La Jornada 7 de julio de 1997

El PAN, víctima del Wonderbra y Punta Diamante

Arturo Cano Ť Los mariachis no tuvieron tiempo de callar. Ni de cantar. Se escondieron apenas Carlos Castillo Peraza había terminado su último encuentro con la prensa, todavía como candidato a la jefatura de gobierno del Distrito Federal.

Los mariachis, convocados para una fies-ta panista que podía tener lugar en Querétaro o Nuevo León, se escondieron tras una de las burbujas de lona, mientras la cúpula del Partido Acción Nacional se unía en la ovación para su candidato en Nuevo León.

En contraste, una tímida salva de aplausos había recibido a Carlos Castillo Peraza, a las 22:37, en un escenario que recordaba su mitin de cierre de campaña. Azul y blanco en paredes y pisos, grandes reflectores, gradas exactas para la prensa, enormes pantallas de televisión, el logo del PAN con sus patillas naranja y la frase tema de la campaña: ``Por el México que todos queremos ver''.

El escenario confirmaba una de las lecciones de los comicios de 1997: lo que las encuestas no dan, ni Sony ni los ingeniosos anuncios en tv prestan.

``Los resultados favorecen al PRD en la elección de jefe de gobierno del Distrito Federal'', leyó Castillo Peraza el veredicto, remató con sequedad otros cuatro breves párrafos y se levantó como bala. Lo siguieron Felipe Calderón y Gonzalo Altamirano. Se fue Castillo con un gesto adusto y un silbido de burla de algún reportero en cuarta fila coronó la batalla que sostuvo el candidato con la prensa, día tras día.

Abajo fumaban tremendos puros Salvador Abascal y el ex procurador Antonio Lozano Gracia, quienes abandonaron la burbuja, como la mayoría de los dirigentes panistas, en menos tiempo que el dedicado por Jacobo Zabludovsky a informar los primeros resultados.

``Es muy pronto para señalar al chivo expiatorio'', sentencia uno de los pocos que no abandonan la sala de prensa, nada menos que Francisco José Paoli, el adversario de Castillo Peraza en la contienda interna por la candidatura.

Y pese a su dictamen, adelanta razones. Dice Paoli que el PAN local (DF) no dio para más, que sus 3 mil 500 militantes son nada para ocho millones y medio de habitantes; que se agigantaron los ataques por la minifaldas y el wonderbra; que pesaron Punta Diamante y la finca El Encanto; que nunca se pudo resolver la confrontación con la prensa.

--¿Y el candidato?

--Ahí sí nada diré, porque yo contendí con él, pero seguro que más adelante habrá que evaluarlo. Se confirma la derrota de Castillo Peraza. Las televisoras recogen sus cables, enflacan las huestes de reporteros y fotógrafos, Paoli y otros van a lo que sigue y dicen que el PAN será la fuerza gozne en la Cámara de Diputados.

La élite del PAN ni aplaude ni abuchea al presidente Zedillo, ni siquiera cuando reconoce a Cuauhtémoc Cárdenas por su nombre y anuncia que esperará un día más para hablar de otras entidades.

En las mesas de manteles azules se quedan 10, 15 carpetas con la lista de candidatos del PAN, la plataforma legislativa, las cifras que los panistas presumen a diestra y siniestra: la inversión, las exportaciones, los niveles de bienestar de Baja California, Chihuahua, Guanajuato y Jalisco.

Nadie se las lleva. La plana mayor panista aguantará por los resultados. Sin música, porque los mariachis no salen de su escondite.

El pueblo votó...

En las oficinas de su equipo de campaña tienen montones de fotografías de 1988 y 1994. En ellas se ve a un Cuauhtémoc Cárdenas sonriente, uno que no aparecía en los medios de aquellos años. ``Es el Cárdenas de siempre'', dice, repite a la menor provocación, Carlos Lavore, uno de los responsables de la ya celebérrima sonrisa del virtualmente primer jefe de gobierno del Distrito Federal.

¿Importa ahora esa sonrisa? Alfredo del Mazo tardó en contestar, aunque tenía los primeros resultados a la mano. Carlos Castillo Peraza batalló con la prensa hasta el último minuto. Era otro 6 de julio: como el de 1988, pero sin Fidel Velázquez y con las cenizas del Popocatépetl, con una elección centrada en el DF, con partidos que al fin entraron a la televisión -permisos y dinero de por medio.

Fidel Velázquez, se supo al fin, no era inmortal. Las elecciones fueron, otra vez, un 6 de julio, como aquél de 1988. Don Goyo lanzó sus cenizas y puso a temblar a los equipos opositores más que El señor de los cielos y todos los anuncios del PRI juntos.

Los partidos de oposición entraron como nunca a la televisión, con anuncios, en entrevistas, notas y aun en vivo, en el momento mismo de conocer las primeras tendencias. ¿El resultado? El pueblo votó y, ahora sí, después de un 6 de julio y un 21 de agosto, Cárdenas ganó.

Hay que volver días atrás. Por ejemplo, una semana atrás, cuando los equipos de campaña del PAN y el PRD montaron sus tinglados en la Plaza de la Constitución. Los panistas llegaron con un aparato de miedo, que montaron para el día siguiente con su transmisión vía satélite entre ojos. Toneladas de electrónica.

Los perredistas, dicen ellos, llegaron con un desarmador y unas pinzas apenas. Los panistas no tardaron en hacer burla de los neocardenistas, que aguantaron sin mucha fortuna. José Luis Morales, del equipo de campaña de Cárdenas, se acercó a los panistas en plan amigable: ``Pues ustedes traen mucho equipo, pero nosotros tenemos mucho candidato''.

Los panistas medio se rieron. Pero al día siguiente invitaron a desayunar a los perredistas. La mañana los sorprendió desayunando juntos, y felices.

Nada sabían, ni tenían por qué saber, de los primeros resultados del 6 del julio. Los de la historia: el PAN con 22 por ciento, el PRI con 27 por ciento y Cuauhtémoc Cárdenas con 49 por ciento. Claro, atento lector, estos son los datos de la elección del DF celebrada el 6 de julio de 1988. Sí, cuando el pueblo votó y Cárdenas ganó, al menos en el DF y en Michoacán, para no ir más lejos.

Otra vez el PAN a tercer lugar

Por la mañana, los rostros lúgubres de su equipo de campaña no dicen otra cosa. Para coronar una campaña llena de dificultades, Carlos Castillo Peraza no puede votar a tiempo y los molestos fotógrafos le dicen por lo bajo: ``Apúrese, porque tenemos que ir al voto del bueno''. Hasta allí.

¿Y el Zócalo lleno del PRI? Ahí queda, como el sudor de Guillermo Ortiz en el mitin del domingo pasado. Primera pregunta: ¿dónde quedó el voto duro? Ganas de moler al PRI, nomás. Porque las preguntas que verdaderamente importan a los priístas que sobreviven este 7 de julio son dos, y muy simples: ¿por qué perdimos? (es decir, ¿quién o quiénes van a cargar con la culpa?), y segundo, ¿qué sigue?

Ahí andan los priístas tratando de contestarse. Y ya se apuntan respuestas, es decir, relevos de Humberto Roque y Roberto Campa, los dos líderes priístas que taparon el sol perredista con encendidos y beligerantes discursos. Se apunta ya, para la posición nacional, nada menos que a Manuel Bartlett, y para la local Oscar Levín. Claro, eso será después de que caigan las cabezas que deban caer.

En el PRD, la euforia. Mañana vendrán la cargada, los larguísimos cinco meses que faltan para la toma de posesión y la necesidad de informar a los ciudadanos de los límites del nuevo gobierno.

En la escuela Carlos A. Pereyra, de Jalalpa, delegación Alvaro Obregón, las votaciones transcurren con una tranquilidad anticlimática. Y allá abajo, en las barrancas, los ríos llenos de suciedad, los colectores que nunca llegaron, las áreas verdes que son un sueño, la tierra de nadie: las 150 colonias con dramas sin final. Es decir, el reto para Cuauhtémoc Cárdenas.