La Jornada Semanal, 13 de diciembre de 1998



Rosa Beltrán

entrevista

Con Alma Guillermoprieto

Alma Guillermoprieto es una autora única en nuestras letras. Sus espléndidas crónicas se han publicado en The New York Review of Books, The Guardian y The New Yorker. La compilación de su trabajo apareció publicada por editorial Norma, en Colombia, en el volumen Al pie de un volcán te escribo. Aquí aborda el espinoso tema de la necesidad de editor (``editor'' vs ``publisher''), y de la falta de buenos editores en América Latina.

Tu caso es inédito en nuestra literatura, tú has sido corresponsal del New Yorker y has hecho varios reportajes para el New York Review of Books, uno de los cuales, sobre el subcomandante Marcos, hizo historia. Es decir, has trabajado con un tipo de editor muy distinto del editor mexicano. ¿Cuál es la principal diferencia que encuentras entre ambos?

-Mira, yo apenas ahora estoy empezando a conocer el mundo de la edición mexicana realmente. Te diría que en Estados Unidos la figura del editor es una figura muy prestigiada y muy deseada, que los autores mueren por tener un editor que trabaje con sus textos, que los revise, que les quite capítulos enteros, que les ayude a reescribir, que los oriente, que los dirija. Uno entra con el editor, no como si entrara con el dentista, que me da la impresión de que es lo que ocurre aquí; sino, tal vez, como si entrara con el psicoanalista. Se trata de un proceso muy íntimo, muy intenso. Iba a decir ``erotizado'', pero estoy buscando una palabra que dé esa sensación de transmisión de intimidades y al mismo tiempo de un enorme respeto mutuo. Otra diferencia es que en Estados Unidos los editores no son escritores. Se considera que ahí hay un conflicto de intereses que dificultaría el trabajo de un editor. Quien edita, edita y quien escribe, escribe. Creo que eso le da cierta claridad a la relación que puede peligrar si no se hace esa distinción.

-¿Esta relación con el editor no es un tanto paternalista?

-A lo mejor en mi caso sí, por quien soy y de donde vengo. Yo vengo de la danza. Así que me parece muy fácil asumir una disciplina en la que el maestro de danza te está diciendo: ``estira el brazo'' y ``endereza la espalda''. Yo creo que eso no tiene por qué ser una relación paternalista, es simplemente entregarle el carro al mecánico para que funcione bien en lugar de tratar de componerlo uno siempre. Es encargarle al ingeniero de obras que revise bien por dónde van los ductos de agua en lugar de decidirlo uno. Es una relación entre dos profesionales: un profesional de la edición y un profesional de la escritura.

-¿Pero ser escritor no implica conocer desde dentro la mecánica del lenguaje y de la escritura?

-Por supuesto, pero no supone ser Dios, aunque todos aspiremos a serlo cuando escribimos. No somos perfectos y no estamos creando -salvo excepciones- la obra perfecta. García Márquez siempre dice que a él le hinchan los editores, pero yo digo que para los que no somos García Márquez, para los que no somos Carlos Fuentes, ni somos Octavio Paz, un editor es una persona que ayuda a crear una obra que sea más interesante, más inteligible y que tenga más comunicación directa con los lectores. Incluso T.S. Eliot tuvo a un editor que fue Ezra Pound, y sabemos todos que sin la edición de Ezra Pound, The Waste Land no sería lo que es. Hay otro editor de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos. ¿Qué sería de la obra de Thomas Wolfe sin Maxwell Perkins? Wolfe le entregaba a Perkins sus manuscritos en veinte pedazos de papel y servilletas y Perkins le encontraba el hilo a la novela (y no por eso es menos grande el talento de Wolfe). Todos conocemos escritores a quienes les hubiera hecho mucha falta un editor.

-A veces los escritores citan más el caso contrario: el de Joyce y los veinte rechazos de edición que tuvo, por ejemplo.

-Sí, claro, cualquier escritor de vanguardia va a ser rechazado incontables veces. A mí me parece importante anotar, primero, que a Joyce sí lo editaron. Que no es que hayamos descubierto sus manuscritos póstumos. Encontró al editor que le correspondía tener. Y por otro lado, que me parece un consuelo peligroso para los rechazados pensar que ellos también son James Joyce.

-¿Habrá entonces un problema de sobrevaloración en el escritor mexicano? Casi todos los que escriben en nuestros países latinoamericanos -a diferencia de los escritores de otros países, sobre todo los ingleses y los norteamericanos-, sienten que el editor no tiene o no debiera tener, el derecho de editarlos, de hacer un verdadero trabajo de edición.

-Absolutamente. En nuestros países no existe la cultura del editor. En parte porque existe un poco esta idea de ``máximas aspiraciones''; de que uno escribe para ser genio. Yo escribo para tratar de escribir bien y que me entiendan. Y, en ese sentido, valoro muchísimo la ayuda de una persona que sabe cómo lograr ese fin. Creo también que aquí hay de fondo un problema de machismo. Noto esto incluso en los talleres de periodismo de edición. Percibo que las mujeres llegan a lo que yo llamo clínica de escritura, con miedo, tal vez, o con timidez, pero no con hostilidad. En cambio, ha habido reporteros hombres que se han pasado toda la sesión de clínica hablándome de cualquier cosa, de amor y romance, incluso, con tal de evitar el tema de ``vamos a ver qué puede mejorar en tu texto y qué no'', porque sienten que es un desprestigio para ellos el que alguien les encuentre una falla o algo que pueda mejorarse.

-Citaste un caso paradigmático del machismo. Tú eras una editora en ese taller frente a estos hombres que escriben. Pero muchas escritoras también se niegan a que un editor comente, corrija incluso, sus obras. ¿Sería éste un acto de machismo heredado?

-Sospecho que sí.

-No tendría que ver con otro tipo de reticencias, entonces.

-Es una herencia, o un modo de conducta. Un suponer qué se espera de uno mismo, los mitos que uno tiene como escritor y, entre ellos, este mito de la genialidad.

-La opinión general es que los escritores, en el mejor de los casos, saben cómo funciona la lengua. Así como el pintor sabe de perspectiva o sabe de composición, el escritor sabe de gramática, de lógica, de retórica. Y tiene un gusto literario. ¿Favorece en algo a quienes escriben el hecho de que un editor sea o haya sido escritor? En nuestros países latinoamericanos muchos escritores trabajan -o lo han hecho- como editores.

-No sé si siempre. O nunca. O a veces. Yo me imagino que un escritor puede ser un gran editor; el caso de Ezra Pound con Eliot de nuevo. Siempre y cuando a la hora de leer un texto el escritor sea capaz de despojarse de sus prejuicios y de sus preferencias personales, como lo hacen todos los grandes editores, que de alguna manera aprenden a volverse transparentes ante una obra para leerla en limpio, para leerla en blanco, para leerla sin anticipaciones falsas ni prejuicios.

-Es decir que ese escritor-editor ideal al leer un texto estaría leyendo obras, no autores.

-Claro, y no sólo obras, sino no necesariamente la obra que ellos quisieran escribir, ni mucho menos la obra que a ellos les puede gustar más. Un gran editor es capaz de editar a gente que no le simpatiza particularmente, y obras que no son particularmente de su agrado, pero que reconoce como válidas y como buenas.

-Sin embargo, los editores generalmente buscan nombres, buscan autores.

-Yo te diría que un buen editor busca talento. Le importa muy poco el nombre. Un buen editor tiene que saber apostar al talento. Por que si no, de dónde salen los best sellers. Los best sellers rara vez los producen los nombres, García Márquez escribió su libro de mayor venta y luego se convirtió en nombre. ¡Todos! Fíjate bien, los best sellers son accidentes del destino; son el resultado de una conjunción de necesidades de los lectores y percepciones de los que los escriben y ahí es donde se junta el presente del lector y del autor. Un buen editor es capaz de ver ese momento.

-Pero eso querría decir que el momento ideal, el momento climático del editor, se da al encontrar un best seller.

-No, yo creo que no. Yo creo que el deseo de todo buen editor es encontrar un texto que él o ella puedan ayudar a nacer. Eso es lo que les da un enorme gusto. Te hablo de un caso concreto, el de Robert Gottlieb editando a Catherine Graham, la editora, o dueña, del Washington Post. Porque en Estados Unidos se hace una distinción entre la figura del editor y el publisher. Ella fue la publisher del Washington Post durante una época histórica de este diario. Pero es una mujer que en su vida hasta escrito una letra. Sin embargo, a lo largo de cinco años, el que fue por mucho tiempo editor en jefe de la casa Knopf, Robert Gottlieb, le sacó a ella un libro, porque él sentía que ella tenía un libro dentro de ella, tenía cosas qué decir que la gente leería con interés, con gusto, con placer y hasta con provecho. Que después de eso el libro haya resultado un best seller es accidental, lo que entró primero fue ese gusto por una historia que está por contarse.

-¿Y fue algo semejante lo que pasó con Toni Morrison?

-No, Toni Morrison era, en primer lugar, editora en Random House. Era una mujer con una enorme cultura, ilustración, facilidad para la escritura e interés por las letras. Cuando alguien así se pone a escribir y es una persona interesante, uno supone que el resultado será importante -espera que sea importante-, y aún en un caso así es tremendamente difícil para un autor juzgar por sí mismo y por eso es tan útil encontrar un ojo de fuera que diga ``oye, se te está pasando la mano con este personaje, no creo que le estés dando la mejor oportunidad de hablar''. En el New York Review of Books el editor es Robert Silvers. El lee minuciosamente cada texto: si uno le habla a la una de la mañana a decirle ``ya se me ocurrió la palabra que me estaba faltando'', a esa hora está él, y es feliz de recibir la palabra que estaba faltando, y dice: ``¡Ay, que bueno!, y un punto y coma aquí ¿no te parecería mejor que dos puntos?'' Cuando yo hice un artículo sobre los Salinas, Raúl Salinas y Carlos Salinas de Gortari, en un momento Silvers me señala que yo estoy siendo demasiado generosa con Raúl Salinas de Gortari, y en otro momento, que estoy siendo demasiado venenosa con el mismo personaje. Es decir: no es que mi punto de vista sea uno o el otro, sino que en el texto se me va de repente algo, se me patinan las llantas, y él ve eso y pide un poco más de sobriedad en los dos casos. Eso me parece invaluable.

En cuanto al campo de la ficción, ¿qué es lo que puede hacer un editor? Bien, yo siento una gran carencia en un terreno muy resbaloso para el escritor: monitorear el narcisismo. Los personajes de muchísmas novelas recientes no son personajes, son exhalaciones narcisistas de los autores. Ocurre una cosa terrible, y es que alguien empieza con una novela, con un buen personaje, con una situación válida, y en vez de explotar todo eso, gana el Narciso y pone a su personaje a caminar de perfil y a hablar como si tuviera mentas Usher debajo de la lengua siempre, y a acostarse con mujeres que siempre son ``bellísimas y misteriosas''. Y en vez de explorar la situación de conflicto existencial de su personaje, se pone a explorar el descubrimiento maravilloso de su propio falo. Hay una infinidad de novelas que han salido así en América Latina recientemente, escritas por gente con enorme talento. Y ahí un editor podría decir: ``Oye, vuelve a tus personajes, vuelve al conflicto y deja de admirarte.'' Esa es una tarea muy difícil de llevar a cabo por alguien que está dentro de la labor creativa. Ahí es donde haría falta la visión del editor, que está, que debería estar, afuera. Y es una tarea pendiente.