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Biden y el factor Macron
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ras poco más de dos años de su llegada a la Casa Blanca, la renovada propaganda de guerra fría enarbolada por Joe Biden −con eje en el providencial destino manifiesto y el mito de la excepcionalidad estadunidense− parece haber entrado en un callejón sin salida. Igual su promesa de sentar una vez más a Estados Unidos (EU) en la cabecera de la mesa de las negociaciones internacionales.

Como parte de esa estrategia, en un ar­tículo en la revista Foreign Affairs Biden había calificado al gobierno de Vladimir Putin de sistema de cleptocracia autoritario y llamado matón al presidente chino Xi Jinping. Después desató contra ambos guerras híbridas que han colocado al mundo al borde de un conflicto nuclear. Sin embargo, empantanada la guerra por delegación de EU y la OTAN contra Rusia en Ucrania y menguadas la rusofobia y la sinofobia atizadas por el eje anglosajón, Washington ha perdido centralidad cediendo su lugar a Pekín, y Xi se erige hoy como el principal protagonista de la transición de un orden mundial unipolar hegemonizado por EU a otro multipolar potenciado por China y Rusia.

Ejemplo de lo anterior fue la visita a Pekín del presidente francés, Emmanuel Macron, quien tras reunirse con Xi dio un inesperado giro soberanista a la Charles de Gaulle, pasando de un acendrado posicionamiento antirruso a otro antiestadunidense. A bordo del Cotam Unité (el Air Force One francés), hablando a Politic y Les Echos, Macron hizo hincapié en su teoría de la autonomía estratégica −presumiblemente liderada por Francia para convertir a Europa en una tercera superpotencia− y argumentó que las naciones europeas deben trabajar para disminuir su dependencia energética y armamentista de EU, y reducir la extraterritorialidad del dólar estadunidense, objetivo político-económico clave de Pekín y de Moscú. Dijo que Europa debe evitar ser arrastrada a una confrontación entre EU y China por Taiwán, ya que si las tensiones entre las dos superpotencias se calientan, no tendremos tiempo ni recursos para financiar nuestra soberanía estratégica y nos convertiremos en vasallos.

Tres días después, tras su visita de Estado a Países Bajos, Macron reiteró su postura en pro de una política independiente de Europa y Francia ante EU –ser aliado no significa ser vasallo o que no tengamos derecho a pensar por nosotros mismos−, y sobre la confrontación entre Washington y Pekín dijo que París apoya la política de una sola China y la búsqueda de una resolución pacífica de la situación en el estrecho de Taiwán. Simbólicamente, su rechazo a la política secesionista de Taiwán azuzada por EU y contra el uso del dólar como herramienta de la política exterior de Washington, quedó plasmado en la firma del primer contrato en yuanes del gigante energético francés Total en la Bolsa de Petróleo de Shanghái, para el suministro de gas natural licuado a China.

Antes de Macron habían visitado Pekín el canciller alemán, Olaf Scholz, y el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez; mientras la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, acompañó al presidente galo a ver a Xi, inmiscuyéndose temerariamente, ella sí, en los asuntos internos de China cuando no ha sabido resolver el contencioso ucranio en Europa. El 14 de abril, tras ser recibido con honores por Xi en el Gran Salón del Pueblo situado en la famosa plaza de Tiananmen, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva dijo que nadie prohibirá a Brasil mejorar su relación con China, y como prueba de ello visitó la empresa Huawei, considerada por EU un riesgo para su seguridad nacional. Lula y Xi firmaron 15 acuerdos, entre los que destacan el intercambio de tecnología de semiconductores, el 5G, 6G y la construcción conjunta de un satélite Cbers-6 para monitorear la deforestación de la selva Amazónica, siendo clave el de la realización de transacciones comerciales directamente en reales y yuanes, para evitar la dolarización y facilitar el comercio entre las partes.

Un día antes, en Shanghái, adonde asistió a asunción de Dilma Rousseff como presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS, Lula había arremetido contra las políticas condicionadas del Fondo Monetario Internacional y otras instituciones financieras controladas por el Departamento del Tesoro de EU –puso de ejemplo la asfixia del FMI a Argentina en la coyuntura y aseguró gráficamente que ningún gobernante puede trabajar con un cuchillo en la garganta porque tenga deudas−, y criticó el uso generalizado del dólar instando a la creación de una moneda única (del BRICS). Preguntó: “¿Por qué todos los países necesitan hacer su comercio respaldado por el dólar? ¿Por qué no podemos comerciar con nuestras propias monedas? ¿Quién decidió que fuera el dólar?

En su declaración conjunta con Xi, Lula reiteró la adhesión de Brasil al principio internacional de una sola China, que alude a que el gobierno de la República Popular de China (Pekín) es el único legal sobre el área territorial que abarca a China continental, Hong Kong, Macao y Taiwán, como parte de una única entidad nacional. La asunción de esa política, que hasta hace poco había sido adoptada también por EU, implica no reconocer a Taiwán como Estado soberano. A la vez, Lula subrayó el apoyo de Brasil a la iniciativa de China para encontrar una salida pacífica al conflicto en Ucrania, y dijo que es necesario que EU deje de alentar la guerra y empiece a hablar de paz.

Pero Biden sigue financiando y alentando un conflicto que sabe que Ucrania no puede ganar, mientras públicamente él y sus propagandistas mienten sobre lo que sucede en el campo de batalla. El eje EU/OTAN está atrapado entre el sentimiento público que generó su propaganda y la realidad sobre el terreno. Observadores militares señalan que la llamada contraofensiva de primavera de Ucrania (prevista para finales de abril) tiene pocas posibilidades de éxito. Documentos filtrados del Pentágono exhiben que Kiev no podría llevar adelante un ataque limitado para recuperar territorio y menos uno diseñado para vencer a Rusia.