La Jornada Semanal, 13 de diciembre de 1998



Eduardo Milán

Tercera columna


Poética latinoamericana

Si hay un rasgo distintivo para señalar una característica de la poesía latinoamericana, ese es el atributo de su diferencia ante lo que podría denominarse el patrón de la lengua española, un patrón dominante. No se trata de una consideración preceptiva, de una avanzada en contra de la lengua española (o de su variable hegemónica: el castellano); se trata de una actitud ante la tradición poética que importa esa lengua y ante el repertorio de formas que comporta. Tampoco se consolida esa actitud en la creación de nuevas formas. Salvo Darío, quien verdaderamente contribuyó a la innovación formal de la poesía de la lengua, la mayoría de los poetas latinoamericanos concientes del lugar particular de la poesía del continente no inventaron un lenguaje poético que pudiera marcar una diferencia inequívoca respecto del patrón ibérico. En la poesía estadunidense, por ejemplo, es modélico el caso de William Carlos Williams, quien marca una preceptiva diferencial con relación a la poesía en lengua inglesa con la creación de un habla propiamente estadunidense y su posible incidencia en la poesía de su país. En nuestro caso, Huidobro concibe el creacionismo como respuesta inventiva a un estado de cosas de la poesía del mundo, como respuesta a un estado todavía mimético del habla poética moderna. En los ejemplos de Trilce de Vallejo o de En la masmédula de Oliverio Girondo, hay creación por desmembramiento formal (por descontrucción de los cánones formales), pero no por la búsqueda de una manera que, como en el caso mencionado de Williams, significa una nueva patente formal. Lezama Lima luchó por una visión: la de la alianza entre la geografía americana y el barroco lingüístico, un curioso isomorfismo encontrado por la conciencia del poeta cubano de que en estas tierras algo nuevo había en su habla poética que debía imponerse casi normativamente al ejercicio verbal artístico. Pero el lenguaje lezamiano para la poesía tiene marca histórica indeleble en los siglos XVI y XVII. Aunque el barroco histórico significa una alteración, un desvío en lo que podría llamarse un ``continuum de la poesía occidental'' (espíritu semejante, aunque no en igual tono transgresor, es el de los poetas metafísicos ingleses, especialmente Donne), el modo de poetizar barroco es una característica encumbrada, canónica en su capacidad de alteración, de la poesía española considerada en su figura totémica: la metáfora. La visión lezamiana, sin embargo, es la concepción más abarcadora, más integral, de un posible proyecto poético latinoamericano que atravesara -saliendo del otro lado, del puro lado imaginal- el lenguaje de la poesía misma. La diferencia latinoamericana, aquí, está dada no por exclusión sino por recuperación, con categoría general, de una poética: la del barroco. Los Antipoemas de Nicanor Parra, publicados a mitad de este siglo, cuestionan radicalmente la posición del poeta como un ser elegido, aparte del hombre común. Cuestionan también el habla de ese elegido, el habla ``poética'', considerada por Parra como un artificio insostenible que ha perdido capacidad de comunicación, incluso de comunicación estética. Sin embargo, de los ``antipoemas'' tampoco surge un nuevo lenguaje poético. El habla coloquial, el habla ``que se habla'' (no la que se dice a sí misma sino la que hablamos todos en la conversación) no consigue inventar su propia forma: el endecasílabo es todavía el mejor conductor de la expresión llana para el poeta chileno.

Parecería que es la resta o la variación llevada a grados desconstructivos lo que marcó la diferencia en nuestra poesía del siglo respecto de los patrones de la poesía de la lengua. No el intento de creación de formas nuevas. Cuando aún hablamos de ``nueva poesía'' hablamos de la herencia desconstructiva de las vanguardias históricas de principios de siglo y de su recepción latinoamericana. Y cuando hablamos de poesía ``tradicional'' (o ``vieja'', o ``clásica'') en relación a lo que se escribe en América Latina, estamos hablando de poesía que no acusó el impacto reformador de las vanguardias históricas, o sea el impacto de la historia en la forma poética. Parece haber sido la asunción de la historia en la forma o su no asunción, lo que delimitó la actitud de nuestra poesía en relación con una implicación mayor, diferencial, respecto de la poética de la lengua española.