y electorales hay muchos elementos de unidad nacional''.
La democracia -dijo- no pasa por la derrota del PRI ni la transformación democrática culmina con la derrota del PRI.
``La democracia pasa por las leyes y las instituciones; por la participación de la ciudadanía, por la tolerancia, el diálogo y el respeto. La tansformación democrática culminará cuando todos aceptemos la existencia y el triunfo del otro sin descalificaciones''.
Y se lanzó al futurismo:
El triunfo del PRI en el 2000 será ``por la buena, con la ley en la mano, sin trampas''.
Sobre la relación con el Presidente de la República, no mostró pudor:
``Será como ha sido hasta ahora. No será una relación vergonzante u oculta... como no lo es en el caso de otros gobernantes, que además de ocupar cargos de elección, son los líderes naturales de sus partidos''.
La esgrima verbal de González Fernández luce más cuando se lanza sobre la oposición -``no bastiones de la oposición ni contrincantes invencibles, así lleven dos o doce años en campaña''-, y promete que el PRI ganará las elecciones en Nayarit, el estado de México y Coahuila, y que recuperará los estados donde gobierna la oposición.
``Que los otros partidos se acostumbren a seguir viendo al PRI por muchos años más y que aprendan a participar en la democracia ganándole al PRI, pero también perdiendo ante el PRI. Hay PRI para el 2000 y muchos años más''.
Es un texto sin membretes. De apenas trece párrafos, a renglón cerrado.
Está fechado el 25 de marzo, pero fue entregado un día después en la oficina de Gonzalo Martínez Corbalá.
En su parte medular, dice:
``... presentamos ante usted la renuncia al registro de nuestra fórmula para contender en el proceso interno para la elección de la directiva nacional del PRI, en razón de que no se dieron las condiciones de equidad real y formal para garantizar un proceso democrático, libre y transparente''.
Las rúbricas de Rodolfo Echeverría y José Luis Soberanes.
La bitácora
Un informe que entregó Alfredo Femat López a Gonzalo Martínez Corbalá y a los consejeros políticos contiene una bitácora exacta de los últimos sucesos en el PRI:
La renovación de la directiva arrancó con la publicación de la convocatoria. En los plazos legales se inscribieron las fórmulas encabezadas por González Fernández y Echeverría Ruiz. Cumplieron con los requisitos y sus registros fueron válidos.
El 23 de marzo, ``por su propia y libre voluntad'', ambas fórmulas suscribieron un Compromiso de Unidad y Solidaridad Partidista; acordaron sostener un debate ``de alto nivel'', esquivar descalificaciones personales, y sujetarse a las modalidades de proselitismo establecidas con la Comisión para el Desarrollo del Proceso Interno.
Al día siguiente, sus representantes validaron, ante notario público, las boletas, el padrón de consejeros y las urnas; hicieron propuestas de las modalidades de la campaña de proselitismo... y acordaron realizar un debate, con un formato ``consensado''.
En el informe se cita que el 25 de marzo, en un foro organizado por la Confederación Nacional Campesina, Echeverría Ruiz informó de su retiro del proceso. Fue una manifestación -se detalla- ``con naturaleza jurídica de ser pública y notoria''.
También se refiere que Palacios Alcocer no encontró motivos para la renuncia en la actuación del CEN, pues ``los órganos estatutarios han cumplido escrupulosamente y realizaron esfuerzos permanentes para que ambas planillas superaran sus diferencias'', y que exhortó a Echeverría Ruiz a mantener ``el valor de los compromisos suscritos''.
Al día siguiente, se concluye, Martínez Corbalá recibió la renuncia de Echeverría y Soberanes.
``Queremos un partido fuerte. Un partido unido. Un partido firme y tolerante.
Un partido de diálogo y debate. Proponemos democracia interna, con reglas claras para todos, eficacia, unidad y cohesión interna''.
Esos son los principales postulados que la fórmula González Fernández-Sauri Riancho difundió en la minigira que realizaron el pasado fin de semana para presentar su candidatura.
Puros enunciados.
Enuncia, por ejemplo, lo que ellos definieron como las ``líneas estratégicas'' de su programa de trabajo:
Hay que colocar al PRI ``a la vanguardia de la transición política del país; fortalecer la unidad interna y prepararnos para el 2000; construir con el consenso de todos, reglas claras y transparentes para nuestros procesos democráticos internos; evitar las fracturas y privilegiar políticas incluyentes...''
Sacudido el partido con las renuncias de Mariano Palacios Alcocer y Carlos Rojas Gutiérrez, apenas y se notó que el Consejo Político Nacional comenzó con la difusión -desde hace dos semanas- de los primeros resultados de la consulta nacional que desarrolló para la reglamentación del proceso interno con el que elegirá candidato a la Presidencia.
Al parejo de estas consultas, desde finales del año pasado hay en el PRI un ejercicio formal para elaborar las normas.
El esfuerzo ha sido conducido, desde hace cuatro meses, por Gonzalo Martínez Corbalá desde la presidencia de la Comisión Nacional para el Desarrollo del Proceso Interno.
En esa oficina se ha construido ``la columna vertebral de un proyecto base'' que consiste en ``un conjunto articulado de hipótesis'' a incluir en la convocatoria:
- Deben evitarse omisiones iniquitativas o excesos inesperados.
- Debe abordarse el desarrollo equilibrado y ético de las campañas, la organización del tribunal de impugnaciones y de un ágil sistema contencioso que salvaguarde los derechos de los militantes y garantice pulcritud y justicia.
- Hay que tipificar sanciones para castigar iniquidades e indisciplinas, así como explicitar la posibilidad de impugnación.
- Además de la iniciativa personal, la campaña interna debe contemplar el proselitismo conjunto.
- Hay que abir espacios a la pluralidad interior, lejos de dogmatismos y sectarismos.
Las hipótesisLa elección del candidato del PRI a la Presidencia de la República podría ser por cualquiera de estas tres formas:
Por convención de Consejeros Políticos. Como existen tres categorías de consejeros -nacionales, estatales y municipales- debería contemplarse ese universo o, en su defecto, considerar una a una selección proporcional y representativa de ellos.
Si se escogiera esta opción, deberían abrirse convenciones regionales, en diferentes sedes, pero de manera simultánea.
Por convención de delegados. El punto a discernir en esta posibilidad es la elección de los delegados. Tres son las opciones: que fueran electos por voto directo, que fueran seleccionados ``por insaculación'' o que hubiera ``nombramientos reservados'' para dirigentes, funcionarios públicos, legisladores y representantes nacionales y estatales de los sectores.
En un esquema tradicional, en una convención, los delegados emitirían su voto libre y secreto, y el escrutinio sería público y abierto, en mesa receptora de la convención.
Pero la convocatoria podría especificar que los delegados sean portadores de un voto emitido en las esferas en las que fueron electos.
Consulta Directa a los Militantes. Participarían todos los electores afiliados al partido. Sufragarían en mesas receptoras ubicadas en las secciones y la votación se computaría mediante escrutinio público y abierto. Se ganaría por mayoría relativa.
El proceso se desarrollaría de manera ``descentralizada'': la logística -instalación de mesas receptoras, funcionarios de casilla, acreditación de representantes, etcétera- quedaría en manos de comisiones estatales.
Operarían las previsiones similares de un proceso constitucional. El cómputo se haría a partir de sumas municipales, primero, que se integrarían a un cómputo estatal, para concluir en un cómputo nacional.
Calificaría la elección Comisión Nacional para el Desarrollo del Proceso Interno.
Concluiría con una sesión especial del Consejo Político Nacional o, de considerarlo dicho órgano, con una asamblea nacional informativa para la toma de protesta del candidato.