La Jornada Semanal, 5 de mayo de 1996
Desde las primeras páginas de Querelle de Brest se
comprende la enorme fascinación que ejerció esta novela
de Jean Genet en sus contemporáneos. La cualidad poética
de su prosa es automáticamente envolvente. Y las situaciones
extremas que describe son igualmente hipnóticas.
Él ya había comenzado, tres años antes, a imponer públicamente su propia representación mitológica de autor de los bajos fondos sociales que había escrito sus tres primeras obras en diferentes prisiones. Eran libros en gran parte autobiográficos, en los que se afirmaba estéticamente una moral de sentido inverso: un elogio del crimen, la traición y el asesinato como elementos indispensables en la belleza realmente convulsiva.
Querelle de Brest es el primer libro en el que intenta no presentarse a sí mismo como personaje. El narrador nos relata brevemente sus propias dificultades para sacar de lo más profundo de su ser a un héroe nuevo: Georges Querelle, un marino criminal. De pronto nos lo describe como un ángel cuyos pies tocan apenas el agua y cuya cabeza, iluminada por su sonrisa, se confunde con el sol en el horizonte. Poco a poco le va dando la configuración moral de un monstruo. El más bello de los monstruos posibles. Un musculoso Hércules marino que, al tomar conciencia de la fuerza de su espalda contra un muro, comienza a verse a sí mismo como un inmenso cocodrilo dispuesto a despedazar a cualquiera con sus fauces alargadas o con un sorpresivocoletazo. Un monstruo hostigado por la gente. Lo que confirma en el fondo su metamorfosis es el asesinato. Matar a otros marinos es, para él, entrar en estado de gracia. La purificación de su monstruosidad.
La crítica literaria compara tradicionalmente a Querelle de Brest con Billy Bud, de Herman Melville. Especialmente porque se sabe que Genet conoció muy bien ese libro y hay enormes similitudes entre las dos novelas. En ambas hay un oficial enamorado secretamente de un joven marino que es visto como un Cristo, un sufriente pasional. Ambos son asesinos. Billy Bud paga sus culpas con su propia muerte. Querelle escapa. Con esta pequeña gran diferencia, Genet no sólo establece otra moral y otra idea de justicia sino que, más importante aún, propone un esquema de constante rebasamiento de las nociones establecidas de moral y justicia. Su personaje se convierte en un outlaw en constante movimiento. Un hombre en accidentada línea de fuga.
Una y otra vez, los personajes de Genet, y especialmente Querelle, son los
traidores de los traidores de los traidores. No hay
un sólo valor negativo que se vuelva positivo por
medio de la ficción y pueda permanecer así. En esta
novela todo está en movimiento, e incluso lo más
negativo se puede volver positivo y viceversa.
A diferencia de como sucedería bajo la moral y la justicia anglosajonas, el héroe de Genet no se fuga en línea recta, rompiendo muchas veces la misma ley en peores y más grandes proporciones. Él se mueve como bola en una mesa de billar, una línea de fuga quebrada, acogiendo su diferencia con otros que también lo son pero luego traicionándolos a ellos también. Un prófugo en zig zag.
El sistema poético de la novela también es inestable y avanza en zig zag: una vez que se ha establecido un sistema de metáforas, de analogías, y un ritmo de reincidencias y fugas poéticas, Genet lo rompe y comienza de nuevo como si no hubiera puesto ninguna piedra en su edificio poético. El elogio teatral de la traición es también su fórmula poética.
Una y otra vez, los personajes de Genet, y especialmente Querelle, son los traidores de los traidores de los traidores. No hay un sólo valor negativo que se vuelva positivo por medio de la ficción y pueda permanecer así. En esta novela todo está en movimiento, e incluso lo más negativo se puede volver positivo y viceversa. Incluso el gran valor positivo de la literatura de Genet en sus primeros libros, que es la homosexualidad rebelde, se convierte en Querelle de Brest en una dimensión que puede aflorar en todos, que a veces está ahí o no está, que pierde heroicidad al diluirse en la humanidad entera.
Esto último hace que más allá de la influencia anecdótica del libro de Melville y muy lejos de su moral anglosajona, la novela de Genet se impregne sin duda de una dimensión de Melville que podríamos llamar simbólica: todas las cosas son más de lo que parecen. Todo significa otra cosa, profundamente. Las formas que vemos y tocamos son el alfabeto del sentido del mundo.
Querelle de Brest es así una novela simbólica y poética. El puerto de Brest y su mundo de marinos de parranda, callejones hechos para el asalto y el asesinato, burdeles con matronas altisonantes, bares y hoteluchos de antología, son el producto evidente de las largas correrías de Genet por los puertos mediterráneos. Pero su descripción no es realista. Quiere penetrar más en ellos, como si fueran ánimas, cosas vivas. Son antes que nada, en la pluma de Genet, una selección de los rasgos más sublimes de ese mundo: su presencia simbólica en unas cuantas líneas y volúmenes.
Entre niebla, lluvia, y un derroche de fatiga y músculos cansados, los personajes se van presentando ante nuestros ojos en una especie de oleaje bravo que los deposita en el muelle como agua de mar. "La idea de crimen evoca con frecuencia al mar y a los marinos nos dice Genet. Mar y marinos no tienen entonces una imagen precisa, porque el crimen hace que la emoción nos golpeeen oleadas." El uniforme de los marinos, asegura, es el disfraz ritual de las ceremonias criminales. Los hace sentirse constelaciones reflejadas en el agua, estrellas aflorando de continentes tenebrosos, "les otorga el poder de actuar bajo el hechizo de un espejismo".
Más adelante nos dice que al mar y al crimen hay que sumar el deseo. Especialmente lo que él llama con énfasis "el deseo contranatura". Por qué lo llama contranatura? No se trataría más bien de decir que la homosexualidad también es natural? Genet intenta decir otra cosa. Él se ocupa no de un deseo homosexual entre homosexuales, sino del deseo homosexual entre heterosexuales. Violación multiplicada de las normas. Una sutileza que para Jean Genet es una gran diferencia.
Precisamente esta misma diferencia se relaciona con la inestabilidad de valores que comentábamos hace un momento al comparar el libro de Genet con el de Melville. Finalmente, hay en Genet un contraste con el mundo protestante anglosajón porque él cultiva la incoherencia moral. No la rebeldía a las normas morales sino la inestabilidad de toda moral. Algo que escapó a los militantes de izquierda (Panteras Negras, palestinos, etcétera) con los que se solidarizaba Genet y que luego se asombraban porque no era "tan coherente" en su anunciado "compromiso". Algo que escapó a Sartre, el teórico del compromiso de los escritores, que era protestante, en su voluminoso y muchas veces deslumbrante ensayo San Genet, comediante y mártir. Algo que, también, escapó al director alemán R. M. Fassbinder en su adaptación al cine de Querelle de Brest, una película provocativa pero muy coherente con los enunciados de antivalores que propone. Finalmente, en la película hay una actitud moral más cercana al mundo protestante que al mundo católico lleno de incoherencias, continuamente acomodaticio y sadomasoquista de Jean Genet.
De entrada, la película de Fassbinder deja de lado la poesía verbal de la novela, que es una de sus dimensiones más importantes, y se concentra en las líneas de acción dramática: la rivalidad entre los dos hermanos Querelle, Robert y Georges (el primero es amante de Lysianne, la patrona del mítico bar La Feria); el enamoramiento del teniente Seblon por Querelle, que lo hace llevar un diario donde seguimos su caza furtiva del marino; las sucesivas traiciones y asesinatos que desembocan en una especie de Pasión religiosa, recorrido sufriente del protagonista. Hasta ahí llega Fassbinder, que enfatiza los besos entre hombres, pero no puede llegar a entender que Genet en su libro desafía aún más a todos porque son besos entre heterosexuales perturbados.
De la misma manera, Fassbinder abandona la dimensión poética del puerto, que viene con la lengua y con la relación deseante, para convertir a la novela en una especie de obra de teatro expresionista en tonos crepusculares, poblada no por los marinos criminales de Genet, sino por los habitantes de cualquier bar gay de Berlín o París en los años ochenta, incluyendo gorras marineras y chamarras de cuero. Así, por ejemplo, la intensa escena de la fascinación entre Gil y Roger, "unidos por el hilo de sus miradas como si estuvieran unidos por la boca", se convierte en un coqueteo insistente y ya.
La perversidad poética y moral de Jean Genet está, todavía, más allá de lo "bien visto" en los medios progresistas de este final de siglo; y su fuerza poética es, como la de Celine, "una de las más profundas heridas de la noche de este siglo".