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Carmen Lira Saade
De diversas maneras que no excluyen la calumnia y la exhumación del macarthismo se nos ha reprochado una de nuestras insistencias: para alcanzar el objetivo de las transformaciones democráticas, hemos procurado entender y explicar debidamente las posiciones de quienes no se resignan a la decadencia de la moralidad pública y a las deformaciones institucionales. Se nos ha acusado de arrogarnos la representatividad de un sector de la sociedad civil o de actuar como partido político, atribuyéndonos pretensiones de poder. Pero, ciertamente, La Jornada, por ser estrictamente un periódico, ha sido también ``algo en donde un pedazo de México se ha reconocido y se ha visto reflejado''. En esta doble lealtad a la información y a los intereses legítimos de nuestros lectores se localiza la esencia de nuestro compromiso no sólo con la democracia política y económica, sino también con la democratización de la vida cotidiana, el enfrentamiento a los prejuicios del tradicionalismo, la lucha contra la intolerancia, la apertura incesante a lo internacional.
Carmen Lira, durante la asamblea de La Jornada. La acompañan César Rodríguez, Miguel Concha, José Agustín Ortiz Pinchetti e Iván Restrepo Foto: Pedro Valtierra
``Es nuestra vocación políticadijo estimular la participación de lectores en favor de causas que juzgamos fundamentales:''
La ampliación y defensa de la soberanía y la independencia nacionales, así como la solidaridad con las luchas que otros pueblos dan para hacer realidad esos principios.''
La defensa del diario ejercicio de las garantías individuales y sociales que recogen las leyes fundamentales de México.''
El compromiso con las necesidades y demandas de los trabajadores del campo y de la ciudad, así como de las mayorías marginadas del país.
''La democratización formal y real de la vida pública mexicana, el ensanchamiento y multiplicación de su pluralidad política y el respeto a los derechos legítimos de las minorías.
''La distribución igualitaria de la riqueza socialmente creada y la limitación de privilegios políticos y económicos de toda índole''.
En 1984, estas razones las compartían todos los que iniciamos la aventura cívica, informativa, literaria y cultural que ha constituido desde entonces la meta y el logro, parcial pero inequívoco, de este periódico. Hoy la afirmación no es jactanciosa: aún con innumerables deficiencias, no nos hemos apartado de esas causas compartidas por todos y enunciadas entonces por nuestro director, sí, y hemos ampliado nuestras líneas de información y de interpretación, incluyendo además las batallas por la preservación de la ecología, el señalamiento de los procesos de corrupción, la defensa y la promoción de los derechos humanos.
Si, pese a nuestras limitaciones y carencias, quienes hacemos este periódico hemos podido de este modo mantener y cumplir el compromiso contraído en nuestro momento fundador, mucho lo debemos a los lectores, a la comunidad de trabajadores que, repito, ha compartido los objetivos que nos impusimos, y a quien en estos 12 años fue nuestro director, Carlos Payán.
Ni podemos ni queremos eximirnos de la autocrítica, práctica que desconocen nuestros severos inquisidores. Nos comprometimos a hacer ``un diario moderno y plural, abierto en lo ideológico y en lo político'' y no siempre hemos estado a la altura de nuestros propósitos. Muchas deficiencias presenta la factura cotidiana del diario. Con frecuencia se ideologizan o editorializan las notas informativas, y no es desusada la repetición de asuntos en una misma edición, acompañada por la omisión de otros, lo que obstaculiza la pluralidad a la que aspiramos. Sin embargo, y para mencionar una campaña ferozmente ideologizada contra nuestra publicación, nuestro radicalismo ha consistido, simplemente, en la persistencia en el tratamiento de los asuntos, sean las luchas regionales, los crímenes del poder, las causas profundas de la rebelión indígena, la emergencia de la sociedad civil.
Los analistas menores, si queremos ser generosos con sus intenciones para centrarnos en su debilísima argumentación, profetizan el descenso de La Jornada al abismo sectario. Es curioso, los sectarios del lado innoble del poder acusan de dogmatismo a quienes, en lo fundamental, son radicales por no abandonar los temas y por atestiguar la conversión de esos temas en causas fundamentales.
Desde 1984 el país se ha modificado en demasía. Se ha derrumbado la falsa utopía derechista del crecimiento económico sin apertura política. La sociedad se ha ido democratizando. Se ensanchan las posibilidades informativas y la libertad de expresión. Nuestro periódico ha sido testigo, actor y a veces, en la medida en que la información es central, protagonista de esos cambios. Desde el terremoto, 1985, cuando apenas teníamos uno de existencia, ha crecido un público más exigente, una ciudadanía más alerta de sus derechos y más pronta a defenderlos, una juventud en verdad diversa en donde se acentúa la exigencia de estilos propios, la valoración de los gustos individuales, el impulso de la pluralidad, junto a la eclosión de movimientos y manifestaciones sociales y a demandas más y más específicas de información económica, política e internacional.
En muchos casos, hemos abierto caminos, por la razón básica de la mezcla de análisis crítico y persistencia. La idea mexicana de la libertad de expresión en este fin de siglo no sería la misma sin la existencia de La Jornada, así como de un medio que nos precedió la revista Proceso y, hay que decirlo, del esfuerzo que nos comprometió a muchos de nosotros, por un tiempo largo, el diario Unomásuno.
Son legión los que han contribuido a formar La Jornada. Pocos medios pueden invocar una participación tan grande como la nuestra en esa evolución, participación muchas veces a contracorriente de hábitos establecidos y de algunas voluntades oficiales, pero con el vigoroso apoyo de un público lector cuya masa crítica se ha desarrollado sin doblegueces institucionales. Aun en tiempos como los actuales en que la profundidad de la crisis abate la venta de todos los periódicos, incluido el nuestro, afirmamos sin temor a equivocarnos que en el número de lectores por ejemplar vendido, La Jornada mantiene su lugar de privilegio, índice seguro del arraigo en la sociedad.
Nuevos órganos informativos, con diseño original y modernos recursos, han aparecido en los años recientes, y otros se han renovado. Bienvenidos. Siempre es provechosa la única competencia concebible, la de calidad. Pero, sin vanidad de por medio, señalamos también que esas nuevas voces con su amplitud de expresión deben mucho a la brecha abierta, entre otros, por La Jornada. Distantes estábamos de esta realidad cuando empezamos, salvando la mejor herencia de nuestro antecesor, el Unomásuno original, y evitando así sufrir la deriva ulterior de ese periódico.
Muchos periodistas de valía se formaron en estos 12 años en La Jornada. Algunos siguen con nosotros, otros han emigrado a puestos destacados en otros periódicos o a nuevos canales de expresión periodística. Quizás no supimos retenerlos, quizás no quisieron cargar con nuestras fallas y limitaciones, de seguro es el proceso inevitable en toda publicación.
Con los límites que reconocemos, de algo estamos ciertos: nuestro espacio lo hemos creado y extendido, pese a la escasez de recursos, a veces próxima a la angustia, gracias a la capacidad y la entrega de los jornaleros. Y si hemos contribuido, junto con la sociedad civil entera, a ampliar los espacios de la libre expresión y de la creatividad periodística, esto se debe a la decisión de mantener intacta nuestra independencia y fluida nuestra relación ineludible con las instancias oficiales.
Nuevos desafíos
Sin embargo, para los desafíos que enfrentará La Jornada en los años venideros, no basta lo hecho hasta ahora. Hay necesidad de proveerse de nuevos instrumentos que le permitan competir en igualdad de condiciones con los medios existentes y los por venir. Aunque es importante señalar que seguiremos en la línea de mantener este nuestro instrumento de comunicación no subordinado a intereses políticos particulares, sea oficiales o partidarios. Así nacimos, así nos hemos mantenido y así queremos seguir, sean cuales sean las vicisitudes generales del país.
Por ello más que nunca hay que imaginar nuevas formas de ingresos para la empresa que edita La Jornada.
Cultura
Desde su inicio, La Jornada ha dependido muy sustancialmente de su relación con el medio académico y la comunidad intelectual y artística de México. Baste recordar el apoyo generosísimo de Rufino Tamayo y Francisco Toledo, entre otros, y el número de escritores y académicos que han mantenido con nosotros una relación orgánica. Puede decirse que, en buena medida, en su primera etapa La Jornada fue publicación sectorial, y aunque las circunstancias han cambiado, el interés y la colaboración se mantienen vivamente. Por eso le es tan fundamental al periódico la atención a tareas culturales en el sentido más amplio y de los modos más específicos. Las secciones de Cultura y de Ciencia deben fortalecerse y proseguir su análisis, y La Jornada Semanal, dirigida de manera brillante por Juan Villoro, requiere también de nuestro apoyo. Como nunca, en este momento del más duro agravio económico, la cultura desempeña un papel esencial.
Las mujeres
En los 12 años de La Jornada el territorio político, económico, intelectual, artístico, de las mujeres en México se ha ampliado en forma considerable. Desde la perspectiva noticiosa y desde el capítulo de las causas fundamentales, las mujeres le son primordiales a nuestra publicación (de ahí la DobleJornada) en gran medida escrita y armada por mujeres.
Sin jactancia, pero con orgullo legítimo hemos comprobado la eficacia de La Jornada en asuntos de dimensión tan dramática como el de las jóvenes violadas por elementos de la Policía Judicial, o en hechos tan novedosos como la emergencia de las mujeres zapatistas. Las causas de las mujeres, y la atención a la lucha de los grupos feministas nos corresponde ya por tradición, así como también por tradición jornalera documentamos y denunciamos las embestidas de la intolerancia, el sexismo, la homofobia.
En los años por venir La Jornada tendrá que crecer en un doble escenario. Por un lado, en el mercado tradicional de la prensa impresa en el cual nació. Por otro lado, en el nuevo de las comunicaciones multimedia que están teniendo un desarrollo formidable.
A principios de 1995 La Jornada incorporó su edición diaria a Internet. Vivimos la experiencia fascinante: las páginas de nuestro periódico son leídas al mismo tiempo, en su versión original, en París, Australia o Buenos Aires. Conquistamos rápidamente un nuevo segmento de lectores los que consultan las páginas del periódico en su computadora. La Jornada se anticipó a todos los diarios del país y de hecho fue una de las primeras publicaciones en español que comenzó a usar la red mundial de información para difundir su contenido.
A partir de entonces casi todos los demás diarios del país han agregado sus ediciones al Internet siguiendo el camino que inauguró nuestro diario. Esto crea otro escenario de competencia que rivaliza en importancia, por su proyección al porvenir, con el periodismo impreso.
En los próximos meses necesitaremos reforzar la presencia de nuestro periódico en Internet y en el uso de otras tecnologías de la expansión de Multimedia, como la edición de discos compactos. Necesitaremos incluir toda la edición, o la mayor parte, en nuestro servicio de información en línea, ya que en la actualidad sólo incluimos algunas secciones, y al mismo tiempo, deberemos reconstruir el archivo histórico para que nuestros lectores consulten desde su computadora el material de textos y gráficas publicado desde el nacimiento del periódico.
Cómo desarrollar una presencia fuerte en este nuevo segmento de las comunicaciones electrónicas y, al mismo tiempo, hacer rentable esta presencia? Requeriremos de un enlace directo a Internet puesto que hoy en día usamos instalaciones que no son nuestras, así como un equipamiento de cómputo que dé servicio adecuado a nuestra nueva clientela de la comunidad nacional e internacional. Esto es indispensable si se quiere el éxito de nuestro esfuerzo por comercializar este nuevo servicio de La Jornada que será sin duda factor importante de nuestros ingresos.
La publicidad
Como todos sabemos, al mercado de la publicidad le afecta gravemente la crisis económica. La situación podría resumirse así: hay menos anuncios como resultado de presupuestos recortados, y hay menos anunciantes por la debilidad económica de las empresas. En contrapartida, hay más competencia porque los medios impresos-electrónicosquiebran o desmenuzan sus tarifas en proporciones difíciles de igualar.
El número de páginas de nuestras ediciones está determinado por el volumen de anuncios, buscando un equilibrio razonable entre contenido editorial y contenido comercial. Sin embargo, las necesidades de un periódico en expansión, ejercen presión constante y llevan a producir más páginas, o que altera el equilibrio permitido por el rol de anuncios del día.
La única respuesta: más anuncios. Se requiere aumentar los espacios comerciales para que crezca el número de páginas y se robustezca el contenido editorial. Esto demanda campañas más dinámicas de nuestro departamento de publicidad, obtener nuevos anunciantes, y vigorizar la capacidad de convocatoria en materia de patrocinadores.
La Redacción
La Redacción, centro neurálgico del diario, no se concibe sin la autocrítica y la vigilancia constantes. Y una de nuestras obligaciones morales y políticas de primer orden es la claridad expresiva, no una convención idiomática sino el resultado del conocimiento de la lengua y el ordenamiento mental. Esto le exige un esfuerzo aún mayor a la Mesa de Redacción. Con periodicidad lamentable se localizan (en este periódico y en todos los demás, pero nosotros laboramos en este periódico) atentados contra la sintaxis, repeticiones inducidas más por la falta de oficio que por la prisa, incoherencia, cabezas que inventan el contenido de la nota, inescrupulosidad en el manejo de las declaraciones y en la presentación de hipótesis o rumores como realidades, etcétera. Esto mella la confianza del lector y, lo peor, apuntala la tradición del ``ahí se va'', amenizada de vez en cuando por cartas a El Correo Ilustrado ofreciendo disculpas. Si los errores son inevitables, no lo son los descuidos y la impericia.
La Mesa de Redacción debe, además, contribuir poderosamente a la elaboración de las tácticas informativas, proponiendo su idea de la jerarquización noticiosa, esencial en la política de La Jornada. Uno de los elementos del arraigo del periódico se debe al rechazo de una jerarquía informativa basada en la cortesanía, y en el acercamiento a hechos antes arrinconados o desaparecidos. Un ejemplo: la matanza de Aguas Blancas. Creemos en el trato justo a fenómenos que desde la cumbre se declaran ``faltos de interés'', y a ese trato justo los protagónicos sin público, lo llaman ``radicalismo''.
Pero si algo exige nuestra atención infatigable, es ese resumen inequívoco de la realidad nacional e internacional que cada publicación, a modo de autodefinición, ofrece como jerarquía noticiosa.
El diseño
En muchísimas ocasiones La Jornada ha corrido con suerte, o, mejor, su proyecto ha logrado convencer a intelectuales y creadores extraordinarios. Uno de ellos, Vicente Rojo, se hizo cargo del primer diseño, y de su eficacia no tenemos dudas. Pero es necesaria la renovación constante, las soluciones que exigen materiales cambiantes, y en este sentido es preciso actualizar el diseño, aprovechando la tecnología a su disposición, y el instinto plástico de nuestros diseñadores. La Jornada es también un hecho visual, y esto obliga a expresiones más audaces en el diseño, y a fortalecer nuestro Departamento de Fotografía, tan importante en nuestro desarrollo, y en la creación de la práctica informativa que nos caracteriza.
Código de Conducta
Bajo la conducción del director, Carlos Payán, un equipo de especialistas ha elaborado un Código de Conducta de La Jornada que pronto será dado a conocer a la comunidad para su inmediata puesta en práctica.
El ombudsman de La Jornada
A semejanza de otras instituciones periodísticas, un grupo de compañeros creemos necesaria la creación de la figura de un ombudsman, que ejerza la defensa del lector. Una persona independiente de la empresa, que articula los intereses del lector, en sentido estricto. A este ombudsman le tocará mediar, si el término se aplica, entre los lectores y los editores, y por eso le toca ofrecer su lectura crítica del diario, señalando errores específicos y prácticas erróneas, repeticiones, ideologización abusiva de las notas, omisiones inexcusables, intromisiones en la vida privada de personajes públicos y sus familias, fallas evidentes en la jerarquía noticiosa, etcétera. Por supuesto, se trata sólo de sistematizar un punto de vista, de proponer una suerte de lector ideal, que permita el diálogo continuo.
La Jornada ha atravesado con dificultades pero con éxitos innegables, 12 años dolorosos a veces, confusos, pero intensos de la historia del país. No estamos satisfechos, no, pero sí orgullosos del esfuerzo realizado que compensan los inequívocos logros alcanzados. Sabemos que nos esperan tareas muy arduas, tiempos difíciles que lo serán más aún por la ausencia en la conducción del diario, de nuestro director fundador. Con Carlos Payán, es indudable, hemos escrito algo de la mejor historia del oficio periodístico, manteniendo intacta insisto la independencia del diario.
Lo que la dirección de Carlos Payán deja, más allá del periódico absolutamente consolidado, y más allá de la empresa editorial en la que actualmente laboran 546 trabajadores, es precisamente este patrimonio de responsabilidad moral y esfuerzo informativo, que debemos reconocer y custodiar.