La Jornada viernes 12 de marzo de 1999

Raúl Ross Pineda*
Doble nacionalidad y voto extraterritorial

La demanda del derecho de voto para los mexicanos en el extranjero actualmente está inscrita en el marco de la lucha por la democratización de México. Está emparentada históricamente a las luchas del siglo pasado por el derecho de votar para los analfabetas y los desposeídos y, en el siglo presente, con las del voto para las mujeres, los jóvenes menores de 21 años pero mayores de 18, y los líderes de cultos religiosos. La ampliación del electorado a cada grupo social previamente excluido, cada paso hacia una real universalidad del sufragio -al igual que ahora-, ha debido superar los conservadurismos antidemocráticos de la temporada correspondiente.

Sonaría ocioso repetir que el fortalecimiento del Partido Acción Nacional y el del neocardenismo en los 80 y 90, con el correspondiente declive del Partido Revolucionario Institucional, junto a la reciente credibilidad del trabajo de las autoridades electorales, inspiraron expectativas en nuevos creyentes del voto; sin embargo, esta mención viene al caso porque lo que es poco conocido es la simultaneidad con que esa nueva fe contagió a los mexicanos en Estados Unidos.

Según el investigador Arturo Santamaría, la petición del voto de los mexicanos desde el extranjero se remonta cuando menos hasta el movimiento vasconcelista de finales de los años 20. Pero hay que hacer notar que fue sólo a partir de la euforia electoral de los mexicanos de finales de los 80 en territorio nacional, que la demanda de voto en el extranjero se actualiza y empieza a cobrar fuerza.

Hasta hace unos cinco años, ni en Estados Unidos ni en México se percibía diferencia alguna entre nacionalidad y ciudadanía. Cuando se demandaba doble nacionalidad, esta expresión se usaba como sinónimo de doble ciudadanía y en ambos casos, se pensaba que el voto estaba incluido, y cuando se demandaba el voto, la nacionalidad o la ciudadanía estaban implicadas. Sin embargo, en la discusión que antecedió a la ley de ``no pérdida de la nacionalidad mexicana'' empezó a circular la versión de que una cosa era la nacionalidad y otra la ciudadanía. Resulta que se puede tener ``doble nacionalidad'' pero sin derecho a voto, porque el derecho a voto se reserva para los ``ciudadanos''; pero también se puede ser ciudadano y tampoco tener voto, por razones de domicilio.

El sufragio en el extranjero ha significado una prueba difícil para el Estado y las fuerzas políticas mexicanas, no sólo como un asunto estrictamente electoral, sino en términos de cómo abordar la relación más general de la nación mexicana con los mexicanos de allende las fronteras, especialmente con los avecindados en Estados Unidos. Desde el Tratado de Guadalupe Hidalgo hasta siglo y medio después, el gobierno mexicano prefirió, en pocas palabras, ignorar a los conacionales del norte del Río Bravo. Algunos investigadores, como el antropólogo Juan Manuel Sandoval, advierten que es a partir de los 60 cuando el gobierno mexicano empieza a voltear hacia esa población. Desde entonces se comienzan tímidos contactos, que posteriormente llegarían a cuajar en programas gubernamentales dirigidos a los mexicanos en el extranjero, hasta que esta vinculación alcanza su clímax en la reciente ``ley de doble nacionalidad''.

Otro progreso significativo de la relación entre los mexicanos de ambos lados de la frontera fue el acuerdo que en 1996 firmaron el Presidente de la República y los dirigentes de los principales partidos políticos, comprometiéndose a legislar para permitir el voto de los mexicanos en el extranjero.

Así las cosas, con la ``doble nacionalidad'' por un lado y el voto en el extranjero por el otro, en algún momento se pudo suponer un rencuentro feliz entre los mexicanos de ambos lados de la frontera. Estos serían los dos broches de oro para cerrar este siglo de relaciones de México con los mexicanos en Estados Unidos; el problema es que éstos resultaron ser de oropel. La ``ley de doble nacionalidad'' cumplió el 21 de marzo un año de vigencia sin haber encontrado siquiera 3 mil personas que quieran recuperar su nacionalidad mexicana. Por otro lado, el gobierno se arrepintió de lo firmado en el 96, por lo que es muy probable que no haya voto en el extranjero en las elecciones del año 2000.

* Raúl Ross es autor del libro Los mexicanos y el voto sin fronteras, recientemente publicado por la Universidad Autónoma de Sinaloa y el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista. [email protected]