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Aprender a morir

¿Un candidato laico?

N

o se trata de que crea o descrea, sino de que sepa pensar por sí mismo y elaborar juicios autónomos sin necesidad de invocar invisibles guías y todopoderosos asesores que aprueben su conciencia, bendigan sus acciones y tranquilicen su desempeño. Aunque la Constitución mexicana, ese inventario de ilusiones de las mayorías, constantemente ampliado e incumplido por la minoría en el poder, obliga a quien ocupe el cargo de Presidente de la República a “no pertenecer al estado eclesiástico –vinculado a cualquier confesión, debía aclarar– ni ser ministro de algún culto”, aquellos que han alcanzado tan comprometedor puesto acusan, sea en público, en privado o en ambas circunstancias, su pertenencia y acatamiento a alguna religión o creencia espiritual, lo que pone su ejercicio a distancia de la ideología que pretenden adoptar.

Confirmación de ello es el desempeño más o menos incongruente de sucesivos mandatarios, todos de cuna católica o de alguno de sus derivados, más una adhesión obligada a la masonería, ese añejo organismo que con una especie de capacitación adicional pretende fortalecer la bondad y honorabilidad de sus integrantes, satanizado desde sus inicios por la Iglesia y letra muerta en cuanto alguno de sus miembros alcanza el poder.

Por estas permisivas latitudes guadalupanas pareciera imposible pensar y aterrizar una polética, un ejercicio de la tarea política sustentado en la ética, en juicios maduros de apreciación que logren ver la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, entre actuar bien o medio actuar y, lo más importante, en las consecuencias de esa actuación en la sociedad que se pretende gobernar. En la práctica, esta polética, ¿sería más convincente, más estética, menos redituable o igual de infructuosa?

Con una oratoria escolar que se quiere correcta aunque carezca de persuasión, los precandidatos de Morena, a merced de frases hechas, buenos propósitos y declaraciones amables pero incumplibles, abordan incluso temas como la salud del pueblo –otra abstracción–, aunque sin darse cuenta, ninguno, del juego que le siguen haciendo ya no a la derecha sino a remilgosas posturas confesionales en torno al postergado derecho a una muerte digna, a la eutanasia y al suicidio asistido, asignaturas pendientes en nuestra sociedad, desde siempre tratada como menor de edad porque las posturas religiosas siguen prevaleciendo sobre posiciones éticas reflexivas y maduras.