La Jornada Semanal, 16 de marzo de 1997


García Guerrero: novedad del paisaje

Carlos Monsiváis

El año pasado murió Luis García Guerrero, dejando maravillosas alacenas con frutas y flores. Carlos Monsiváis se ocupa de la gozosa travesía de un pintor que aún no recibe todos los comentarios que merece. Agradecemos a la Galería de Arte Mexicano y a su directora, Mariana Pérez Amor, la ayuda para que La Jornada Semanal florezca con el inolvidable pincel de García Guerrero.



1. "ƑQuién me compra una naranja/ para mi consolación?", preguntó alguna vez el poeta José Gorostiza (Canciones para cantar en las barcas). En el filo de la navaja entre la metafísica y el realismo entrañable, y para nuestra consolación y nuestro asombro, Luis García Guerrero (1921-1996) pintó naranjas, peras, tunas, mameyes, mangos, membrillos, limones, pitayas, jícamas y granadas. Durante cuarenta años y sin contrariar su timidez ųrecelo de la grandilocuencia entre otras cosasų García Guerrero recrea y despliega una "épica sordina", la de los objetos humildes, lo tan cercano que a veces nos impide dar razón de su apariencia, los panoramas majestuosos que prescinden de estatuas, exaltan la grandeza de lo mínimo y alaban el perfil doméstico de las cordilleras.

ƑQué elemento más calladamente simbólico o más perecedero que una fruta?ƑQué alegoría menos levantisca que la disposición de los cerros? Con supremo refinamiento, García Guerrero pregona la significación del universo desde las representaciones de "lo insignificante"; vislumbra cosmogonías secretas en los acoplamientos del color; realza las proezas de los sentidos que iluminan la gloria que fue (y que sigue siendo) un árbol o una roca.

A García Guerrero, artista elocuente a su manera, no le interesó la alabanza dionisiaca de la Naturaleza, sino la transformación pictórica de algunos elementos del mundo físico. Según creía, y su obra explica tal convicción, hemos perdido la costumbre de ver de modo directo, y se han desvanecido el don del asombro ante lo sencillo y el respeto por las formas cuya majestad se revela gradualmente; por eso, para aproximarse a lo circundante, él abandona pretensiones alegóricas o mitológicas e insiste en la certeza que jamás convirtió en mensaje: ya es tiempo de volver como por vez primera a la naranjao al mineral, de aprender ųen doble ejercitaciónų a mirar el objeto y su representación plástica, el fenómeno concreto y sus metamorfosis en la tela.

En función de esto, García Guerrero no discrimina y acepta la valía de cualquier elemento. En su obra conviven en el mismo nivel una hondonada y unos tejocotes, un membrillo y el Cerro de la Bufa, el aguacate que flota en el cielo y las montañas. No se igualan las realidades: armonizan algunas dimensiones de lo visual, que no es lo mismo.

2. García Guerrero cuenta su primer contacto con el arte: "Yo veía en Guanajuato las reproducciones de la publicidad de Carta Blanca, con textos de Xavier Villaurrutia. Estaban muy bien impresas, salían doce al año. Todavía las recuerdo todas. Algunas me desconcertaron porque no estaba yo preparado para estas complicaciones. Me acuerdo muy bien de El ave del Paraíso de Carlos Mérida, de una Cabeza de Lazo, de reproducciones de Diego, de Siqueiros, de Rodríguez Lozano." Del panorama del arte nacional que es su formación primera y más radical, García Guerrero hace suya de inmediato la vertiente "intimista" (no el prestigio del asunto sino de la forma) y renuncia a cualquier deseo de prodigar los símbolos que enseñan y politizan, no por disentimiento ideológico sino por convicción artística. Al principio hace esculturas pequeñas en cera, a la manera del maestro Luis Hidalgo, y caricaturas que son ejercicios de la ironía nacionalista (en 1940, una prostituta "orozquiana" es ya un comentario institucionalizado sobre la hipocresía social). Esto dura muy poco. Pronto, García Guerrero se decide por su propia vía, que combina ortodoxias y heterodoxias.

Por lealtades sentimentales y culturales, García Guerrero nunca se aleja del ámbito donde cuaja "la novedad de la patria". Por necesidades del temperamento (serenidad es destino), García Guerrero elige los temas "modestos" desde los cuales construir lo pictórico.

3. Evoco a Carlos Pellicer: "Los ojos dioses del paisaje." Por asociación de ideas, la pintura de García Guerrero remite a otro punto de vista de extrema originalidad, el de un gran poeta que, de preferencia, eligió como método artístico el trato intenso con los elementos naturales. Al leer a Pellicer visualizo cuadros de García Guerrero.

Y el autor de: "Por la tarde vendrá Claude Monet/ a comer cosas eléctricas y azules", Ƒno disemina a lo largo de su obra numerosos equivalentes de esas frutas y esos montes de García Guerrero donde esplende y se esencializa el mundo físico, donde se adelgazan y arreglan los colores y, por ello mismo, donde se le concede beligerancia a los sentimientos soterrados de la infancia que son visiones y revisiones del hecho artístico? Ante el paisaje (siempre irrepetible, porque, además, nuestra mirada se transforma luego de contemplarlo), y ante los breves y vastos hallazgos del universo vegetal, las actitudes de Pellicer y de García Guerrero resultan muy similares. En ambos, la felicidad y el sentido del humor son a la vez premisa y resultado de la obra.

Según cuenta Jorge Luis Borges, su hermana Norah le proporciona su definición de pintura: "Consiste en dar alegría mediante formas y colores. Nada de expresarse a sí mismo, al mundo, ser auténtico, o brindar testimonio de la época. No. Sólo dar alegría. šQué bien, Ƒno les parece?!" De esto no discrepó García Guerrero, ni, en lo fundamental, Pellicer. Dar alegría es volver transparente la sensibilidad, compartir con lucidez los estímulos sensoriales, usar de las formas privilegiadas de transmisión de cultura. Por eso, no me sorprenden las confesiones esporádicas de García Guerrero sobre lo mucho que gozaba pintando. No hubiese podido ser de otra manera. Le interesaba decepcionar a "la realidad", y no consentía en su trabajo infiltraciones del pesismismo que hacía suyo al escudriñar la sociedad pero no al contemplar el mundo.

Para José María Velasco, paisajista clásico de la pintura en México, el paisaje es uno de los grandes métodos para aquilatar las reducidas proporciones de lo humano, y para incursionar en el orden armonioso en donde todo ųel aire, la "luz no usada", las formaciones orográficasų es función de la monumentalidad, de lo que desborda al espectador y sólo comprende quien se rinde a su grandeza. Una sola recomendación de esta pintura: si quieres asir la belleza, sumérgete en los alcances de tu mirada, déjate amoldar por las consecuencias de tu visión.

A García Guerrero el paisaje no le parece el espectáculo inabarcable, sino la fusión de lo visto, lo sentido, lo deseado. No se está ante el objeto de veneración y azoro, sino ante el sujeto de emotividad silenciosa, que deslumbra al sólo entregar su belleza a pausas, y al ser a su manera un pacto fáustico. Si por prejuicios mitológicos se cree que la juventud es la etapa de intensidad perfecta, rejuvenece a cualquier edad acercarse a los horizontes de visibilidad desde la perspectiva justa.

Si en algo cree García Guerrero, es en la omnipresencia del paisaje, y por eso le imprime a su pintura lo que pinta esa cualidad unánime. Todo es paisaje, porque todo nos acerca y nos envuelve: la alacena con mandarinas, el cesto de un dulcero, el haz de espárragos, las botellas que apresan diabólicamete los reflejos, las gramíneas, los caracoles, las tunas, las fresas, los chiles, los chayotes, las geodas, los panes. "Naderías" les llama a veces García Guerrero a estas combinaciones. Pero los temas comunes también prueban la magnificencia de otros reinos, de los "prodigiosos miligramos" que mueven las hormigas, como en el soneto de Pellicer.

4. En el espacio infinito se desplazan, insolentes, soberanamente agresivas, las frutas (mameyes, peras, tejocotes, mandarinas). Son, a su manera, imágenes de las cosmicómicas de Italo Calvino, inversiones de lo familiar que resultan experiencias a mediano y largo plazo. En el caso de García Guerrero los temas son la abreviatura anecdótica de etapas del color y la forma, métodos descriptivos fundados en el acercamiento "literario" al arte. ƑQuién que es no es, en tanto espectador de pintura, un autodidacta? Y el autodidacta, ante las dificultades para caracterizar la armonía declarada o subterránea, los logros o las fallas cromáticas, la dureza o la suavidad de la luz, prefiere el resumen externo. "Se trata de la batalla de Lepanto" o "Es la historia de México como un picnic gigantesco en la Alameda Central" o "Es un florero" o "Son unas manchas agradables". Y quien así sintetiza, acaba por creer que no es su enfoque el repetitivo sino, forzosamente, el artista.

Luiz Cardoza y Aragón ha escrito: "ƑQué no es en García Guerrero matiz, ponderación, nitidez? Crea un ámbito de limpia luz uniforme, cálida y suave. Y deja las cosas que pinta más cerca de nosotros. Más presentes y concretas." Si no podemos o no queremos reconocer esa parte de lo que existe casi registrado a su nombre, García Guerrero nos la acerca a los ojos. De allí la devoción por el matiz. El matiz es la diferencia entre el minuto de la intuición y el de la creación, entre el minuto de la creación y el de la asimilación visual. La muy frecuentada frase de Goethe ("šDeténte, oh momento, eres tan bello!") recobra su poder conminatorio ante determinados cuadros, personas, situaciones. Los instantes perfectos de la mirada requieren del entrenamiento de una vida.

En el orden de mutaciones de lo inmóvil, un mineral pintado por García Guerrero es un abismo quintaesenciado o un desfiladero metafísico. "El aire es siempre exacto/ en su tiempo tonal", y García Guerrero funda su tiempo tonal en la paciencia. Está al tanto: nos hemos educado en el desasosiego que sólo facilita frustraciones y tardanzas, y es hora de recurrir al examen detallado, a la morosidad que extrae cadenas montañosas de los fruteros, colores primigenios de la rutina de los cerros, equilibrios interiores de las rugosidades de una fruta, experiencias continentales de la interacción de un limón, unos cerros y una mosca.

5. Luis García Guerrero nace en 1921 en la ciudad de Guanajuato, en el seno de una familia de gran arraigo regional. El medio en el que crece, muy conservador en lo político, en lo cultural nunca lo es tanto como el de León, Celaya o San Luis Potosí. Hay menos intolerancia, son menos histéricos los guardianes de la virtud y llega a ser pacífica la coexistencia entre los extremos, digamos entre los enjambres de fanáticos y beatas y el grupo de anarcoliberales que vuela la primer estatua consagrada a Cristo Rey. Si, pese a la Universidad de Guanajuato, el proceso cultural se da "a trompicones", en sí misma la ciudad es un incesante proceso educativo, el recuerdo del auge minero que ha de perdurar en el lujo artístico.

Antes de ser convertida en magnífica (y a veces desolada) escenografía por la estrategia del turismo remodelador, Guanajuato fue un escenario admirable. García Guerrero recorre la ciudad sin tregua y allí adiestra su sentido de la composición (para quien sabe ver, Guanajuato es un óptimo entrenamiento del gusto). Como la gran mayoría de los artistas latinoamericanos, García Guerrero lee lo que puede, observa lo que le es posible. En 1941 ingresa a Arquitectura y fracasa ("Lo más que pude es criticar la escalera monumental de la Universidad de Guanajuato,que no lleva a ningún lado. Nomás es para que le dé infarto a la gente, pero no sirve para nada"). Quiere estudiar Artes Plásticas en la ciudad de México, pero no obtiene la aprobación familiar, y sólo le queda escoger entre ingeniero de minas, médico partero o abogado. Ante tal riqueza de alternativas, opta por la carrera menos distante de las humanidades y estudia leyes, recibiéndose con una tesis sobre garantías y amparo. Debut y despedida: jamás se considera abogado y munca litiga ("Yo hoy no tengo en mi casa más libro de leyes que la Constitución. Para lo que sirva").

El resto de la historia es paradigmático. En Guanajuato, conoce a Roberto Montenegro y José Chávez Morado y hace la primer venta de su vida. "No le quise dar el cuadro en 100 pesos porque me pareció excesivo. Le pedí 90 y me los dio." En 1949 se traslada a México y trabaja de actuario en las mañanas, el mínimo puesto en el poder judicial. "Sólo tenía que dar fe pública. Yo andaba en la calle repartiendo notificaciones. Tenía un jefe comprensivo que me decía: `Váyase a su casa a pintar'." Dura un semestre estudiando en La Esmeralda, dirigida por Antonio Ruiz. Un día, el profesor Ricardo Arias le informa con sinceridad un tanto descarnada: "Ya no venga a perder el tiempo. Eso no sirve para nada. ƑO le importa el papelito?" García Guerrero no vuelve a La Esmeralda, pero algo aprende: "Ese señor me enseñó a ver dónde pegaba la luz y cuál era la forma de un objeto. A ése si le tengo gratitud."

Oh santa decepción. En Guanajuato los capitalinos trataban bien a García Guerrero porque los paseaba. En México lo desconocen. El crítico de arte Justino Fernández lo reconviene: "ƑNo le parece que encontró una minita muy fácil de pintar? Haga lo contrario." Nunca volvió a verlo. Guillermo Meza lo instruye: "Vaya al bosque de Chapultepec y dibuje árboles." Y allí va don Luis. En una fiesta lo tranquiliza María Izquierdo: "No te va a pasar nada. No pintes cuadros con azul cobalto porque es muy caro. Pinta con blanco que es más barato." Estos son los consejos. Y abunda la extrañeza ante su provincianismo: "Usted acaba de llegar del pueblo. ƑNo es así?"

Así es, pero García Guerrero sólo llega del pueblo cuando comprueba allí los inmensos obstáculos para su desenvolvimiento. Ni en el país hay museos de arte moderno, ni en Guanajuato hay librerías, bibliotecas puestas al día o movimientos plásticos. Y al intentar la difusión de las corrientes nuevas, García Guerrero resulta šsujeto de escándalo! La anécdota es imprescindible. En 1949 Luis da una conferencia en la ciudad de León sobre arte moderno, en ocasión del homenaje a "la exquisita artista del pincel, señorita Eloísa Jiménez", en los salones del Estudio Artístico. Lo que allí sucede, lo narra con prosa inimitable el redactor de El Sol de León (20 de febrero de 1949):

El escándalo es desmedido, el abogado que, con "ligereza", invitó a García Guerrero se disculpa públicamente por tan "bochornoso suceso", se ataca de nuevo a los "inmorales" Picasso y Diego Rivera, y el inculpado se defiende a los pocos días.

Me he extendido en este curioso episodio de intolerancia y resistencia a la intolerancia, porque además de lo muy infrecuente (García Guerrero se explica), sirve para aclarar la necesidad de vivir en México, y la drástica carencia de estímulos del medio. Como muchos otros (María Izquierdo, Alfonso Michel, Chucho Reyes Ferreira, Juan Soriano), García Guerrero abandona sus lares por urgencia vital.

6. A principios de los años cincuentas, García Guerrero conoce a Inés Amor, directora de la Galería de Arte Mexicano, de extraordinaria importancia en la presentación-en-sociedad de una pintura distinta, ni académica ni de inspiración estrictamente revolucionaria. El primer encuentro no es muy afortunado:

Antes de la consolidación de un mercado de arte (con sus notables ventajas y desventajas), también pintores de calidad reconocida viven al día, sujetos al canon que establecen las exposiciones internacionales y a la moda entre compradores extranjeros, y enfrentados a la incomprensión general. Algunos arman su clientela multiplicando concesiones. Otros, como García Guerrero, se desarrollan sólidamente sin jamás ajustarse a las tendencias del mercado. En estos años, García Guerrero trata a otros pintores: Alfonso Michel, Gunther Gerzso, Ricardo Martínez. "Gente magnífica. Nunca me dieron una lección de nada, pero me hacían ver pintura, me comentaban con inteligencia mi trabajo. Nomás de ver lo que hacían, se me caían escamas de los ojos."

Ya para 1958 o 59, García Guerrero se dedica casi de tiempo completo a la pintura. Pero todavía requiere de su sueldo de actuario, que lo obliga a encomiendas penosas. La más ardua: ser el notificador oficial de las sentencias a los presos políticos del régimen de Adolfo López Mateos: David Alfaro Siqueiros, Filomeno Mata hijo, Demetrio Vallejo. "Don Filomeno me mentó la madre cuando lo fui a ver para ratificarle el auto de formal prisión. Tenía toda la razón en hacerlo. El proceso estaba amañado. Siqueiros me reconoció, me preguntó por Inés Amor, por mi pintura. No se preocupe, me dijo. Usted está cumpliendo con su deber. Pero eso me marcó. Cuando empezóel movimiento estudiantil de '68 renuncié de inmediato. No queríapasar ya otro trago amargo."

7. A partir de los años setenta se amplía y consolida el reconocimiento a García Guerrero. La crítica no lo ubica con precisión (una excepción magnífica: Luis Cardoza y Aragón, que prologa el primer libro sobre García Guerrero, ediciones del Gobierno de Guanajuato, 1982), por las dificultades de una obra sin asideros anecdóticos, muy rigurosa en su celebración de los sentidos. A cambio de la escasez de comentaristas, García Guerrero extiende su público, que aquilata la devoción y la maestría. ƑCómo no admirar, por ejemplo, la vehemencia de su "animismo" y su "panteísmo", sus frutas que alcanzan la condición de joyas marginales, sus cerros que son estrategias de integración feliz en el paisaje? En estos cuadros todo importa: la disposición de una mandarina, el extravío del cielo.

Sin decirlo, sin dejarlo de hacer, García Guerrero se renueva, va de la melancolía al sentido del humor, de la finura a la extrema finura. La luz se acrecienta o se repliega, las cosas son más o menos específicas. A veces, le atribuye las innovaciones al color: "Me había vuelto ya un poco triste." En otras versiones suyas, la metamorfosis vendría de la gana de recobrar una sensación. Como sea, nunca se cansa de la realidad, porque hace mucho que la convirtió en arte.

El 16 de diciembre de 1996, Luis García Guerrero muere en la ciudad de México.