n Teresa del Conde n
Novecento a Corrente
Sólo dos semanas más permanecerá en exhibición la muestra que corresponde al título de este artículo, integrada por 82 obras entre pinturas y esculturas todas procedentes de la Galleria Nazionale d'Arte Moderna de Roma, cuyo acervo permanente es especialmente rico en el periodo comprendido entre 1919 y 1946. La curadora Maria Stella Margozzi proyectó hace un año una exposición mayor, con idéntico guión, exhibida en lo que fue un fuerte español de la ciudad de L'Aquila, la capital cultural de los Abruzzi, situada unos 100 kilómetros al sur de Roma. Al mencionar ella el ''fuerte español" causó confusión en los medios, pues se pensó que se había mostrado inicialmente en España. L'Aquila fue dominio español, regido por la Corona de Aragón en el Reino de Nápoles. Aquel conjunto se dividió en dos secciones, una parte quedó para exhibirse en Bergamo y la otra es la itinerante que tiene aquí su sede inicial en América Latina, distribuida en el espacio de la sala Pellicer del MAM, con los lineamientos de Margozzi, según se estableció en un convenio.
Algunos de los pintores son conocidos internacionalmente (Balla, Carrá, De Chirico, Guttuso, Morandi, Severini, Marino Marini, Manzú, De Pisis) otros lo son menos, pero algunas de las obras que representan a estos últimos están quizá entre las mejores del conjunto, además las hay que son de relleno y sólo tienen como fin ilustrar géneros. Estos son diversos, como la naturaleza muerta Hospital (1927), de Felice Casorati, una interesante obra metafísica con ciertos remanentes cubistas; En la huella del pez rojo (ca. 1935), de Atanasio Soldati, uno de los mejores cuadros, hace evocar a Carlos Mérida y a Joaquín Torres García; La desposada (1934), de Emanuelle Cavalli, está entre las mejores y más gratas pinturas de toda la selección y dan ganas de conocer más obras de ese autor.
El Rapto de las Sabinas, de Franco Gentilini, es humorística, pues las sabinas portan atuendos pastoriles de principios de siglo y sus raptores quieren parecerse a los soldados romanos. El pintor representó allí el Foro Boario, con el Templo de Vesta y el de la Fortuna Virilis (que no existían aún en la supuesta época en que las sabinas fueron raptadas) haciendo horizonte.
Es interesante observar que los escultores proseguían modelos consagrados, como sucede con el desnudo femenino (1942) de Ernesto de Fiori, a lo Rodin, o el Adán (1914) algo cómico de Francesco Messina que se inspira en Donatello. Tanto esculturas como pinturas corresponden en su mayoría a adquisiciones realizadas mediante las cuatrienales de Roma, los premios de Bergamo, las bienales de Venecia y la muestra novecentista de Milán que auspició en los años veinte Margherita Sarfatti.
Debido a políticas de adquisición (los precios eran bajos) durante el fascismo, es que la Galleria Nazionale puede darse el lujo ahora de mantener representada la época simultáneamente en su edificio, sujeto a reacondicionamiento, y al mismo tiempo organizar exposiciones que se exhiben en otros sitios.
Es muy cierto, como dice Tibol en un reciente artículo, que varios de los artistas representados fueron fascistas o profascistas en tanto que otros se manifestaron abiertamente antifascistas. Pero las obras no ilustran eso. Hay un aire en la mayoría, más novecentesco y regionalista que de protesta o de vanguardia, con todo y Corrente. Uno de los más insistentes exponentes de Valori Plastici, la revista de retorno al clasicismo fundada por Mario Broglio, fue Ardengo Soffici, teórico del arte y pintor.
En un artículo de los años veinte recopilado por Vincenzo Bagnoli en Internet, Soffici habla de la necesidad de que ''el arte se bajara de los zancos" (los zancos eran las vanguardias), ''hay una mímesis estéril del shock que no tiene más objetivo que desorganizar la experiencia, por lo que se impone descartar definitivamente las vanguardias estrictas". Simultáneamente pugna por una ''estrategia de la mirada" que permita ''afrontar el desorden y racionalizar la experiencia, aunque para ello deban utilizarse números irracionales y formas irregulares".
Las dos pinturas que lo representan en la muestra en cuestión son acordes con estos dichos: la Toilette del niño (1923) es clasicista, pero no académica, el paisaje de 1925 en cambio recoge lecciones de Cézanne y de Gaugin.
Hoy día existe la oportunidad de cotejar por medio de la observación de originales el modo como los impresionistas y posimpresionistas, impulsores de una de las primeras vanguardias, fueron reinterpretados por artistas italianos que antes habían impulsado otras, como el primer futurismo y como la pintura metafísica.