Opinión
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Pobreza y desigualdad
N

o es ocioso insistir en este crucial tema de nueva cuenta. En él se implica la identidad definitoria de un movimiento de izquierda. Primero los pobres es un distintivo que sigue ocupando lugar de privilegio en las decisiones del gobierno y su partido. Erradicar la desigualdad se tiene, a su vez, como cruzada permanente. Y, lo que marca y marcará a la presente administración son, precisamente, sus logros al respecto. Y, para que esta manera de jerarquizar las decisiones políticas continúe, se deberá insistir en una trayectoria futura idéntica. Los programas podrán variar en número, alcances o en apropiaciones presupuestales, pero su esencia popular tendrá que conservarse. Será recomendable, si no se desea nublar el aprecio ciudadano, redoblar el énfasis en tal aspecto humano.

Apreciar la significación de haber mantenido las políticas sociales durante este periodo, de gran tensión pandémica, es una exigencia moral. Aquellos fueron momentos inéditos. Tiempos de formación, alejados de la normalidad. La pandemia los cruzó y marcó en su mero centro de gravedad. La caída del PIB de 8.3 por ciento fue toda una catástrofe no sólo económica, sino que contaminó la totalidad de la vida organizada y la íntima y personal. Y lo fue, precisamente, en los inicios de los trabajos de cambio de régimen profundo emprendido. Aun así se pudieron sortear las vicisitudes, que incluyeron muertes, incapacidades organizativas, poca preparación técnico-sanitaria, instalaciones defectuosas y un sinfín de problemas prexistentes. Con otras pandemias –obesidad y diabetes– simultáneas, incrustadas en el cuerpo social.

Pero lo que también jugó un rol de complicaciones adicionales, en todo este drama imprevisto, fue la belicosidad conservadora. Estos personajes entrevieron la oportunidad de cobrar las cuentas que ya se les hacían impagables. Alegaron hasta genocidio, descalificaron a los funcionarios responsables, los estigmatizaron y nunca han saldado sus visiones con lo que sucedió después.

Nadie puede negar que las consecuencias de una economía paralizada fueron determinantes para la vida y los ingresos de las personas. La precariedad de millones se acentuó hasta el límite en que, desoyendo los llamados al encierro, salieron a mitigar sus necesidades. Es entendible que no lo habrían logrado sin la perseverancia de las políticas sociales del gobierno. Mucho se atacó al Presidente por la manera de actuar. Pero mantuvo la ruta y se pudo, a juzgar por el rescate de pobres habido entre 2020 y 2023, que fue redituable su resilencia. Casi 9 millones de mexicanos abandonaron la pobreza. Y, lo que complementa el cuadro humanitario, la desigualdad sufrió significativo retroceso. La distancia en ingresos entre los de arriba y los de abajo decreció en forma por demás significativa. Similar fenómeno ocurrió entre las regiones del país. El sur-sureste mejoró notablemente en este aspecto, resintiendo el positivo efecto de los grandes proyectos de infraestructura. El norte fronterizo acusó recibo del incremento salarial.

En el centro de tales mejorías se destacan dos aspectos: los aumentos a los salarios mínimos y las transferencias gubernamentales directas a la población. La oposición ha quedado desvalida con estos datos tan valiosos y caros para el pueblo. Han puesto quejas inmediatas contra los programas sociales tachándolos de electoreros. Aún así, de persistir en ese tipo de crítica, chocarán de frente con la aceptación y el apoyo mayoritario. Se han apegado, casi por consigna y a manera de desquite, a lo que parece un descuido y olvido del sector salud. Se sostiene, con base en lo publicado por el Inegi, que la población sin atención creció sin control alguno. Muy a pesar de la errónea medición (Seguro Popular), se debe aceptar que se trabaja de manera consciente en mejorar las cortedades que permanecen. Pero hay que recordar el esfuerzo llevado a cabo al respecto. Desde antes de la pandemia, se rescataron las obras hospitalarias abandonadas, incompletas o sin terminar (más de 400) que abundaban por toda la República. Las masivas contrataciones de personal médico, de equipamiento, llamados a especialistas, de auxilio técnico o enfermería, que tampoco aparecen a favor de las acciones gubernamentales. Todo esto habrá de continuar mejorando en los dos años que restan por delante a esta administración. Tener como horizonte igualar o mejorar el estándar danés en salud no debe prestarse a burla. Al contrario, verse como alta vara de trabajo autoimpuesta.