El 22 de enero fueron abiertos oficialmente los archivos de la Congregación Vaticana o Tribunal del Santo Oficio, mejor conocido como Santa Inquisición. El periodo que ahora se puede consultar en la historia documental de esa institución abarca de 1542 a 1903. Quienes deseen saber exactamente qué pasó en la persecución inquisitorial del teólogo brasileño Leonardo Boff, tendrán que esperar hasta finales del siguiente milenio. Tal vez entonces sea posible conocer los entretelones del juicio que llevó al autor de Iglesia: carisma y poder a renunciar al sacerdocio católico. En su carta de dimisión (junio de 1992), dejó constancia de que tras 20 años de ``relación con el poder doctrinal'' y de una ``incansable persecución'' de la Iglesia católica en su contra, llegó a la conclusión de que ésta es una organización ``cruel y sin piedad''.
Establecida en 1231 por Gregorio IX, la inquisición nació para reprimir la herejía y defender a como diera lugar el depositum fidei, la doctrina de la fe. Es toda una lección sobre historia de la intolerancia saber que la palabra griega (heiresis), de donde se deriva hereje, significa en griego ``la capacidad de elegir''. El hereje, desde la perspectiva del fundamentalismo, es el que ejerce su libertad de examinar las creencias hegemónicas y se atreve a pensar por sí mismo. Eliminar la herejía fue la razón principal para que el papa Sixto IV autorizara a los Reyes Católicos a instituir la Inquisición en España (1478). Este brazo reproductor de la pedagogía del terror llegó al Nuevo Mundo en 1569, cuando Felipe II ordena evitar la contaminación protestante de sus dominios americanos. El mismo férreo control de las ideas que regía en España quiso el Rey que existiera en lo que hoy es Latinoamérica. Por eso en enero de 1569 escribió: ``Al no haber habido Inquisición hubiera habido muchos más herejes, y la provincia estuviera muy damnificada, como lo están las otras donde no hay Inquisición como la hay en España''.
Como país nacimos en el proyecto de la antimodernidad, de la Contrarreforma, de la cual España fue el bastión indiscutible. La tarea de la Inquisición, consistente en perseguir y aniquilar el ejercicio de la libertad de pensamiento, dejó lastres en la cultura mexicana que hoy siguen vigentes. Entender el papel histórico que ejerció el oscurantismo religioso católico durante casi cuatro siglos en nuestra nación, no es un acto de jacobinismo trasnochado. Es un ejercicio necesario para tener presente en las discusiones actuales acerca de las exigencias clericales de que se les devuelva algo que sienten les fue arrebatado por la gesta juarista: el dominio de la conciencia de los ciudadanos por medio del control del sistema educativo. Por lo mismo, son valiosos los esfuerzos como el de Marcelino Cereijido, quien trata de explicar por qué la cultura inquisitorial que dominó en América Latina imposibilitó la generación de ciencia. Lo que tuvimos fue un oscurantismo que subdesarrolló a nuestras sociedades. En palabras de este autor, el ``...oscurantismo no se refiere tanto a la falta de luz, sino a la tendencia siniestra de taparle los ojos a la gente para que no vea la luz que otros ya han encontrado; es el fomento de la oscuridad. El oscurantismo no es solamente una falta de ciencia, una página en blanco, sino una perversión del conocimiento. Oscurantismo es el delito de frustrar la capacidad de elegir (herejía), se trate de hipótesis o mandatarios, de ciencia o de democracia'' (Por qué no tenemos ciencia, Siglo XXI Editores, 1997, p. 131).
Quien crea que la Inquisición es algo que se quedó en un pasado para olvidarse, estaría adoptando una posición cándida e ingenua ante las pretensiones clericales de revertir la historia y, en consecuencia, reinstalarse como censores únicos de la sociedad. Basta recordar las declaraciones del nuncio Justo Mullor, y del recién nombrado cardenal Norberto Rivera Carrera, contra la educación laica en las escuelas públicas. Amparados en una noción a la que siempre se ha opuesto el magisterio de la Iglesia católica, la de libertad de conciencia, se han lanzado a culpar de todos los males del país a la ausencia de catequización en los centros escolares. Para tener autoridad en exigir afuera, primero tendrían que practicar adentro el respeto a la libertad de enseñanza. Esta se la han negado a teólogos como el ya citado Leonardo Boff, pero también a Hans Küng y muchos otros pensadores católicos que difieren del centralismo del Vaticano reforzado por Juan Pablo II. Bajo el argumento de que la Iglesia católica no es como la sociedad civil, el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (nombre actual de la Inquisición), disciplina a los heterodoxos sin miramientos a sus derechos humanos. Tiene razón Küng al criticar la desclasificación de los documentos: ``¿De qué sirve abrir los archivos (hasta 1903) si los del siglo XX siguen cerrados, de modo que a nivel mundial se pueda continuar en el siglo XXI la misma Inquisición, que ya no finaliza en la quema corporal, sino con la quema síquica y moral?'' (La Jornada, 23 de enero). Recordemos que a Küng la Congregación de la Fe le retiró en 1979 la autorización para enseñar en universidades católicas.