La patita Cuento de María Roselia Jiménez Hubo una vez una señora que gustaba mucho de los animales. Tenía una gallina muy coqueta y ponedora, pero todos los huevos se los comían sus hijos. Muy preocupada pensó que debía tener muchas más gallinas y empezó a guardar los huevos para que la gallina los incubara al enclocar. Pero la gallina no enclocaba, se dedicaba solamente a poner huevos. La señora decidió entonces que el trabajo de incubar lo hiciera una pata que había enclocado. Le preparó el nido en la horquetita de un árbol y en una parte alta le puso su escalerita, para que el atrevido perro no lo alcanzara. La pata toda orgullosa comenzó a incubar nueve huevos. Transcurrieron siete días y luego otros siete más; la pata se bajaba de vez en cuando a alimentarse, pero se ponía loca, porque empezaba a correr mucho antes de terminar y retornaba al nido. Transcurrieron otros ocho días y los huevos se abrieron por fin, dejando salir a unos hermosos pollitos. ¿Cuántos días pasaron antes de que nacieran? ¡Veintidós! Pero la pata se asustó mucho al ver que sus hijitos tenían el piquito muy chico y gritaban raro. Sin embargo, dijo: -¡No importa, así como son los quiero, porque son mis hijos! La dueña ayudó muchísimo aseando el nido y tirando los cascarones. Luego los bajó. La pata estaba muy altiva llevándose a sus hijitos en busca de comida y de diversión. Cierto día, la pata topó con un agradable charco y muy contenta se lanzó a nadar llamando a sus hijitos. Los pollitos se espantaron al ver a su mamá en el agua y pensaron que se hundiría. La pata entraba y salía del agua tratando de meter a sus hijitos, pero los pollitos sólo gritaban tratando de acercarse a la mamá. Ella se asombraba de que sus hijitos fueran tan perezosos y no quisieran meterse al agua. Como el sitio era muy resbaloso, tres de ellos cayeron al agua y no pudieron salir. Grande fue la sorpresa de la pata al descubrir que sus hijitos no podían nadar. Y nada pudo hacer y sus hijitos se le murieron. En ese momento la señora buscaba sus animalitos para darles comida. La pata traía consigo a algunos de sus hijitos pero no a todos. Cuando la señora encontró a los otros tres flotando en el agua, ya muertos, se dijo: -¡A las gallinas haré que incuben huevos de gallina y a las patas huevos de pata! ¡Así no sufrirán! La pata nunca más volvió a ese lugar. (*) Publicado en Colección Letras Mayas Contemporáneas, Chiapas, 1996. |