La Jornada Semanal, 13 de diciembre de 1998



Sealtiel Alatriste

El autor en el mercado


Si el escritor que hay en Sealtiel Alatriste apuesta en favor del sueño (como demuestra Dreamfield, su primera novela), es claro que el editor se mantiene muy despierto. Junto con el humor y la pasión por el cine que comparten En defensa de la envidia, Verdad de amor y Por vivir en quinto patio, el ultradinámico editor de Alfaguara nos habla del dilema que enfrenta el escritor, esa rara avis, en el imperio del mercado literario.

Tengo que decir, antes que nada, que he dudado del título de esta reflexión: no sé si lo que quiero demostrar es que actualmente los autores tienen que decidir entre estar en o frente al mercado, o si una circunstancia, quizá la característica central de este momento, es el imperio del mercado literario sobre la literatura. Me explico:

Entre escribir y publicar hay una diferencia enorme. Quizá siempre la ha habido, pero en los últimos años es más notable. Escribir tiene que ver con el mundo interno del escritor, con su imaginación y hasta con eso que algunos llaman ``sus fantasmas''. Es un acto que se realiza en soledad, poblado de seres formados con palabras, con ideas, si acaso, que solamente tienen que ver con él y con nadie más. El acto de dar a conocer su texto, en cambio, atañe a la relación que el mundo interno del escritor tendrá con el exterior o, dicho de otra forma, trata de relacionar ese mundo particular con otros mundos, los de los lectores, mundos que al autor no le pertenecen y de los que tuvo una pálida imagen mientras escribía. En ese contacto, virtual por excelencia, se realiza el hecho literario: la Literatura, así con mayúscula. Entre el escribir y el leer, digámoslo así, se produce la magia literaria. Aclaro: digo escribir y leer, no escribir y publicar, aunque por lo general, para que se produzca la lectura, lo escrito debe haber sido publicado.

Hasta aquí, todo parece una reflexión de Perogrullo, pero no lo es, al menos actualmente, pues los lectores conforman, de una manera casi impertinente, eso que se llama mercado literario y responden en la mayoría de los casos como miembros de ese mercado, es decir, como consumidores de literatura y no como lectores, como participantes del acto literario. Se da el caso de que para que las obras sean leídas los escritores tienen que vérselas con las leyes del mercado, o sea, con las reacciones de los consumidores en tanto consumidores y no en tanto lectores. Y aún más, los mismos escritores, que legítimamente quieren obtener réditos económicos de lo que han escrito, consideran de facto sus obras productos de consumo y no productos literarios. De esta forma, y casi sin quererlo, se produce el dilema de estar en o frente al mercado.

Volvamos al escritor enfrentado a su mundo interior, a sus fantasmas. Pongamos un caso ejemplar: Franz Kafka se enfrentaba a sus novelas sin nunca, o casi nunca, pensar en publicarlas. Le aterraba la idea de exponerse en público, no que lo leyeran. Se sabe que, regocijado, leía a sus amigos lo que escribía, y que incluso estos lo encontraban divertido. Desde este punto de vista el proceso lectura-escritura se lograba, y parece que Kafka estaba más o menos satisfecho con ello. Es más que previsible que Max Brod, su íntimo amigo y fiel albacea, lo hubiera leído muchas veces, y que muerto ya el autor, haya decidido publicar sus obras contra la supuesta voluntad que le expresó el agonizante Kafka. Esa decisión, la de atentar contra la voluntad de un muerto, se ha convertido en uno de los actos de marketing más efectivos del mercado literario, que no sólo salvó una de las mejores obras literarias del siglo, sino que consiguió que un escritor de minorías se convirtiera en uno de los autores más leídos del siglo. ¿Qué habría sucedido si el buen Franz se hubiera presentado frente a Sigfried Undsel, su editor? ¿Podemos imaginarlo convenciéndolo de su futura popularidad? ¿Podemos suponer que cuando Undsel leyó las novelas inéditas vio en el cuento que le había hecho Max Brod un inmejorable ``truco'' comercial? Si lo primero resulta grotesco, lo segundo es más que probable. Resulta paradójico, pues, ese acto, el de Kafka vendiendo sus obras a un editor; es lo que hacen diariamente miles de escritores y a nadie, que yo sepa, le resulta grotesco. ¿En dónde, pues, puede estar la deformación? Conozco la respuesta de muchos: en la actitud comercial del editor, pues el editor es un ser perverso que lucra con el ``genio'' de otro. Que el autor desee hacerlo, pasa, ¿pero el editor? ¡Válgame Dios! En realidad, la perversión no está ni en el escritor ni el editor, sino en el mercado, o en el imperio que éste ejerce sobre la literatura. ¿Cómo hemos llegado a esto?

Hay una ley inexorable: una novela tiene un valor en tanto literatura y otro en tanto producto de consumo. Volvamos a Kafka: América es una gran novela desde el momento en que la leyó Brod, o desde el momento en que el mundo de Kafka y Brod entraron en contacto, y seguirá siendo una obra maestra la hayan leído o no la multitud de lectores que ha conseguido el mundo, sin embargo ha reportado beneficios económicos sóloÊa partir de esta multitud de lectores. O sea, nos guste o no, esté bien o mal, el valor económico de un libro se tasa por la cantidad de lectores que tenga y no por la calidad del texto en sí. Dicho de otra manera: el mercado para un autor es el de la cantidad de lectores que puede tener y no el de la buena o mala lectura que se le haga. Para determinar la calidad de una novela basta un lector, pero para reportar ganancias se necesitan muchos lectores, y esa, en realidad, es la perversión.

Para terminar, me gustaría decir que esta ``perversión'' ha modificado radicalmente las expectativas de los autores, al punto de que en los últimos años se ha producido un viraje importante: los escritores quieren tener muchos lectores antes que escribir una buena obra. Javier Marías, con un incisivo comentario, lo definió perfectamente: ``Parece'', dijo en Bellas Artes, ``que lo único que molesta a ciertos escritores actuales es tener que escribir''. Me pareció un comentario impecable e implacable. Tengo la impresión de que el mundo literario es ahora mucho más importante que el mundo interior de los escritores, o que la sociedad literaria es más importante que la literatura. Por un lado, los lectores están más interesados en los escritores que en lo que escriben, pero los escritores también han puesto su grano de arena, y quieren ser más famosos que tener libros famosos, y sobre todo quieren ganar mucho dinero aunque no sean bien leídos.

En la pasada Feria del Libro de Madrid, un novelista se quejaba de que su editor lo hubiera llevado tres veces a firmar libros, y que se hiciera un cómputo de los libros más vendidos aunque nadie hablara de literatura. ``¡Somos escritores, coño!'', me dijo aparentemente disgustado. Tuve ganas de decirle que sí y no, que eran escritores pero que habría que tratarlos como beisbolistas, pues igual que los beisbolistas ellos se habían colocado en el mercado y tenían que hacerse cargo de ello. Cuando un escritor pide un anticipo por el libro que le van a contratar, es decir, cuando en el contrato de edición pide que se le paguen por adelantado cierto número de libros que supuestamente va a vender, se compromete, junto con el editor, a vender efectivamente el número de ejemplares pagados. Es igual que los beisbolistas, hacen un contrato que los compromete a cierto número de home runs, de carreras limpias, de bases robadas, etcétera y tiene que responder por ello en una temporada. Esta es otra de las perversiones del mundo literario. El escritor con el que me encontré en la Feria de Madrid se equivocaba de pe a pa, pues al ir a firmar libros estaba cumpliendo con su trabajo, el de vender sus libros, que poco tiene que ver con el de escribirlos. Tristemente, reconozcámoslo, pues nos estamos quedando, todos, solamente con el mercado puro y duro.

Esta circunstancia plantea un reto para los que participamos en el mercado literario: podemos hacer de él, como lo estamos haciendo, un tirano, o podemos modificarlo regresándole a la literatura la dignidad de la lectura, restándole fuerza al consumo. No estoy, como se supondrá, porque los libros no se vendan, no pugno por la purezaÊliteraria. Estoy, como editor y escritor, porque se lean muchos libros y se lean bien, porque haya bibliotecas vastas y gran cantidad de lectores, porque los acervos sean abundantes y variados, y porque los lectores disfruten la lectura. Esto, quizá, resuelva el dilema que anuncié al principio de esta reflexión y nos libre de seguir soportando a un mercado tirano.