La Jornada Semanal, 13 de diciembre de 1998



Jorge Herralde

Gigantes y cabezotas


De haber configurado la respuesta literaria más contundente al franquismo, Jorge Herralde se convirtió, en los tiempos neoliberales que corren, en El Editor Literario que todos estábamos esperando. Entre otros aciertos, Anagrama ha publicado a los protagonistas de la nueva narrativa española, estadunidense y al Dream team inglés; a cinco premios Nobel y, recientemente, a Dios gracias, a un número creciente de autores latinoamericanos.

Ultimo parte de guerra: la concentración se concentra.

Así, tres de las editoriales literarias más prestigiosas -Lumen, Tusquets y Siruela- han optado por unir su destino al de los grandes grupos, siguiendo la senda de otros sellos históricos como Seix Barral y Destino.

Además de los colosos de plantilla -Planeta, Bertelsmann, Santillana, Anaya (es decir, Havas), Ediciones B, Grijalbo Mondadori-, ahora irrumpe en las librerías españolas un gigante de la venta a crédito como Océano, aliándose con la argentina Losada y otras editoriales, y un grupo especializado en la venta en quioscos, RBA, gracias a la compra de Integral y su entrada en Tusquets.

Todos ellos con el punto de mira, claro está, en América Latina, fundando o potenciando filiales, comprando editoriales (así Planeta compró en su día la mexicana Mortiz y ahora Bertelsmann la argentina Sudamericana). Esta colonización progresiva y acelerada provoca graves problemas de contratación en las pocas editoriales latinoamericanas que compiten en el mercado de derechos, fundamentalmente Norma en Colombia, Diana y Fondo de Cultura Económica en México y Emecé en Argentina.

Pero, pese a tan imponente panorama, sigo creyendo en la viabilidad de una ``coexistencia estimulante'' entre grandes grupos y algunas (quizá no muchas) editoriales independientes con peso y presencia significativa en la vida cultural de sus países. Además de los numerosos ejemplos europeos, incluso en Estados Unidos las dos independientes importantes, Grove Atlantic y Norton, están funcionando muy bien, aparte de la experiencia atípica de la New Press de Andre Schiffrin.

El editor independiente, que es vocacional por definición, lleva a cabo un proyecto editorial coherente y reconocible, con un cuidado artesanal en la producción de sus libros, un acopio sistemático de información, una distribución eficaz, presencia en la prensa y solidez económica para defenderse de las incursiones corsarias. Adecuando el tamaño con el proyecto.

Con afanes culturales similares a los del editor independiente, se encuentra el director de un sello literario perteneciente a un gran grupo, que se halla, por así decir, en un estado de independencia vigilada a expensas de sus resultados. Si el sello no funciona, se cambia el equipo directivo o bien se cancelan sus actividades. Aunque el editor independiente también está vigilado por el mercado: si se equivoca demasiado, desaparece o es engullido por un gran grupo. En España tenemos multitud de ejemplos de cómo el mercado vigila y castiga. Surveiller et punir.

Ahora bien, y me parece que este es un punto fundamental: el mercado es dinámico, hay que intentar seducirlo, y el editor independiente (o el editor-editor) está mejor dotado para hacerlo que la dirección empresarial de un gran grupo.

Es decir, el editor-editor apuesta por lo desconocido, por nuevos autores, trabaja con incógnitas y alguna de ellas encuentra a sus lectores, ensaya ``prototipos'', mientras que, por el contrario, el editor-empresario trafica con ``secuelas'', apostando por valores seguros, fichando escritores descubiertos por otros, haciendo un catálogo-conglomerado a golpe de talonario (como el Bara de Van Gaal).

Esta labor de descubrir los deseos ocultos, las necesidades culturales de una sociedad, es la tarea más apasionante de un editor. El historiador Theodore Zeldin ha escrito recientemente: ``Una conversación satisfactoria es aquella que le hace decir a uno lo que nunca ha dicho antes.'' Así también, el editor debe estimular a los lectores, entablar un diálogo con sorpresas. Como dijo el gran editor alemán Samuel Fischer: ``Obligar al público a aceptar nuevos valores, que no desea, es la misión más importante y hermosa del editor.'' Aunque no es que el público no desee estos nuevos valores, sino que todavía no sabe que los desea. Y el editor, para seducirlo, por utilizar el título de un libro publicado por Anagrama, debe tener en cuenta la lección de Sherezade. Y aplicarla con fanática testarudez.