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La relativa culpa alemana y la carta blanca israelí
C

on su permiso, estas líneas van a pecar hoy de eurocentrismo, pero es que la política europea –y, en particular, la alemana– respecto a Palestina e Israel bien merece un intento de explicación. Hay pocos conflictos en el mundo que polaricen tanto las sociedades europeas como el de Palestina. Ni siquiera el de Ucrania levanta semejantes pasiones ni ha generado una crisis institucional como la provocada por la presidenta de la Comisión Europea, la germana Ursula von der Leyen, al visitar Israel y dar su apoyo incondicional al gobierno del ultraderechista Benjamin Netanyahu.

De hecho, han tenido que ser dos figuras tan mediocres como el alto representante para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, un incendiario el primero y una ameba el segundo, quienes han recordado a Von der Leyen que no es ella quien fija la posición europea en política exterior, añadiendo al apoyo incondicional a Israel una tibia muletilla que la dirigente alemana ignoró: el derecho israelí a la autodefensa debe darse dentro del derecho internacional.

Con todo, la posición europea es profundamente hipócrita por dos motivos: porque Israel sabe que violar una y otra vez dicho derecho internacional no tiene consecuencias y porque, puestos a jugar con las palabras, si Israel tiene derecho a defenderse de los ataques de Hamas, ¿por qué los palestinos no tienen derecho a defenderse de los ataques, el hostigamiento y el régimen de apartheid al que los someten los israelíes? La posición europea es de parte, escala el conflicto, da alas a la violencia y está a años luz de valores como la paz y los derechos humanos que tanto pregona.

Establecida la obviedad, cabe preguntarse por qué Europa liga su posición de forma tan ciega a Israel. Aunque no lo explica todo, hay una argumentación geopolítica. En términos generales, las capitales del continente siguen a pies juntillas la política exterior estadunidense, que tiene en Tel Aviv la punta de lanza en un territorio vital. La excusa en tiempos de guerra fría era la contención de la influencia soviética. Hoy en día, el combate contra el islamismo sirve de percha para cualquier intervención en la región. Una demonización del mundo musulmán que tiene el reverso de la moneda en la islamofobia, también presente estos días: un europeo medio empatiza mucho más fácilmente con un blanco israelí que con un árabe de tez morena.

Entremos en detalles. Aunque hay matices importantes, todos los gobiernos europeos se han alineado con Israel. Asimismo, en todos hay potentes movimientos de apoyo a la causa palestina, así como reacciones a la masacre que el ejército israelí está cometiendo en Gaza. Menos en Alemania. La defensa que Berlín hace de Israel va a menudo más allá de la que hace Washington, que ya es decir. Es un fenómeno en el que culpa y cinismo caminan de la mano y al que la ex canciller Angela Merkel puso palabras en el Parlamento israelí en 2008: La seguridad de Israel es una razón de Estado para Alemania.

El final de la Segunda Guerra Mundial da algunas claves. En busca de la redención por la shoa, la matanza sistemática e industrial de 6 millones de judíos por el régimen nazi, el primer canciller de la Alemania occidental, Konrad Adenauer, vinculó la suerte de su país a la de Israel, proporcionándole ayuda financiera y material –incluida militar– que resultó crucial en las tempranas victorias israelíes sobre los árabes en 1956 y 1967. El relato que explica esta adhesión inquebrantable siempre habla de la deuda moral y ética contraída por el pueblo alemán con el pueblo judío, si bien hay versiones que apuntan a argumentos más prosaicos: Alemania occidental necesitaba a Washington para reconstruirse como potencia industrial y una condición pudo ser este apoyo al recién nacido Estado sionista.

De hecho, no se acaba de explicar por qué, además de las obvias reparaciones a las víctimas del Tercer Reich, la Alemania de Adenauer pagó también reparaciones al Estado de Israel, inexistente durante los años de Hitler. Esta cuestionable identificación de Israel con todo el pueblo judío es una de las grandes trampas que permiten calificar de antisemita cualquier crítica al sionismo. Es la base sobre la que se prohíben manifestaciones solidarias con Palestina y hace imposible cualquier debate razonable. Ni la izquierda alemana, en términos generales, se abre a hablar de ello. Entre los partidos, sólo la ultraderechista AfD, con una genealogía tenebrosa, sale de este consenso. No precisamente por su empatía con el pueblo palestino. El cuadro completo es tremendo.

La culpa puede producir monstruos, pero por sí sola no explica la postura alemana. El imperativo ético al que apelan para apoyar a Tel Aviv debiera funcionar también para la población palestina masacrada, si fuese sincero y real. Pero no lo hace, hay un cortocircuito. Las causas son difíciles de asir, pero como dice un amigo de forma cruda, la consecuencia es diáfana: las muertes palestinas no importan, igual que en su día, siempre en términos generales, no importaron las muertes judías.