Masiosare, domingo 1o de febrero de 1998
En La Pancha nadie ha visto a
Medianoche del 2 de enero.
Por el pasillo que comunica al juzgado 49 con el Reclusorio Oriente se cuela el viento frío.
Tres sujetos, vestidos con el uniforme beige de la prisión, platican en forma animada. A unos pasos de ellos, completamente en silencio, permanecen dos más. ``Parecían estatuas'', relatará después uno de los custodios que les acompaña en la inusual diligencia. ``Era obvio que esos dos no conocían a los otros'', dirá el custodio.
El custodio alcanza a escuchar pedacitos de la conversación que sucede en el juzgado.
``La juez ya leyó el expediente completo'', dice la voz, mientras los detenidos se callan, expectantes. ``Y dice que no va a consignar a nadie por algo que no esté probado.''
Sorpresa en el pasillo.
El custodio se asoma e identifica al de la voz: ni más ni menos que el secretario del juzgado, Vicente Hernández.
Cuatro horas después, con su boleta de libertad en la mano, Alfonso González Sánchez, El Chucky, camina rápido por la explanada frente al reclusorio. Se despide de sus cuates: Javier Abel Ibarra Martínez, El Chocolate, y Guillermo Rojas Hernández, El Memo.
Los otros dos, Víctor Hugo Meza Uribe y Hugo Limón Sánchez, se van por su lado.
A el Chucky lo espera un sedán Volkswagen, en el que se marcha a toda velocidad.
Desde esa madrugada, cuando la temperatura bajó hasta los tres grados, el presunto homicida del empresario estadunidense Peter John Zárate Junghans se hizo ojo de hormiga.
Pero dejó un regalo.
La controversia por su liberación repercutió hasta en la Casa Blanca.
La juez y el Robin Hood fugado
Desde 1981, cuando fue nombrada juez penal, Claudia Campuzano acostumbraba incluir metáforas en todas sus sentencias porque, a su juicio, ilustraban muy bien las decisiones legales que tomaba.
La última, sin embargo, la volvió famosa:
``Debe indicarse, además, que los coindiciados son contradictorios entre sí en cuanto a las cantidades que Alfonso González Sánchez (a) El Chucky les repartía por cada robo que realizaban, pero no sólo por eso, sino que resulta que de acuerdo a las declaraciones del último, nos encontramos en presencia del moderno Robin Hood, pues no sólo roba y reparte lo que obtiene en el robo, sino que da dinero de más a sus compinches, por lo que resulta poniendo de su bolsa ganancias a sus secuaces.''
En el mismo expediente, la juez 49 penal disertó sobre el derecho penal en Estados Unidos, hizo hincapié en la trascendencia internacional del caso, puso en duda la cooperación de los familiares de la víctima... Y luego decretó la libertad de los presuntos homicidas.
Los ingredientes del escándalo estaban puestos.
La embajada de Estados Unidos solicitó de inmediato una explicación oficial, y advirtió que la actitud de la juez ``nos causa profunda consternación''.
El nombre de Claudia Campuzano trascendió las fronteras. El portavoz del Departamento de Estado, James Rubin, condenó esta decisión ``porque no merece haber salido de la prisión alguien que confesó haber sido el asesino, aunque haya sido considerado como ladrón por otra persona''.
Y el procurador capitalino Samuel Del Villar se deshizo en adjetivos. ``Arbitraria'', le dijo, porque asume ``conductas irregulares que agreden el orden jurídico y menoscaban gravemente la confianza que debe tener el gobernado en los órganos administradores de justicia''.
Sus expresiones, añadió, ``carecen de técnica y son infamantes''.
La primera fase del escándalo duró 12 días, hasta que el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal avaló el fallo de la juez. La única recomendación fue que se abstuviera de utilizar metáforas extralegales.
Ese mismo día Claudia Campuzano reconoció ante reporteros que aprendió la lección. En adelante, prometió, se olvidaría de las metáforas.
Coincidencias de la muerte
Tal vez porque ya tenía cinco años de radicar en el Distrito Federal, Peter Zárate Junghans desobedeció una de las principales recomendaciones del Departamento de Estado de los Estados Unidos: abordó el primer taxi que pasaba.
Era el 15 de diciembre de 1997. De acuerdo con los vigilantes de la empresa en que trabajaba, Cushman & Wakefield de México, el gerente se cansó de esperar el radiotaxi que había pedido y a las 21:15 horas salió a la calle de Galileo, en Polanco -donde están las oficinas de la compañía- y detuvo un taxi Volkswagen tipo ecológico.
Los guardias no se percataron de las placas. Sólo sabían que su jefe iba a la colonia Irrigación, a su casa.
Minutos después el compacto se detuvo en la esquina de Miguel de Cervantes Saavedra y Presa del Azúcar, y sorpresivamente dos sujetos trataron de abordarlo por la fuerza; de hecho, uno de ellos consiguió meterse al auto gracias a que el conductor le dejó el paso libre.
El otro no tuvo tanta paciencia. Sin más, cuando logró abrir la puerta del copiloto, disparó al pasajero, que había caído de rodillas dentro del auto, a 82 centímetros de distancia.
Fueron dos tiros. Uno rebotó en el piso y cayó a dos metros. El otro perforó el pecho de Peter. Los agresores empujaron fuera del auto al herido y escaparon. Los rastros de sangre y el material encontrado en sus ropas indican que el estadunidense no cayó al suelo inmediatamente; de hecho, caminó unos pasos e incluso trató de hacer una llamada por su teléfono celular.
Roberto Mejía de la Mora, colaborador de Excélsior, se encontraba en su departamento, en el tercer piso de Miguel de Cervantes Saavedra 489, cuando escuchó dos explosiones, ``como si fueran cohetes''. Se asomó a la ventana y vio a Peter caminar tambaleante y pedir auxilio con voz apagada. Y luego caer de espaldas sobre el asfalto.
El testigo señala que alcanzó a ver cómo arrancaba a toda prisa el taxi ecológico con varios tipos adentro. Salió para tratar de auxiliar al herido, quien portaba aún su teléfono celular. Tomó el aparato.
Habían transcurrido varios minutos. Alguien llamó a la policía. La patrulla 15124 de la Secretaría de Seguridad Pública llegó a toda prisa. Vecinos y curiosos empezaron a juntarse alrededor del cuerpo de Peter, inmóvil.
Uno de los policías pidió al colaborador de Excélsior que le entregara el teléfono: ``Lo ví hablar con alguien'', relató al Ministerio Público.
Para ese momento ya había llegado una ambulancia de la Cruz Roja al mando de la oficial Catalina Torres. Demasiado tarde. La paramédico únicamente pudo certificar que el empresario estadunidense había muerto.
El policía que tomó el celular se llama Esteban Carmona Hernández y refiere que el occiso estaba en comunicación con alguien que no hablaba bien español. Como pudo, le explicó que el sujeto que estaba tirado en la calle había tenido un accidente y era necesario identificarlo.
Al otro lado de la línea, la esposa de Peter, Robin Lynne Exley Smith de Zárate, trataba por todos los medios de entender lo que decía el policía preventivo. La palabra accidente la puso nerviosa y eso provocó que captara menos las palabras que salían del auricular.
Casualmente estaba presente la dueña del departamento que habitaba Zárate Junghans con su familia, identificada sólo por el apellido Canales Valles, y al notar el nerviosismo de su inquilina tomó el teléfono. Coincidencias de la muerte, pero en ese mismo momento se confirmó el fallecimiento de Peter. El policía repitió lo que la paramédico dijo.
Robin estalló en llanto.
Las contradicciones de la procu
La Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) responsabilizó a El Chucky y sus socios de la muerte del estadunidense. Pero según la juez que conoció el caso, Claudia Campuzano, los elementos aportados no fueron suficientes para acusarlos de homicidio calificado.
La decisión de la juez se fundó en hechos como el siguiente: en el pliego de consignación, el Ministerio Público presentó cinco versiones distintas del crimen cometido el 15 de diciembre.
1. La de Guillermo Rojas Hernández, quien afirma que el ahora occiso abordó el taxi en la esquina de Eje Central e Izazaga, y metros más adelante se suben El Chucky y El Chocolate para cometer el asalto. Los dos últimos viajaban en un auto Le Baron blanco placas 662 GYB, que conducía Rojas Hernández.
El taxi enfiló entonces hacia la colonia Irrigación, a donde Peter llegó muerto. Esta versión indica que el cadáver fue abandonado en una calle de esa colonia, sin especificar cuál; el acusado supo esto porque se lo contaron sus secuaces.
A la medianoche enfilaron todos rumbo a Tacuba, concretamente a la cervecería La Pancha, para repartir el botín. A Rojas Hernández le tocaron, declaró, 80 pesos.
2. Hugo Limón Sánchez coincide en que la víctima tomó el taxi en el Centro, pero afirma que El Chucky y El Chocolate se subieron en la calle Hegel de Polanco. Luego se fueron a la colonia Irrigación donde los asaltantes tiraron el cadáver de Peter y se deshicieron del arma homicida, una pistola escuadra calibre 380.
Una vez en La Pancha, Limón Sánchez recibió 50 pesos.
3. La versión de Víctor Hugo Meza Uribe, quien conducía el taxi. Su declaración ministerial es distinta a las anteriores, pues afirma que todo el episodio ocurrió en Polanco. Fue en la calle Hegel, dijo, que el estadunidense abordó su vehículo y casi enseguida se subieron El Chucky y El Chocolate.
Durante media hora recorrieron la colonia Irrigación, hasta que en un momento dado El Chucky, con la pistola en la mano derecha, empezó a forcejear con la víctima y le disparó. Luego, buscaron una calle ``tranquila'' para tirar el cuerpo.
El Chucky se encargó de la operación: bajó del auto, jaló el cadáver por el tórax y lo depositó en el asfalto. Enseguida se fueron a la cervecería para repartirse el dinero. Cien pesos para cada uno.
4. La versión que ofrece Alfonso González Sánchez, El Chucky, es distinta a la de sus cómplices. Reconoce que junto con El Chocolate se subió al taxi en que viajaba el empresario, pero afirma que traía la pistola en la mano izquierda. Luego, dice que forcejeó con la víctima y se le fue un tiro, hecho que asustó a sus secuaces, quienes se bajaron de la unidad y corrieron por el Eje 3 Sur Baja California.
No especifica el lugar donde abordó el taxi, pero en cambio narra con detalles que, cuando lo dejaron solo, tomó el volante y empezó a circular por Eje Central hasta Eje 2 Norte. Dio vuelta a la izquierda y enfiló rumbo a la colonia Irrigación, donde se deshizo del cuerpo. Allí lo alcanzaron sus compinches, incluidos los que se habían pelado, y sin más se fueron todos a tomar cerveza a La Pancha.
El Chucky confiesa que tiró la pistola en la colonia Del Valle, pero en su confesión no dice en qué momento. Afirma, en cambio, que despojó a Peter Zárate de 100 dólares, los cuales cambió en la colonia Morelos, y una vez en la cervecería repartió 200 pesos a cada uno de sus compañeros. Es decir, se quedó con las manos vacías.
5. La última versión está a cargo del Ministerio Público, y surgió durante la reconstrucción de hechos efectuada el 31 de diciembre. En ésta se establece que El Chucky no viajaba en el taxi donde se cometió el homicidio, como confesaron los indiciados, sino que esperaba al vehículo frente a un poste de la esquina de Miguel de Cervantes Saavedra y Presa del Azúcar.
Al llegar el taxi corta cartucho, corre hacia el vehículo, abre la puerta derecha y forcejea con Peter, quien pretende desarmarlo. El Chucky ``se hace para atrás'' y se le va un tiro, lo cual asusta a sus secuaces, quienes escapan corriendo.
Con toda calma -según la reconstrucción de hechos- el homicida rodea el taxi por el frente para tomar el volante, pero no se da cuenta que su víctima ya se había bajado y se alejaba por la parte trasera del Volkswagen.
No le da importancia al asunto. Se va.
Los acusados confesaron ante la PGJDF que participaron en la muerte de Peter Zárate, e incluso El Chucky se inculpa como autor material del homicidio. Pero la forma como dicen que lo llevaron a cabo contradice los dictámenes periciales.
Por ejemplo: los cinco acusados afirman que el estadunidense se resistió al asalto y forcejeó con su asesino, pero de acuerdo con los exámenes practicados a las ropas y la inspección ocular realizada al cuerpo, no existen huellas de pelea alguna. De hecho, los peritos de criminalística de campo afirman que las ropas del occiso únicamente presentaban el agujero producido por la bala.
El arma que dispararon contra Peter Zárate estaba a una distancia mayor a 70 centímetros, pero menor a un metro. Si el tiro hubiera sido a quemarropa, como dijo El Chucky que lo hizo, habría rastros de pólvora y hasta una quemadura en la piel, característica de estos casos.
Pero la prueba de Walker, utilizada precisamente para rastrear estos elementos, resultó negativa. Además, el dictamen establece que el agresor estaba fuera del auto, ``de pie ligeramente inclinado hacia atrás''.
El Chucky dijo que disparó una vez. Sus socios lo confirman. Pero los testigos escucharon dos disparos, y en el lugar de los hechos se encontraron dos casquillos, una ojiva achatada y un cartucho útil.
Dos de las versiones indican que el presunto homicida arrastró el cadáver fuera del auto y lo tiró en la calle. Sin embargo, las manchas de sangre encontradas en la ropa y en la calle indican que esto no ocurrió.
La PGJDF afirma que el móvil del crimen fue el robo. Pero los asaltantes le dejaron al occiso tarjetas de crédito, un reloj Casio y dos anillos.
De judiciales acelerados y vochos sin faros
Para la Procuraduría capitalina las confesiones de los detenidos -arrancadas bajo tortura, según denunciaron éstos- son suficientes para ejercer acción penal y solicitar que se inicie un juicio en su contra.
La juez Claudia Campuzano no compartió esta opinión, especialmente por las contradicciones en que incurreron los indiciados. Y los dejó libres.
El Ministerio Público apeló el fallo, con argumentos como este:
``Suponiendo sin conceder existiesen las supuestas contradicciones, respecto a las confesiones de los indiciados y la reconstrucción de hechos, las mismas resultan irrelevantes, puesto que de las constancias probatorias que obran en la causa a estudio se aprecia plena y legalmente que no existe ningún elemento de prueba que altere la verdad histórica de los hechos, es decir, el privar de la vida al ahora occiso por parte de los inculpados''.
El magistrado Maurilio Domínguez Cruz, designado como ponente del caso por sus compañeros de la sala 12 del TSJDF, no coincide con la Procuraduría. Para el jurista, las contradicción entre las confesiones y los dictámenes periciales, son fundamentales.
Es más, al emitir su fallo, el magistrado documentó más irregularidades.
Ejemplos:
Según el Ministerio Público, Javier Abel Ibarra, El Chocolate, rindió declaración a las 16:35 del 30 de diciembre pasado, diligencia en la cual reconoció, a través de fotografías, a Peter Zárate como la persona que El Chucky había asesinado 15 días antes.
Las fotografías formaban parte de la averiguación previa del caso, la 30/5749/97-12. Sin embargo, la agente del MP, Brenda Carina González Rueda, solicitó el expediente a las 17:40 horas, y recibió el legajo hasta las 10 de la noche.
Es decir, al momento que El Chocolate rindió su declaración, el documento estaba en otra parte y, por tanto, el detenido no pudo haber reconocido las fotografías que contenía ese legajo. Su confesión, según el magistrado, no pudo ser ``espontánea'', como afirma el MP.
Más.
A las 15:30 del 30 de diciembre se libra una orden de detención ``urgente'' en contra de El Chucky y asociados. A las 15:40 la Policía Judicial informa de su captura, para lo cual ``se establecieron vigilancias inninterrumpidamente en los domicilios anteriormente informados (las casas de los detenidos), lográndose la ubicación de los requeridos en las calles de Transval, esquina con Norte 172 de la colonia Pensador Mexicano, delegación Venustiano Carranza''.
El reporte incluye las declaraciones que los presentados rindieron al ser entrevistados por los judiciales encargados de su captura, así como la transcripción de sus palabras en cuatro cuartillas a renglón seguido.
Todo se hizo en diez minutos.
Sigue.
El reporte del Ministerio Público señala que a las 15:10 de ese mismo día, se presentó a la agencia Alfredo González Carrillo, quien se identificó como persona de confianza de Javier Ibarra Martínez (El Chocolate) para auxiliarle en sus declaraciones. Pero a esa hora -según el pliego de consignación- ni El Chocolate, ni El Chucky, ni ningún otro de los inculpados había sido detenido.
Oficialmente su captura se realizó 30 minutos más tarde.
Para rechazar la apelación de la Procuraduría capitalina, el magistrado Domínguez Cruz tomó en cuenta otros elementos adicionales, como las contradicciones en los exámenes médicos practicados a los detenidos. En el primero de ellos, efectuado después de su captura, presentaban algunos raspones o golpes leves en nariz, orejas o cara.
Horas después, cuando se presentaron a rendir declaraciones ministeriales, algunas de estas lesiones desaparecieron, empeoraron, o bien aparecieron otras nuevas, según asentó el magistrado ponente.
Pero quizá uno de los datos que más ilustran las contradicciones del pliego de consignación, es la declaración de uno de los testigos del homicidio, Víctor Hugo Cruz, chofer de un microbús que pasaba por la esquina donde murió el estadunidense.
El día de los hechos, relató, alcanzó a ver un taxi tipo ecológico que arrancaba a toda prisa, y luego se percató del cuerpo tirado en la calle. El chofer no se fijó en las placas del compacto pero sí en un detalle: que en la defensa trasera tenía un faro amarillo de halógeno.
El taxi en el que según la PGJDF se cometió el homicidio no tenía faro alguno.
La Procuraduría capitalina recurrió al Consejo de la Judicatura para modificar el fallo del Tribunal. La decisión está pendiente.
Claudia Campuzano regresó a su juzgado. Ya no concede entrevistas en su horario de trabajo, es decir, de las 9 de la mañana y hasta que el cuerpo aguante. No se sabe si cumplió su palabra de evitar las metáforas.
La Policía Judicial tendió un cerco para atrapar a los presuntos asesinos. La cacería sigue.
Y El Chucky no aparece.
Ni en La Pancha lo han visto.
No debió dejarse nada al azar: CDHDF
Para la directora de Quejas y Orientación de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, Hilda Hernández de Araiza, la liberación de Alfonso González Sánchez, El Chucky, es una muestra de que el sistema de procuración y administración de justicia en la ciudad de México no anda muy bien.
``La ley tuvo que aplicarse correctamente desde el mismo parte informativo de la Policía Judicial'', dice sin rodeos. ``No tenía que haberse dejado nada al azar. La lucha contra la delincuencia obliga al policía, al Ministerio Público, a su secretario, a todos, a llevar de tal manera su trabajo que no se quede volando nada.''
La conclusión es que el presunto asesino del empresario estadunidense Peter John Zárate Junghans está en la calle porque el encargado de consignarlo, la Procuraduría capitalina, no hizo bien su tarea.
La liberación de El Chucky alimenta un panorama hecho de ``inseguridad jurídica, intranquilidad, miedo, desconfianza'', dice Hernández de Araiza.
El reino de la impunidad.
``A veces me entra la desesperación'', confiesa, ``porque, aunque la evasión de un presunto criminal sucede en cualquier parte del mundo, caramba, aquí ya es una constante y da margen a que pensemos que esas gentes son realmente impunes y no se les puede tocar con el pétalo de una rosa''.
Pero según Hernández de Araiza, el problema de fondo es que los funcionarios no cumplen con su responsabilidad, muchas veces debido a su falta de capacitación, pero otras simplemente por mala fe.
Advierte: ``Es necesario, urgente, imprescindible que los servidores públicos en todos los niveles de administración y procuración de justicia dejen a un lado la corrupción... Es imperdonable que se dejen extorsionar, sin importarles el gran problema que causan.
``Y todavía hay policías cínicos que creen que nosotros defendemos delincuentes... Es el colmo de los colmos'', remata la funcionaria. (Alberto Nájar).