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El alazán y el rosillo
E

l corrido El alazán y el rosillo, popularizado en la voz de Pedro Infante, cuenta la historia de una carrera charra en la que compiten dos caballos: el rosillo, de los pobres, y el alazán, de los ricos.

Los protagonistas equinos de ese corrido podrían tener una metáfora humana en la aparente disputa por la precandidatura de Morena para la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. Omar García Harfuch, el ex secretario de Seguridad en la gestión de Claudia Sheinbaum, sería el candidato de los ricos; Clara Brugada, Hugo López-Gatell y Mariana Boy representarían la candidatura de los no ricos.

Mis notas se centran en García Harfuch. No se refieren a su oscura trayectoria policiaca, a sus nexos político-laborales con personajes del crimen oficial (la camarilla de Genaro García Luna, Tomas Zerón de Lucio, Luis Cárdenas Palomino y otros de la misma escuela y laya); tampoco a su conocimiento insoslayable en el proceso de Ayotzinapa-Iguala, su participación en la urdimbre de la nefanda verdad histórica en torno al ataque y desaparición de los 43 estudiantes de la normal Raúl Isidro Burgos ni a su silencio sospechoso sobre todo ello. Callar, en ciertas circunstancias, equivale a mentir, uno de los pilares ideológicos de la 4T. Tales señalamientos sobre este personaje han sido analizados y documentados por periodistas honestos, puntuales y prestigiados; entre ellos Julio Hernández, colaborador de La Jornada.

Que esa documentación no haya sido leída por quienes tienen la máxima responsabilidad de estar enterados de lo que pasa en el país resulta ominoso y ofensivo para las familias de los 43 desaparecidos y para numerosos mexicanos de toda condición que han mostrado su solidaridad con ellas y con su reclamo de justicia.

Mi enfoque sobre García Harfuch tiene que ver, estrictamente, con su formación, ejercicio y mentalidad de policía. Un policía que nunca ha manifestado una minúscula idea acerca de las causas y compromisos enarbolados por Morena. Era previsible, cierto, pero no se entiende cómo un individuo con esa mentalidad haya podido ser prenominado para encabezar la candidatura morenista al gobierno de una ciudad tan compleja, tan politizada y con tantos problemas sociales, políticos, ecológicos y de inseguridad como la Ciudad de México. Aparte de estos últimos, un hombre que jamás ha tenido por preocupación sino la de darles una salida menos real que aparente, sería incapaz de dar un cauce satisfactorio a los demás sin una visión de Estado de la que obviamente carece.

A todo esto, ¿por qué favorito de los ricos en la carrera para gobernar la capital de la República? Veamos.

Cubiertas sus necesidades básicas y muchas de las que no lo son, los ricos sólo suelen demandar, como lo hicieron desde la revolución industrial y los primeros gobiernos liberales, que el hemisferio público del Estado les aporte los medios más eficaces para proteger sus empresas, fortunas e integridad personal. Exigen seguridad, cuerpos policiacos y militares bien adiestrados para cumplir ese cometido.

San Pedro Garza García, municipio donde residen algunas de las familias más ricas de México, cuenta con un aparato de seguridad de mayor dimensión que los restantes 50 municipios de Nuevo León con una población más nutrida. La semana pasada tuvo lugar un episodio de violencia no visto en los últimos tres lustros. Las narcomantas que desplegó uno de los cárteles con presencia en San Pedro advirtió a otro –u otros– que no permitirá extorsiones o secuestros de parte de ninguno.

A pocas horas de aparecer una docena de ejecutados y descuartizados en distintos lugares, el Ejército Mexicano envió un cuerpo especial de 100 soldados. A partir de su llegada a Nuevo León volvería a reinar la paz en ese municipio.

La élite militar sabe que García Harfuch sabe lo que una y otro intentan ocultar. Para esta élite representaría un funcionario deseable al frente del Gobierno capitalino, según su trayectoria paramilitar y su estirpe.

En la suerte de García Harfuch se dibuja ahora la existencia de dos masas de capital generado en Monterrey: el de Ricardo Salinas Pliego (su base fue la empresa Salinas y Rocha) y el vinculado a su hija, Ninfa Salinas Sada. Mujer inteligente, admiradora de su padre y con experiencia política (fue diputada federal en la 61 legislatura), ella es bisnieta, por línea materna, de los fundadores de la Cervecería Cuauhtémoc y la Fundidora de Monterrey, la biga histórica del proceso industrial de la capital de Nuevo León. Su padre, el industrial Fernando Sada Malacara, tuvo puestos de liderazgo en las organizaciones empresariales de la ciudad y negocios con los principales oligopolios del grupo Monterrey.

En el noviazgo y posible matrimonio de Ninfa Salinas con Omar García Harfuch, ese poderoso grupo empresarial no vería con malos ojos que el policía político llegara al Gobierno de la Ciudad de México en 2024 y, acaso, pues ya habría un antecedente inmediatamente anterior, a la Presidencia de la República en 2030.

García Harfuch, por su experiencia, no requeriría de traductor en el trato con los narcocapos; ellos tampoco ante su interlocutor.

Los altos funcionarios de Estados Unidos relacionados con su política de seguridad asumirían la figura de García Harfuch como la del sheriff mexicano que ellos desean ver en el poder.

Sólo queda esforzarse para que la disputa de Morena por la precandidatura a la Presidencia tenga un desenlace semejante al del corrido El alazán y el rosillo.