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La felicidad
E

n el Informe Mundial de la Felicidad que publica anualmente la Organización de Naciones Unidas, hace unos años México apareció entre los países más felices. Ante la crítica de quienes afirmaban que eso no era posible con tantas desigualdades, problemas y carencias, nos pusimos a averiguar cómo se mide algo tan abstracto.

Resulta que una de las causas de felicidad para el ser humano es la familia, que en México, en términos generales, continúa siendo muy sólida. Otra razón se refiere a los lazos relacionales; nuestra cultura tiende más a lo comunitario que a lo individualista.

Instituciones como las mayordomías, las fiestas patronales y los compadrazgos crean vínculos de solidaridad y afecto y dan un sentido de pertenencia que brinda seguridad y bienestar emocional.

Por ello celebro la aparición del número más reciente de la revista Crisol mágico del sur, que desde hace 12 años publican el cronista de Milpa Alta, Luis Gutiérrez, y un grupo de apasionados colaboradores.

Está dedicado a las fiestas patronales y mayordomías de la Ciudad de México y, como siempre, viene muy bien ilustrado. Es increíble conocer la cantidad de festejos de ese tipo que sobreviven en esta urbe cosmopolita que datan de hace siglos.

Se crearon durante la Colonia, y si bien tomaron algunos elementos de culturas prehispánicas, como el de aportar trabajo gratuito, sirvió para que las autoridades coloniales civiles y religiosas se valieran de la tributación para sostenerse.

En el siglo XVI los frailes crearon las hermandades, congregaciones o cofradías para recibir el diezmo y las limosnas por sus servicios. Para aumentar sus ingresos multiplicaron los cultos y las fiestas.

Han sobrevivido a la iglesia institucionalizada, a la Independencia, a las Leyes de Reforma y a la misma Revolución, ya que las comunidades se apropiaron de ellas y dejaron de pagar tributo a otros. Se han sostenido en gran medida como un símbolo de resistencia cultural y un espacio para el alimento espiritual.

Son una tradición profundamente arraigada en los pueblos originarios pero también se han mantenido vivas en grupos mestizos de distintos orígenes, como vemos en las de la Ciudad de México.

La celebración requiere de múltiples preparativos, participantes y gastos elevados. El que fundamentalmente costea la fiesta es el mayordomo o cófrade, quien en algunos casos se postula de forma voluntaria para atender al santo patrono de su devoción y en otros, lo designa la comunidad. Obtener el cargo brinda prestigio, ya que se otorga a personas que gozan de respeto y aprecio.

En la mayoría de los casos, varios individuos de la comunidad colaboran en los gastos de la costosa fiesta colectiva: flores, velas, pirotecnia, incienso, lonas, alimentos, bebidas alcohólicas y en el pago a danzantes y músicos, entre otros. Estas participaciones frecuentemente se afianzan con el compadrazgo.

En la Ciudad de México se celebran dos fiestas multitudinarias en las que participan miles de personas: la del Niñopa en Xochimilco y la peregrinación de Milpa Alta a Chalma.

La más famosa es la del Niñopa, que es una imagen del niño Jesús, con antigüedad de 434 años y se le considera una de las imágenes de culto más antiguas de América. A diferencia de otras figuras religiosas, no permanece en una iglesia como es común, en este caso cada año un mayordomo diferente lo resguarda en su casa. Antes, preparó un espacio para sus juguetes, joyas, dulces, muebles y más de 2 mil ropones. En el gran festejo, el 2 de febrero, le da de comer y beber a cerca de dos mil personas que llegan a venerar al niño. Agregue la música, los fuegos artificiales, las flores y demás.

Cada año, el 3 de enero, entre 15 y 20 mil peregrinos de nueve pueblos de la alcaldía de Milpa Alta salen en la madrugada rumbo al Santuario del Señor de Chalma, en el estado de México, encabezados por el mayordomo mayor. La peregrinación dura ocho días de ida y vuelta, y se camina por veredas en la sierra, barrancas y demás, cargando en hombros sus nichos, en los que resguardan las imágenes y estandartes que representan a los barrios y capillas de su respectivo pueblo. Alrededor de 200 mujeres preparan 40 mil tamales y los hombres, 70 enormes cazos de atole. Es alentador advertir la solidaridad comunitaria que requieren actividades de tal magnitud. Un tesoro de México.

(Informes de venta de la revista: [email protected])