Carlos Bonfil
Historia americana X

El tema de la confrontación bélica domina hoy los titulares de los diarios y tiene un reflejo oportuno en más de una cinta en cartelera, desde Rescatando al soldado Ryan, hasta La vida es bella o La delgada línea roja. La actual intervención militar en Yugoslavia revela asimismo la persistencia de proyectos totalitarios, propios de épocas más sombrías, como la llamada purificación étnica en la región balcánica. Atento a este clima de intolerancia creciente, el joven realizador británico Tony Kaye elige para su primer largometraje dirigir la mirada hacia zonas de conflicto más cercanas, más reconocibles para el gran público, como las guerras étnicas en el interior de un país: el odio racial en Estados Unidos, nación que se autoproclama "exportadora de democracia".

Historia americana X (American History X) relata las experiencias de dos hermanos en la ciudad de Los Angeles, muestra sus lazos con una organización neonazi, y el conflicto moral que en su familia provoca la situación de Derek Vinyard (Edward Norton), el hermano mayor, quien transita de la vociferación racista a una violencia criminal por la que es finalmente encarcelado. Con precisión casi documental, Kaye elabora una pequeña radiografía del fanatismo de los cabezas rapadas (skinheads) estadunidenses, sus formas de organización, su estilo de "reclutamiento" de nuevos adeptos, su vocación tribal, y su ambición de internacionalizar sus fobias domésticas por vía de la Internet. La idea es interesante, aunque el realizador se limita a presentar sólo sus aspectos más obvios, resumidos en una galería de freaks fascistoides, más parecida a una secta religiosa que a una organización política, comandados todos por un ser de fisionomía siniestra, como aquellas mentes diabólicas en películas de crimen de la serie B, que ocasionalmente afectaban un acento germánico para subrayar su ignominia.

Hay retratos fílmicos mucho más finos, y a la vez contundentes, de estos grupos de extrema derecha, como la película australiana Romper stomper (Cabezas rapadas, 1992), de Geoffrey Wright, o Made in Britain (1982), de Alan Clarke, estelarizada por Tim Roth. Sin embargo, la cinta de Kaye acierta en terrenos más delicados, como el retrato del personaje central, que interpreta de manera notable Edward Norton (nominado al Oscar por esta actuación) y su relación con Danny (Edward Furlong), el hermano adolescente que lo admira. Esta relación remite a otra muy similar en un drama oscuro, muy poco apreciado, del joven cineasta independiente James Gray, Little Odessa (Pequeña Odessa, 1994), también con Edward Furlong, y con Tim Roth como el hermano mayor deseoso de mantenerlo alejado de la mafia rusa neoyorquina. En ambas cintas hay una madre enferma, un ominoso clima de desintegración familiar, y un ritual de inmolación como desenlace trágico.

Esta visión crepuscular de Estados Unidos también guarda parecido con las crónicas sociales de Spike Lee, particularmente Hermanos de sangre (Clockers) o Haz lo correcto (Do the right thing), pero Tony Kaye no alcanza, ni en sus mejores momentos, la eficacia dramática de Lee ni la contundencia de su lenguaje visual. Y aunque en ambos cineastas la postura moral es determinante, Kaye carece del ímpetu predicador de Lee, de su rabia moralista, de tal suerte que su película parece tibia en comparación y poco convincente su mensaje final. Historia americana X llega así a parecer la fábula de dos hermanos fundamentalmente buenos que de alguna manera llegaron a obrar mal por un tiempo. Los temas de la culpa y la redención se manejan de forma muy esquemática, sin la elaboración dramática que pudiera darles mayor credibilidad y consistencia.

Hay por supuesto secuencias notables donde brilla la eficacia de Kaye, director y fotógrafo. Una transcurre en un pequeño supermercado donde los cabezas rapadas atacan y humillan, con sulfurosas expresiones de desprecio, a comerciantes mexicanos de Venice Beach, California; otra, frente a la casa de Derek Vinyard describe el ajusticiamiento de dos negros con una escena macabra al borde de una banqueta. Y a lado de todo esto, una presencia formidable, la de un prisionero negro (Guy Torry) que con lucidez y humorismo completa la educación sentimental de Derek Vinyar. ("Aquí en la cárcel, el negro eres tú", le explica tranquilamente). Hay mayor fuerza en los juegos verbales de este personaje (para quien la añoranza del sexo es superior al desprecio racial), que en toda la retórica liberal que dispensa Sweeney (Avery Brooks), maestro negro de historia de los dos protagonistas. Se dice que hubo muchos problemas en la posproducción de esta cinta y tal desacuerdo del director con el montaje final, que éste amenazó con retirar su nombre de los créditos. Esto explicaría parcialmente algunos de sus problemas o ciertas insuficiencias dramáticas; sin embargo, son muchos los momentos en que Tony Kaye demuestra en esta opera prima su dominio del oficio, su destreza en el manejo de actores, la solidez de un punto de vista, y en que finalmente sugiere sus estupendas posibilidades de desarrollo.