Opinión
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Textos y pretextos
D

escalificaciones o defensa a ultranza de los nuevos libros de texto gratuitos marginan la discusión pública informada. De un lado y otro se lanzan invectivas, más que argumentos y desglose de los mismos en propuestas para mejorar el contenido de los materiales educativos. Los nuevos textos sirven a los grupos polarizados como pretextos para justificar intereses políticos y llevar agua a su molino.

Sin conocer el contenido de los libros, o conociéndolos parcialmente, han salido supuestos defensores de los millones de menores que recibirán los volúmenes al iniciar el nuevo año escolar. Señalan los autoproclamados guardianes de la integridad de las conciencias de la niñez que las obras están orientadas ideológicamente por la filosofía marxista y el modelo comunista de gobierno. Al mismo tiempo se presentan como libres de intereses ideológicos porque lo suyo es, así lo implican, velar por la pureza de lo que se transmite a niños en las aulas.

La cuestión no es, considero, si hay inclinaciones de cierto perfil en los libros de texto, sino tamizar tal inclinación con el fin de separar consignas de valores pedagógicos válidos, y necesarios, para una sociedad crecientemente diversificada como la mexicana. El que esté libre de ideología que tire la primera piedra. Todos tenemos ideas, valores, desde los cuales miramos y/o construimos la realidad. Es inexistente que podemos llamar no lugar cognitivo. O como, hace muchos años, analizó Adolfo Sánchez Vázquez en el ensayo La ideología de la neutralidad ideológica, hay que sospechar de la muy subjetiva objetividad de quienes defienden el statu quo que los ha beneficiado.

Los nuevos recursos escolares no son marxistas ni comunistas; tienen, eso sí, presupuestos filosóficos y pedagógicos distintos a los de la anterior generación y, como todo programa escolar/educativo, puede ser analizado para localizar fortalezas y debilidades. Las críticas sustentadas con datos y argumentaciones sólidas en lugar de ser demonizadas debieran ser tomadas por los creadores de los nuevos textos como posibilidad para revisar y, en su caso, incorporar las observaciones que robustezcan la calidad de los libros.

Entre quienes valoran y/o critican el producto de la llamada Nueva Escuela Mexicana (aquí el documento que explica el ser y hacer de la misma: https://rb.gy/200qpxtarget="_blank" principalmente los libros de texto, no todo es politiquería ni descalificaciones grotescas. La crítica, cuando también incluye la autocrítica, es, o debiera ser, uno de los valores más preciados de la izquierda. En este sentido bien lo ha dicho Luis Villoro, y vale para cualquier escuela filosófica: La filosofía marxista puede verse desde dos aspectos. Por una parte, es un pensamiento crítico y libertario. A la vez que desmitifica las ideologías opresoras, puede orientar a una práctica social que conduzca a una liberación real. Pero también suele convertirse ella misma en ideología. Aparece como una concepción del mundo y de la vida, que presenta un punto de vista sobre todos los problemas filosóficos. Ya no es reflexión crítica de las creencias recibidas, sino doctrina que inculca creencias; como tal, se considera en oposición a todas las demás filosofías. Puede entonces dejar de cumplir una función liberadora, para asumir la de encuadrar a las mentes en una doctrina indiscutida.

Los ciclos educativos son tan importantes que no pueden restringirse a los especialistas que diseñaron los nuevos materiales, son productos de interés público y es señal de vitalidad social la discusión civilizada sobre ellos. Por propia iniciativa se excluyen del diálogo personajes que llaman a encender hogueras. Pero sí tienen cabida en el ejercicio valorativo los padres de los menores (cuya representación falsamente se adjudica el conservadurismo aglutinado en la Unión Nacional de Padres de Familia, nacida en 1917 para combatir la laicidad del Estado y de las escuelas), la comunidad científica y los maestros en distintas regiones y realidades cuyas experiencias pedagógicas serán la prueba de fuego de los nuevos libros, otros sectores de la población y, por supuesto, los estudiantes que usarán los textos.

El proceso para confeccionar los libros ha sido, innecesariamente, accidentado y falto de la transparencia debida, en un tema tan delicado como el educativo. Es un aspecto débil y que deja al descubierto zonas vulnerables para el golpeteo de los fúricos vociferantes, a quienes lo que menos les importa es la niñez. ¿De verdad es imprescindible resguardar por cinco años la información sobre cómo y quiénes gestaron los materiales? Esta decisión es contraproducente para el gobierno y le provee de combustible a los que buscan atizar el fuego.