La Jornada 5 de mayo de 1996

MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
Golden Chicken

I

Es domingo. Se anuncia una noche fría. La neblina comienza a descender sobre la carretera y rodea los automóviles con un aura irreal. José experimenta una nostalgia que está a punto de convertirse en llanto. Con las manos en los bolsillos, apenas se vuelve hacia el interior de la vivienda --chata y gris, como todas las que fueron construidas por los mexicanos a la orilla del río: ``Pero si es nomás un arroyo y ni está hondo: cualquiera puede atravesarlo a pie. Yo creo que a uno se le hace la gran cosa nomás porque la vida cambia tanto de un lado a otro: como del cielo a la tierra...''

Esta reflexión lo lleva a verse a sí mismo,

años atrás, cuando semidesnudo, con las piernas envueltas en plásticos negros, tembloroso de pánico y de frío atravesó por primera vez el Bravo. La imagen es tan viva que cree oír de nuevo gritos, sirenas, rezos, maldiciones, gemidos y sobre todo eso, el amenazante carraspeo de los helicópteros. José nunca supo explicarse cómo, si casi todos sus compañeros en

aquella aventura fueron deportados, él logró escapar a la persecución. Rezo por tí todas las noches, José. Cada domingo me voy hasta La Villa y te encomiendo mucho a la Virgen. Ya sé que te me has vuelto medio hereje, pero con todo y eso te pido por favor que cuando vengas para acá le traigas a nuestra santa patrona un recuerdo: una vela, un milagro, una estampita. La cosa es que ella vea que no te volviste protestante ni malagradecido. Procúrala, acuérdate que cuando yo no estoy ella hace las veces de tu madre.

II

La bruma, la oscuridad, la voz de Pedro Infante -que en la televisión declama una vez más sus promesas de amor- hacen que aumente el desconsuelo que hostiga a José desde que vive en Isleta. En realidad no mira la escena. A cada momento observa el reloj y suspira: ``Le cuelga pa' que los batos regresen''.

A José no le gusta que sus hijos salgan. Sabe que esta vez, como tantas otras, habría podido impedirles que se fueran pretextando cualquier cosa; pero luego de meditar se dijo: ``Será mejor que se vayan acoplando el estilo de aquí porque, como están las cosas, quién sabe cuándo podremos regresar a Guanajuato. Preferible que traten con güeros y no que sigan juntándose con chúntaros y nacos''.

Las piernas le hormiguean. Se levanta, vuelve a la puerta de la casa y mira hacia el camino: ``Voy a prenderles la luz del porche'', murmura José sin que le moleste pronunciar el término porche como ocurría al principio de su estancia en Texas. Al reflexionar se da cuenta de que no tiene ninguna otra alternativa en su memoria y no sabe si sería capaz de decir lo mismo con otras palabras: ``Chingao, cómo cambia uno: al rato no voy a hablar inglés ni tampoco español...''

El ansia de volver a Guanajuato se agudiza cuando ve que le faltan las palabras de antes, de cuando era niño, de cuando estaba en Santa Rosa con su gente. Convencido de que Lucy y sus hijos no llegarán tan pronto como él quiere, vuelve a la casa para sentarse frente a la mesa donde sus hijos hacen el jomguorc. Toma un ``Legal Pad'' de hojas amarillas y escribe la fecha. Quiere redactar la carta que desde hace meses le debe a su madre y siempre olvida o posterga: ``Al principio me daba pena contarle mis batallas, decirle que no tenía trabajo, que estaba muy lejos de cumplirle mis promesas o de realizar mis sueños...''

Ahora que José está dispuesto a escribir se detiene porque lo asaltan ciertas dudas: ``Con lo mal que anda el correo a lo mejor ni le llega la carta; luego, qué tal si la jefa va recibiéndola a medio año y yo aquí, contándole de que se siente bonita la llegada de la primavera. Dirá que su hijo está loco. No, yo creo que mejor le pego un telefonazo. Lo malo es que luego, cuando oye mi voz, se pone nerviosa, dice que no me oye, le da por llorar y eso sí no lo aguanto.''

Atrapado en sus deducciones, José regresa a su propósito inicial: ``Prometí que escribiría y tengo que hacerlo.''

III

Han pasado veinte minutos desde que José redactó la fecha y las primeras frases. Son idénticas a las que encabezaban las cartas que su hermano Gildardo les mandaba a Guanajuato desde la ciudad de México: ``Espero que al recibir la presente se encuentren bien de salud como yo por acá, a Dios gracias...''

José relee lo que escribió. Sabe que debe continuar pero no se le ocurre nada más. Golpea el papel con la punta del lápiz, como si de ella pudieran salir las palabras que necesita. Cierra los ojos. Imagina a su madre sola, parada en la puerta de su casa y mirando calle abajo con la esperanza de ver al cartero. ``Pobrecilla, estará bien preocupada. Y es que allá, entre nosotros, eso de que no nius gud nius no cuenta. Somos gente que habla claro y va derecho a lo que te truje...''

Contento de reaccionar con palabras y actitudes ``de antes'', José recobra la seguridad, enciende un cigarro y con su mejor caligrafía comienza el segundo párrafo:

``Jefa chula. Como es domingo, la Lucy se llevó a los niños a la compra. Después irán a la casa de unos amigos que hoy tienen su parti o sea una fiesta. Aquí son medio desabridas. A los chavales les dan chocolate y donas. ¿Sabe qué se me antojó ahorita que le estaba platicando de estas cosas? Pues comerme uno de aquellos famosos churros de ``El Moro''. Acuérdese: cuando íbamos al centro usted me los compraba. Entonces era yo un chamaquillo y, para que vea lo que son las cosas, nunca he olvidado a qué sabían los dichosos churros. Cuando vaya a México, muy pronto, pienso invitarla al ``Moro''. Ha de saber que desde hace tres meses tengo una chamba muy buena. No se apure, ya no ando en los campos ni en la fábrica de bulbos; me salí porque una noche un capataz me llamó gallina y me escupió. Pensé que si volvía a hacérmelo iba a matarlo y aquí, eso de tocar a un gringo aunque sea con el pétalo de una rosa es algo muy serio... Me gusta mi trabajo: es fácil, me pagan bien y lo mejor es que para ir y volver tomo nada más dos trocas. ¿Ve cómo voy saliendo adelante? Eso se lo debemos a la Virgen porque ahorita, como están las cosas por acá en contra de todos los mexicanos, acomodarse en un trabajo es un milagro. ¿Qué noticias tiene de Gildardo?

IV

José pone el primer punto en la página que pretende sustituir a la conversación. Esa mancha lo atrapa, lo devora, lo atrae hacia el fondo de un pozo en cuyo fondo ve la realidad. El hombre procura destruirla y recuperar el hilo de sus pensamientos; pero no lo consigue. Cuando al fin logra levantar los ojos, José mira el uniforme de plumas amarillas que usa diariamente, a lo largo de las ocho horas en que permanece a las puertas del Golden Chicken --un restaurante especializado en pollo al horno-- para atraer a la clientela infantil mediante saltos, maromas y suertes.

José aprieta las mandíbulas y sigue escribiendo, como si al convencer a su madre, pudiese convencerse a sí mismo de que su dicha y su prosperidad son ciertas y no cosas inventadas y amargas que lo empequeñecen y humillan: ``Como usted podrá imaginarse tengo un jefe: mister Ferguson. Aunque aquí la gente no es tan comunicativa como nosotros, me he dado cuenta de que me estima y aprecia mi trabajo porque sabe que vale.''

José interrumpe la escritura de nuevo. La mención de ese nombre --mister Ferguson-- es otra fisura por donde comienzan a filtrarse ciertas risas, frases y el timbre de la voz más odiada por él: Jousé no ser uno gallina sino un pollou valiente y mexicano. Jousé sonríe, levanta alas, brinca alto y más alto como volar. Jousé ponerles caras chistosas a niños tragantes. Jousé no roto el traje porque si no, I'm sorry, he'll pay. Oh yes: pagará daños o pierde la chambita y eso, no good in springtime