Opinión
Ver día anteriorLunes 6 de marzo de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Se reanuda la carrera armamentista, con potencial nuclear
A

poco más de un año de la guerra en Ucrania, uno de los saldos más adversos y letales es la reanudación de la carrera armamentista, el final del largo periodo de la guerra fría bipolar, con la salida de Rusia del tratado de contención nuclear, los ensayos de Corea del Norte de misiles continentales y el propio escalamiento de un conflicto que rebasó por mucho a los dos contendientes originales, antes miembros del mismo país, la Unión Soviética.

Por supuesto, hay que deplorar, y llamar a un cese inmediato de la guerra Rusia-Ucrania, ya con miles de pérdidas de vidas humanas en ambos frentes, con acento en el país invadido, con la destrucción masiva de hogares, escuelas, cultivos e infraestructura productiva urbana, pero no hay que perder de vista la universalización del conflicto, el incremento de la tensión en varios puntos del planeta.

Lejos quedaron los cálculos originales de un conflicto reducido a semanas o a unos cuantos meses, luego del suministro masivo de armas, fondos y apoyos de occidente al país que se presentaba como la parte débil de la ecuación, pero muy pronto fortificada por las potencias del bloque capitalista. Suman ya miles de millones de euros y de dólares en apoyo efectivo y logístico al gobierno de Ucrania.

Lejos quedaron también los tiempos de previsión de un acotamiento en los alcances territoriales del conflicto: la guerra Rusia-Ucrania ha supuesto una catástrofe para el país invadido y para el país invasor, pero también una crisis para Europa y todo el mundo, hoy con una paz amenazada por los inmensos y sofisticados arsenales nucleares.

Más allá de las fronteras de Ucrania y de la zona de los enfrentamientos físicos, la invasión trastocó la seguridad europea y reavivó la carrera armamentista entre los bloques de oriente y occidente, lo que hoy tiene de rehén al mundo entero.

En el orden económico, las hostilidades afectaron sensiblemente el suministro de gas y petróleo de Rusia a Europa, pues antes de la guerra las naciones de la Unión Europea importaban casi la mitad de su gas natural y un tercio de su crudo de Rusia; se dañó la exportación de granos básicos de Ucrania al mundo, y la guerra resultó un segundo capítulo de la crisis de ralentización del crecimiento económico global luego de la devastación generada por la pandemia sanitaria del covid-19.

Además, en el necesario combate al cambio climático ha habido un retroceso, pues las complicaciones en la importación del gas ruso han obligado al consumo europeo de carbón, un combustible muy contaminante.

Sin negar la ilegitimidad de la guerra y de la propia invasión, un gobierno ucranio sin el dominio de la historia y sin el pulso de esos delicados equilibrios, detonó el conflicto al pretender extender las fronteras del bloque occidental a kilómetros del Kremlin, como ya lo han documentado connotados expertos de política internacional, incluidos ex altos funcionarios del principal aliado de Ucrania, Estados Unidos.

Hoy existe un punto muerto en el conflicto y no se avizora una solución inmediata, sea negociada entre las partes o en esquemas multilaterales, como la planteada por China.

Pero más allá del conflicto original, con saldos pavorosos en sí mismos, hay que tener presentes los efectos colaterales y periféricos, entre los cuales destacan: la reanudación de la carrera armamentista: Rusia ha movilizado cientos de miles de reclutas y anunciado un programa de expansión de sus fuerzas armadas, para pasar de un millón a 1.5 millones de efectivos. Francia, tradicionalmente mesurada y pacifista, incrementará su gasto militar en un tercio en esta misma década, mientras Alemania ha abandonado su antigua política de prohibición de la venta y en general el suministro de armas para zonas de conflicto y ha enviado misiles y tanques a Ucrania.

Hay un grave componente en esta carrera armamentista, la letalidad potencial de las armas, pues Rusia anunció apenas el pasado 21 de febrero, justo en el aniversario del inicio de la guerra con Ucrania, la suspensión del tratado de reducción de armas estratégicas ofensivas que tenía suscrito con Estados Unidos, es decir, armas nucleares. Esto significa, llanamente, que ya no hay techo ni supervisión recíproca, inspecciones de sus equipos técnicos, para no expandir la producción de amas de alta letalidad.

Al mismo tiempo, en otro frente de esta carrera armamentista, Corea del Norte, aliado estratégico de Rusia, intensifica su programa de misiles nucleares, ahora ya con alcance continental; en 2022 lanzó 70 misiles a aguas internacionales y apenas en la segunda quincena de febrero de 2023 disparó cuatro misiles de crucero, en respuesta a los ejercicios militares de Estados Unidos y Corea del Sur en la región.

En suma, la guerra Rusia-Ucrania, lejos de cesar se ha expandido y hoy, entre sus efectos indirectos, colaterales, ha propiciado una carrera armamentista que estaba acotada y regulada por los acuerdos internacionales. Hoy los acuerdos están rotos o cuando menos están suspendidos. Urge una actitud de responsabilidad global y compartida de la humanidad, más allá de las ideologías, para que la sofisticación y alcance de las armas de nuestro tiempo, sobre todo las nucleares, no pongan en riesgo la seguridad y la vida de todos.

* Presidente de la Fundación Colosio