Bazar de asombros


Londres en los sesenta... Joplin y José Carlos Becerra...

Ignoramos si el British Council publicó el libro que preparaba para hacer el registro puntual de los ``creadores'' latinoamericanos que levantaron sus tiendas en el fabuloso Londres de los sesenta para estar cerca de todo lo que pasaba en la música, el cine y la literatura, de las modas de Carnaby y de los emblemas vivos de aquellos años neorrománticos, pacifistas y drogados. En esos momentos de oro, los ``creadores latinos'' podían (si pasaban la noche en vela) escuchar un concierto de Hendrix, la Joplin, los Stones y los esenciales muchachos de Liverpool, a unos cuantos metros de distancia. Podían, además, vestirse a la pakistana, dejarse la barba y la cola de caballo, mientras que las ``creadoras'' paseaban por las calles de Chelsea o de Hampstead en minifaldas apenas existentes o en vestidos de aire oriental. Los mexicanos, en su mayor parte, habían huido del '68 y de la barbarie estatal. Los otros latinoamericanos huían de sus espadones y gorilas, mientras que los españoles escapaban de los remanentes de las castas prisiones franquistas, y los portugueses dejaban atrás los ropajes negros y las siniestras austeridades monjiles del tenebroso Oliveira de Salazar.

Carlos Fuentes, Rita Macedo y Cecilia vivían en Hampstead, Vargas Llosa en Sheperds Bush, Cabrera Infante en Gloucester Road, Toño Cisneros en Nothing Hill Gate, José Emilio Pacheco y Cristina acampaban en Colchester, Sergio Pitol enseñaba literatura en Bristol, Monsiváis en Essex, José Carlos Becerra escribía y enamoraba en Chalk Farm, Turull y Parcerisas se expresaban en catalán en la Universidad de Bristol, Molina Fox andaba por el sur de Londres, Miguel Torga aparecía de vez en cuando en el pub, ``The Grenadier'', situado en los pintorescos mews de Belgravia, Manjarrez y este bazarista acudían a su trabajo (Héctor con corbata y pañuelo del mismo color, tupé de moda, boquilla y cigarrillos turcos) en la Embajada de México presidida, en esos tiempos difíciles, por un hombre sabio y ecuánime, don Eduardo Suárez; Silvia Molina estudiaba inglés y luchaba con la pedagogía brutal de una tía dictadora de pautas morales; Fernando Curiel estudiaba Londres y lo recorría de arriba a abajo, Fernando del Paso y Socorro trabajaban en la BBC (Fernando andaba por los rumbos de Palinuro y Socorro se las ingeniaba para hacer unos mixiotes geniales en papeles encerados que conseguía en recónditas papelerías de Lambeth); Alberto Díaz Lastra hacía programas radiofónicos y cocinaba prodigiosas ``tortugas en verde'' a la tabasqueña. Nosotros teníamos una pequeña casa en Paddington que fungía como refugio antiaéreo y estaba abierta a todos los que pedían una colchoneta, una torta de salchichón, un plato de frijoles guisados o un carrujito keniano.

Cabrera Infante y Miriam Gómez se empeñaban en el aprendizaje del inglés y nos contaban que un paisano suyo, desesperado ante la tardanza de su permiso de residencia en tierras británicas, clamaba: ``yo no quiero ser cubano. Lo que quiero es ser inglé''. Guillermo inició un guión de Under the volcano de nuestro casi paisano, Malcolm Lowry (fue, sin duda, el extranjero que más quiso al infierno-paraíso mexicano. Se acercó tanto a nuestras realidades que sufrió, como el resto de los mexicanos, los atropellos policiacos y las agresiones del horrendo fundamentalismo). Losey iba a dirigir la película, pero algún lío testamentario se atravesó y el proyecto cayó por tierra. Huston hizo, unos años más tarde, el nuevo guión y dirigió la película. El resultado fue, cosa rara en el genial director irlandés avecindado en Mismaloya, la hermosa playa (salvo maraqueros bailando atrás de Ava Gardner) de La noche de la iguana, bastante irregular, pues el exceso de folclor con ``mexican señoritas'', olés y toreadores, calaveras de azúcar y día de muertos en el old Mexico, hundió al Cónsul de su Majestad Británica y a sus deuteragonistas en un mar de lugares comunes. Losey lo hubiera hecho mejor. Sin embargo, no estamos de acuerdo con los que aseguran que Huston se encontraba en esos momentos en plena decadencia, pues, unos años más tarde, filmó su estremecedor y bello testamento, Los muertos.

José Carlos Becerra estudiaba inglés, visitaba los museos, comía en el refugio antiaéreo, se enamoraba y hacía preparativos para el viaje al continente. Dos circunstancias lo llenaron de alegría: su entrevista con Octavio Paz y la llegada de una larga carta de Lezama Lima. Ambos, a su manera, alabaron su poesía y le dieron consejos oportunos. Viajó al continente, recorrió Francia y España en el viejo coche que le alquilaron en Calais, nos informó de sus descubrimientos (``iba siempre a decir algo'') en postales entusiastas y asombradas; se marcho a Italia y, una madrugada calabresa y a la vista del mar que seguía hacia Grecia, meta principal de sus jornadas, su coche se desbarrancó. El poeta murió de inmediato. A su lado quedó el manuscrito de sus últimos poemas que, un poco más tarde, ordenaron y publicaron, bajo el título de El otoño recorre las islas, tomado de Saint-John Perse, maestro de José Carlos, José Emilio Pacheco y don Gabriel Zaid. Ahora que este bazarista recorre el país asestando conferencias a diestra y siniestra, se encuentra con jóvenes que veneran la poesía de Becerra. Tienen razón, pues su voz es, sin duda, una de las más bellas de la poesía moderna. Acompañado de carabineros amables y tristes cuando se enteraron de que el muerto era un poeta, este bazarista y los serviciales funcionarios de la Embajada mexicana en Roma y del Consulado Honorario en Nápoles, recogimos los restos del hermano por elección, muerto, como Virgilio, en tierra calabresa. Pensamos en el poeta de las ƒglogas y La Eneida, en ese su último día reseñado minuto a minuto por Broch y recordamos su tumba: ``Mantua me engendró, Calabria me arrebató, ahora Nápoles me hospeda. Canté a los campos y a los guerreros.'' Nuestro José Carlos ya muerto, tomó el ferry y se quedó en una de las islas del Eptaneso. Ahí vive, al lado de Solomós, Kalvos, Valaoritis y Sikelianós, junto a sus admirados Cavafis, Elytis, Seferis y Ritsos.

HGV


Antesala

¡Música, maestro! Para comenzar el año 1999, y soslayar un poco los problemas de corto, mediano y largo plazos que penden sobre nuestro sufrido país, qué mejor que la música -que, dicen, amansa a las fieras (piense usted aquí, sufrido(a) lector(a), en la fiera de su preferencia: el vecino escandaloso, el banco que lo acosa o el funcionario de Hacienda que quiere apoderarse de todos sus ingresos). Así las cosas, Difusión Cultural de la UNAM lo invita al ciclo ÇMúsica de Cámara en San IldefonsoÈ, que este domingo 10 inicia el nuevo año con un recital a cargo del clarinetista Joaquín Valdepeñas. La cita es a las 17 hrs., en el Anfiteatro Simón Bolívar (Justo Sierra 16, Centro Histórico).

Nuevamente, el clarinetista Valdepeñas tocará con la Orquesta Filarmónica de la UNAM los días 16 (20 hrs.) y 17 (12 hrs.), bajo la dirección de Akira Endo. El programa está compuesto de Redes, de Revueltas, Concierto para clarinete, de Copland, y la Octava Sinfonía, de Dvorak. Asista usted a la Sala Nezahualcóyotl (Cultisur). Para mayores informes puede usted hablar al 622 7111 al 13.

Y el próximo domingo 17, a las 18 hrs. --se lo decimos con anterioridad para que aparte sus boletos--, el famoso sexteto inglés King's Singers cantará a Capella en la Sala Nezahuacóyotl. El grupo interpretará un variado programa, que incluye madrigales renacentistas ingleses, canciones de Johannes Brahms, canciones africanas y canciones de amor de todo el mundo. Asista usted.

Salutaciones. Mandamos desde aquí una calurosa bienvenida al suplemento cultural del periódico Ovaciones, el cual se encuentra a cargo de nuestro colaborador, conocido promotor de la cultura, editor de Ediciones Sin Nombre y amigo, José María Espinasa. Estamos seguros de que, con sus múltiples relaciones y su buen gusto literario, Chema sacará adelante su nueva empresa.

También damos nuestros parabienes a la revista Letras Libres, que viene a tratar de cubrir el hueco dejado por Vuelta, la revista de Octavio Paz que desapareció con su creador. El lunes 11 estará a la venta en los kioscos y el martes 12, a las 19:30 hrs., en el hotel Camino Real, Enrique Krauze presentará a los medios este nuevos espacio para la literatura y los temas de actualidad. Felicidades a todo el equipo que hace posible Letras Libres.

Y ya encarrerados con las revistas, les avisamos que ya está a la venta en todos los kioscos el número 9, correspondiente a enero de 1999, la revista Equis, que dirige Braulio Peralta. Bajo el título de ``Ciudades, expresión de milenios'', colaboran, entre otras afamadas plumas, Juan Villoro, Juan Manuel de Prada, Jorge Ruiz Dueñas, Esther Seligson, Carlos Bonfil y Naief Yehya. Además, Equis le ofrece un magnífico dossier fotográfico.

CG-T

CONFIGURACIONES


Hugo Hiriart

Sobre el arte de enumeraciones

Me gustan las enumeraciones. Muestran lo uno en lo múltiple, el placer de lo diverso, pero unificado (si no, no sería diverso) por el arte de clasificar. Hay poesía en el clasificar por clasificar: ``pingüino, sapo, león, calamar''. Si le pedimos a un niño que repita la lista y la continúe, nos puede decir: ``pingüino, sapo, león, calamar, pájaro y gusano''. No, no, le explicamos, los dos últimos no casan en la lista. Los cuatro primeros son animales, pero los dos últimos son tipos de animales. El gorrión o la lombriz de tierra son animales, pero pájaro y gusano, no. Las enumeraciones enseñan cómo hacemos inteligible el mundo. Esto aquí, esto allá.

¿Qué es lo que hay? Hay, por ejemplo, cosas. Enumera cosas. Ante esta posibilidad, quien tiene alma de poeta se estremece de placer y quien no la tiene se queda frío, para él no es más que ociosa dificultad. Aquí vemos quién es poeta. Enumera cosas.

``Lápiz, astrolabio, cesta, catapulta''. Has enumerado artefactos y los artefactos, en efecto, son cosas. Pero enumera cosas que no sean artefactos. ``Grafito, diamante, mercurio''. Enlistaste minerales, de seguro para evitar lo orgánico (que, en algún sentido, no parece cosa). Además, ``un pedazo de grafito'' es cosa, pero grafito a secas, no. Enumera cosas que no sean artefactos ni minerales. A ver, ``nube, lluvia, relámpago'', estos entes meteorológicos, ¿son cosas? La nube, sí, pero relámpago y lluvia parecen más bien acontecimientos, sucesos.

Si tienes dificultad en enumerar cosas que no son ni artefactos ni minerales es porque estás entendiendo por ``cosa'' algo chiquito. Busca en lo grande: ``montaña, carretera, estatua, isla, catedral, iceberg'' son cosas y no artefactos ni minerales puros, (¿por qué es dudoso que una cueva sea cosa?). Pero, no podemos decir que un río ni una fogata sean cosas, ¿por qué? La fogata puede ser suceso, pero el río, ¿dónde lo ponemos? ``Del río que durando, se destruye'', dice un memorable verso de Neruda.

1, 2, 3, 4 ¿por qué sigue el 5? Tú sabes que sigue el 5, pero ¿por qué? Bueno, porque sabes contar: si ves cuatro piedritas y añades una y las cuentas, son 5 piedritas. Y mejor no preguntamos ¿y qué es contar? Estas preguntas marean. Mejor volvamos a la poesía.

Leo Spitzer vio en la llamada ``enumeración caótica'' una de las características de la poesía moderna. Supongamos que en un poema escribes: ``ya no está guardado el secreto, lo saben los caracoles, las hebillas y los mayordomos''. La enumeración, que suena a Lorca o a Neruda, es caótica. Otro ejemplo: ``el mundo es hermoso, tiene cerezas, ciruelas y cometas'', pecas de escaso, pobre, o aun equivocado, porque al repetir dos frutas se pierde diversidad. Y si puede señalarse un error, cualquier error, en la enumeración, la lista ya no es arbitraria.

Para apreciar cualquier trabajo artístico es preciso captar la dificultad que hay en hacerlo. En tanto la poesía moderna nos parezca más fácil de escribir (más gratuita), menos estamos apreciando su hermosura. ``El mundo es hermoso, tiene cucharas, ciruelas y cometas'', está mejor.

Pero el criterio de enumeración no es sólo estético, esta es una segunda razón de su no ar-bitrariedad: no podemos, por ejemplo, intercambiar enumeraciones en los versos de más arriba y escribir: ``el mundo es hermoso, tiene caracoles, hebillas y mayordomos'' porque la subordinación del mayordomo no embellece el mundo. Podemos escribir: ``el mundo es como es, tiene mayordomos e infartos cerebrales, pero tienen cucharas, salmones y estrellas''. Estos versos son banales, la invención poética siempre es difícil, pero ilustran el procedimiento artístico.

Para terminar, veamos como usa Neruda la enumeración caótica en este pasaje de su poema ``Estatuto del vino'':

Rostros, tripulaciones de silencio,
y el vino huye por las carreteras,
por las iglesias, entre los carbones,
y se caen sus plumas de amaranto,
y se disfraza de azufre su boca,
y el vino ardiente entre calles usadas
busca pozos, túneles, hormigas,
bocas de tristes muertos,
por donde ir al azul de la tierra
en donde se confunden las lluvia y los ausentes.


DE LA POESIA

Víctor Manuel Mendiola

Hacia el Principio (II)

Lo primero que notamos cuando leemos a los poetas que comenzaron a publicar entre los años setenta y ochenta, es la asunción espontánea de los valores estéticos de la primera vanguardia y un desinterés o, en su defecto, una inconsciencia con respecto a las reacciones que ésta había provocado. En casi todos ellos dominaba el azar, la asociación libre y una fragmentación de diverso grado como procedimiento de escritura. Esta forma de construcción es el vehículo de una mirada alucinada y de un tono de emoción intensa. Todos estos elementos están engarzados sinuosamente y producen una sensación de paraíso verbal en crecimiento. Los mejores poemas de Rodolfo Hinostroza, Jesús Urzagasti, Rosario Ferré, Mirko Lauer, Tamara Kamenszain, Néstor Perlongher, David Huerta, Alexis Gómez, Enrique Verástegui, Eduardo Milán, Coral Bracho, Raúl Zurita y Eduardo Espina nos muestran un lenguaje que se despedaza constantemente. No hay un centro y todo ocurre en el borde de una orilla. Una voz omnipresente cuenta de una forma velada, y gruesa a la vez, las aventuras de un complejo yo arrobado en su viaje interior/exterior por las cosas. La característica densidad del lenguaje de estos poetas más que plantearnos un exotismo vital nos presenta un orden de tiempo congelado. La experiencia crece no por el efecto de una amplificación de la realidad, sino por un enrarecimiento del lenguaje (enumeraciones, rupturas entre sujeto y predicado, paréntesis, guiones, etcétera). Las imágenes son cada vez más extrañas y resultan de un juego de reflejos en fuga. La fantasía deslumbrante alrededor de alguna imagen identificable (Narciso o el paracídas) que encontrábamos en Lezama o en Huidobro y más tarde en Marco Antonio Montes de Oca o Ludwig Zeller, ha sido abandonada a favor de imágenes refractarias. El efecto de cascada proviene de un alargamiento de las frases que podrían convertirse fácilmente en prosa y que el lector, incluso el especializado, encuentra difícil de seguir y de entender. No deja de sorprender que en ellos la actitud levantisca, el espíritu de revuelta, acaba en una especie de rito de consagración oratoria. Quien sea capaz de realizar el discurso más largo y oscuro conseguirá alcanzar el trance de un lenguaje dislocado, el encuentro con el disparate y los enigmas y, asimismo, con la ceremonia. Por caminos distintos, pero siguiendo una misma dirección, estos autores han prolongado la ruptura de la vanguardia y han creado una poesía a veces original, a veces decorativa y, en el fondo, sentimental. En Néstor Perlongher podemos observar este doble efecto: ``Como reina que vaga por los prados donde yacen los restos de un ejército y se unta las costura de su armiño raído con la sangre o el belfo o con la mezcla de caballos y bardos que parió su aterida monarquía// así hiede el esperma, ya rancio, ya amarillo...'' A pesar del ritmo endecasilábico y de la violenta intención sexual de estas frases -estiradas hasta el límite por la subordinación y las conjunciones-, la distancia entre los términos subersivos ``reina'' y ``esperma'' es tan grande que lo que nos acaba quedando es una impresión sublime de amaneramiento más que la violencia sugerida y que una forma de presentación más controlada hubiese hecho más efectiva. En este poema, la densidad verbal ataca el sentimiento lírico, pero lo deja entrar bajo una de sus formas más comunes: las frases preciosas. Es cierto que estamos frente de una construcción barroca, pero esta no se resuelve -como en La fábula de Polifemo y Galatea-, en una imagen apoteósica y en una historia.

Sin embargo, en otros poetas que también comenzaron a publicar entre los años sesenta y los ochenta podemos hallar una nueva concreción y la invocación, no sólo de dientes para afuera, de la esencialidad de poetas como Machado, Pessoa, Kavafis, Eliot, Borges y Paz o de Lizalde, Pizarnik, Juárroz o Montejo, José Watanable, Antonio Deltoro, Francisco Hernández, Marco Antonio Campos, Orlando González Esteva, Juan Gustavo Cobo Borda, Daniel Freidemberg, Manuel Ulacia, José Luis Rivas, Miguel çngel Zapata, Verónica Volkow y Blanca Strepponi, entre otros, revelan una conciencia muy aguda de la necesidad de apartarse de una lírica convencional con su parafernalia de imágenes sobadas y composiciones conformistas, pero también revelan estar en guardia en contra de la verbosidad que se ha apoderado de una buena parte de la poesía hispanoamericana; verbosidad derivada tanto de la ausencia de música y de ideas como de realidad.

Tal vez en donde el sentido de esta poesía esté mejor expresado sea en el título del segundo libro de Antonio Deltoro: ¿Hacía dónde es aquí? En este lema que es -si lo vemos bien- un cuestionamiento, Deltoro plantea con una reticencia una respuesta a la estética espontaneísta del aquí y del ahora y, al mismo tiempo, se aparta tanto de las visiones mitológicas como utópicas que buscan el germen de la poesía, ya sea en el pasado o en el futuro. Asimismo se aleja de una formulación exclusivamente sentimental. La actitud de Deltoro al aceptar la realidad y el presente y al obligarnos a considerar la posibilidad de otro ``hacia dónde'' nos está proponiendo recuperar, en una acción doble, la capacidad de interrogación y de aserción de la poesía. Esta manera de ver le permite a Deltoro crear minipoemas que captan el concepto de las cosas (``Balero: hacer subir por el aire un agujero''). Lo mismo sucede con los poemas narrativos ``A la manera de Matsu Basho'' de José Watanabe y Origami para un día de lluvia de Manuel Ulacia. Estos textos, gracias a una libertad intelectual, se aproximan sin temor a lo lírico y al pensamiento y logran crear una naturalidad y una transparencia infrecuentes. En lo lírico, la poesía hispanoamericana se ha empantanado. Quizá de lo lírico surja su libertad.