La Jornada Semanal, 13 de abril de 1997


Entrevista con Hugo Gola

Compartir la poesía

Jorge Fernández Granados

Hugo Gola (Pilar, Argentina, 1927) salió en 1975 de su país natal en un exilio que lo llevó primero a Londres y luego a México. Aquí, su labor docente y editorial ha sido relevante para el desarrollo de la poesía mexicana. El fundador de la revista Poesía y poética ha sabido cultivar tanto la generosidad como la independencia; sin embargo, con la discreción que lo caracteriza, ha mantenido con su propia obra una inusitada exigencia. Sus poemas están reunidos en un par de libros: Jugar con fuego (Santa Fe, Argentina, 1987) y Filtraciones (México, 1996).



Usted, además de escribir poesía, es editor, traductor y crítico. ƑHay una diferencia esencial entre todas estas actividades?

ųCuando se dice que el poeta moderno es también un crítico, Ƒqué se quiere decir? No necesariamente que el poeta moderno escriba crítica, sino que con su poesía formula una crítica del mundo. Pero esa ha sido siempre una función de la poesía, que siempre ha sido crítica aun sin hablar de crítica. Al oponer lo que está haciendo a lo que se había hecho, el poeta formula una crítica. Cuando las vanguardias se colocaron frente a la tradición, Ƒqué hicieron? Decir: "Todo de nuevo. Hagamos todo de nuevo." Y los poetas vanguardistas empezaron a pensar en sus propias herramientas expresivas y a criticar al mundo, un mundo hostil a la visión que proponían. En ese ejercicio hubo mucha lucidez. No había ninguna necesidad de que los poetas escribieran específicamente crítica para demostrar que la poesía era crítica.

ųƑHasta qué punto la poesía ha sido para usted una forma de vida?

ųCreo que todo mi trabajo alrededor de la poesía integra una forma de estar en el mundo. En primer lugar está la escritura, pero en segundo lugar aparece la necesidad de abrir un espacio para la poesía, justamente porque la considero esencial en la vida del hombre. Deseo compartir la poesía, crear comulgantes. La revista Poesía y poética es, de alguna manera, la prolongación de mi trabajo personal, y la colección de libros que editamos bajo este mismo sello es una extensión de la revista. Todo junto tal vez constituya una especie de poética sin cánones fijos. En la revista hemos publicado cosas totalmente diversas. No defendemos una forma de hacer poesía. Simplemente reunimos materiales de distintas partes, de distintas épocas, de distintos poetas. No hemos hecho una revista mexicana; hemos editado una revista de poesía que se hace en México, en donde aparecen colaboraciones de mexicanos, argentinos, chilenos, peruanos. La colección de libros surgió como un paso necesario para ampliar el trabajo de la revista, que por su misma naturaleza reúne materiales que no son antológicos. Porque hay que señalar que una publicación periódica no puede ser una antología: una revista debe proponer con toda libertad diversos materiales que impliquen una mirada y una invitación.

Un poema puede modificar la vida de un hombre. Un chico de quince años de pronto se encuentra ante un poema y recibe un impacto que puede transformar su existencia. La poesía es como una religión: se crean adeptos, se crean oficiantes.

ųƑCómo fue su vida en Argentina?

ųSoy campesino. Viví en un pueblo hasta los doce o trece años, en la provincia de Santa Fe, donde nací. Desde los cinco años andaba a caballo. Acompañaba a mi padre todos los días. Vivíamos en el pueblo y teníamos campo a tres kilómetros o cuatro del pueblo. Ese mundo me nutrió sin que yo tuviera acceso a ningún libro, porque en mi casa no había bibliotecas ni nada de eso. A los trece años tuve que irme a la ciudad de Santa Fe, donde ingresé a la escuela secundaria. Extrañamente, mi vida no tenía entonces ninguna relación con la poesía.

Un día escribí un poema ųque debió ser espantoso, claroų. ƑPor qué escribí ese poema? Vaya a saber, no sé, habré leído alguna cosa. Cada quince días iba de la ciudad a mi pueblo y pasaba en casa el fin de semana. Después de haber escrito aquel texto lo primero que hice cuando llegué a mi pueblo fue buscar a mi padre: "Mirá, escribí esto." Mi padre me escuchó sorprendido y me dijo: "Qué querés que te diga. Yo de esto no entiendo." Es extraño, pero eso provocó en mí una gran distancia con mi padre. No dije nada pero me distancié. Seguí escribiendo cosas horrorosas y sin ninguna relación con la literatura, porque yo no había leído nada. Por ahí de los dieciséis años conocí a un muchacho que era celador de la escuela; apenas dos años mayor que yo, era un buen lector y tenía una buena biblioteca. Me hice muy amigo de él, me invitó a su casa y empezó a prestarme algunos libros. El primero fue el Canto a mí mismo en la paráfrasis de León Felipe. Me impresionó fuertemente y desde entonces la lectura empezó a ser mi compañía. A los dieciocho años me juntaba con un grupo de gente de mi edad, muy enterada en temas relacionados con la literatura. Al descubrir mi ignorancia caí en un estado de angustia y me encerré a leer. A los diecinueve años entré a trabajar en la Universidad, en un puesto administrativo, y cuando cobré mi primer sueldo lo primero que hice fue mandar una carta a la Editorial Claridad para que me surtiera una larga lista de libros. Leía con ansiedad. Me encerraba y pasaba el día leyendo, horas y horas. Empecé a discutir con los amigosy a descubrir que no compartía muchas de sus opiniones. Pero, claro, mi ignorancia seguía siendo grande. Pasé por un largo proceso de crecimiento, choque,destrucción, reconstrucción... Pero siempre seguí escribiendo. Seguramente escribía poemas muy malos. No lo sé, porque una vez, a los veintitantos años, junté todos esos materiales y los quemé.

A los veinticuatro o veinticinco años me uní a un grupo de gente que también escribía. Nos reuníamos cada quince días. Algunos llevaban cuentos, otros ensayos; yo siempre llevaba poemas. Y funcionó bien así durante un periodo complicado de la vida del país, a principios de los años cincuenta. Al cabo de dos años publicamos un libro colectivo, donde aparecieron cinco textos míos con el título Cinco poemas con árboles. Luego me recibí de abogado. Entonces apareció la convocatoria para un concurso en la ciudad de Santa Fe. Un amigo me dijo: "Mirá, hay un concurso en la municipalidad. ƑPor qué no te presentas?" "No, yo qué me voy a presentar." "Sí, mirá, yo te voy a pasar los poemas." Transcribió los poemas y los presentó. Y gané. Como parte delpremio me publicaron el libro, Veinticinco poemas, por ahí de 1960.

ųƑHa trabajado de manera consciente en la formación de una voz propia?

ųSiempre he sido bastante ajeno a la manera como se ha conformado mi poesía. Todo lo que he escrito hasta ahora es el resultado de algo que no elegí. Creo que la poesía nace de un estado ineludible; el poema resulta de una condensación de energía que se manifiesta como una alteración del propio cuerpo. Muchas veces compré cuadernos o libretas para escribir y nunca escribí nada en ellos. Escribía en papeles que encontraba en los bolsillos, en facturas. Una vez, andando por la calle, de pronto sentí una necesidad apremiante de escribir; como no encontré ningún papel, fui corriendo a la oficina de correos y pedí formularios de telegrama. No quiero decir que los poemas sean mejores o peores porque se produzcan de esta manera; sólo digo que, en mi caso, y sobre todo al principio, los poemas casi se escribían solos. Tal vez el registro de esos estados le ha dado a mi trabajo alguna coherencia. En realidad, cada poema representaba un hecho único desvinculado de todo, menos del instante que lo originaba; ese instante era fugaz, imprevisto, y por supuesto aparecía de la mano de una emoción incontrovertible. Cuando se producen estados así uno tiene que cambiar su manera de ver. Es como el estado de enamoramiento intenso. El mundo comienza a existir a partir de esos momentos.

Recuerdo otra anécdota asociada a estos encuentros con la poesía. En la ciudad de Santa Fe hay una calle central por donde toda la gente, a cierta hora del día, camina. Solía andar mucho por ahí porque había cafés donde me detenía a leer, a escribir, a anotar cosas. Había también,a veces, mañanas de otoño. A mí el otoño me gusta mucho. El otoño allá es una estación muy especial: días indecisos, seminublados, tibios, ni fríos ni cálidos. Por ese tiempo tomaba un poco y caminaba mucho por el centro de la ciudad. Y recuerdo ese momento. Iba caminando como perdido en medio de la calle, había mucho ruido, conversaciones de la gente, eran las once de la mañana. En esa calle había casas de discos que ponían música a un volumen muy alto. Sonaba una cumbia. Me paré a escuchar y se fue produciendo en mí una especie de éxtasis, una sensación de afectividad intensa que lo abarcaba todo, las personas, la calle... Aquel estado duró cinco minutos, diez minutos, durante los cuales todo se transformó... Hace cuarenta años y todavía lo recuerdo bien. Incluso me aprendí un poema de Yeats, porque me parece la definición de ese momento: "Mi año cincuenta vino y se fue./ Me quedé sentado, hombre solitario,/ en un local de Londres abarrotado,/ con un libro abierto y una taza vacía/ sobre el mármol de la mesa./ Mientras, en el local y en la calle vislumbré/ mi cuerpo en una llama repentina./ Y veinte minutos, más o menos,/ pareció tan grande mi felicidad/ que estaba bendito y podía bendecir."