La descolonización
africana no significó avance alguno para las mujeres, inclusive
trajo retrocesos enormes en la medida en que la especialización
exportadora de materias primas, agrícolas y minerales -que impusieron
los intereses de los colonizadores- con su consecuente intervención
indiscriminada sobre el medio ambiente, produjo fuertes cambios en los
patrones de vida de un continente donde el 80% de las mujeres trabajadoras
se concentran en pequeños núcleos del sector campesino.
La especialización intensificada de la agricultura redujo la
superficie de las áreas para el cultivo doméstico y quitó
la tierra a las mujeres, al mismo tiempo que intensificó la migración
de varones a las ciudades. En países como Senegal, Burkina Fasso
o Zambia, las mujeres tienen la total responsabilidad agrícola.
UNICEF estimó que las campesinas africanas (ese 80%) dedican
16 horas al día a la recolección en las épocas
del cultivo de café y cacao, además de tener que cultivar
-en tierras cada vez más lejanas de sus viviendas- para el consumo
familiar y de emplear unas seis horas al día para buscar agua,
recolectar leña y desarrollar las tareas domésticas. La
expectativa de vida para ellas era de sólo 48 años al
iniciar la década de los 80 y el analfabetismo alcanzaba a un
70% entre las mujeres.
La crisis del petróleo dejó exorbitantes ganancias a los
productores, mismas que fueron a dar a los bancos europeos y estadounidenses
que -a través del FMI, Banco Mundial y nuevos tratados euroafricanos
de "cooperación", como la Convención de Lomé-
impondrían, a principios de los 80, la regulación del
intercambio económico, esto es, el "ajuste estructural".
Para ello se impuso el control del nuevo poder de los bancos internacionales
(FMI y Banco Mundial) que, a través de préstamos y de
forzar la disminución de los gastos públicos, buscan que
se active una economía para el pago de la deuda anterior.
En los hechos, esta nueva etapa se hizo como si estuviera dirigida contra
los derechos de las mujeres y su bienestar. Aumentó la desnutrición
infantil y el acceso a la planificación familiar no alcanza a
cubrir al 10% de las mujeres en un continente donde la fertilidad es
de 6.6 hijos por mujer. Se ha perdido el pequeño control de la
mortalidad infantil que se había logrado. En la región
del Sahara la mortalidad materna es la más alta del mundo. El
aumento del SIDA entre las mujeres africanas es dramático; el
analfabetismo sigue alcanzando un 66% entre la población femenina;
la escolarización femenina llega a sólo la cuarta parte
de la masculina, aunque va en incremento.
Las estadísticas sobre las mujeres africanas son dramáticas,
sin embargo, se ignora otro de los grandes precios pagados por las mujeres:
el precio de la guerra. Para imponer su dominio colonial, Europa uso
e incentivó todo tipo de rivalidades entre las etnias africanas;
y después de la Segunda Guerra Mundial prefirió exportar
la guerra que sufrirla en carne propia (en los 70, el 20% de las armas
fabricadas por Europa fueron vendidas a Africa). Los hombres pelean
el poder haciéndose la guerra y las mujeres sufren el hambre
a causa de los desplazamientos, de la imposibilidad de cultivar, de
la destrucción de las tierras que aumenta las plagas y la sequía
(Etiopía, Sudán, Mauritania, sufrieron invasiones de langosta
que destruyeron su agricultura a causa de la imposibilidad de combatirla
en las zonas de la guerrilla). A esto se suman los genocidios, las violaciones
colectivas de mujeres de todas las edades, el aumento de la prostitución
infantil y juvenil.
Más crímenes contra las mujeres que son producto de un
desarrollo perverso basado en el incremento del comercio, cualquiera
que sean las mercancías intercambiadas.
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