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La marcha del eufemismo
B

anderas, pancartas, gritos con consignas, enojo y hasta furia, pero sobre todo desinformación, reunió a miles de personas el pasado domingo 26 de febrero en el Zócalo capitalino. Poco antes de las 11 de la mañana llegaron por Madero, 16 de Septiembre, Tacuba, 5 de Mayo, 20 de Noviembre y Pino Suárez, familias, parejas, grupos de amigos, la mayoría vestidos de rosa, personas de todas las edades unidas en una muestra de repudio al presidente Andrés Manuel López Obrador que con la consigna de defender al INE encontró un catalizador para intentar darle sentido a un rechazo que, bien a bien, no saben con precisión a qué se debe.

Los participantes a la movilización en contra del plan B de la reforma electoral acudieron por su propio pie, no fueron acarreados. Que los hubo, sí, pero se trató de los menos, su número no es representativo del total que se dio cita en la segunda manifestación masiva de oposición en los últimos cuatro meses. Con consignas como el INE no se toca y mi voto no se toca, los manifestantes, llenos de energía y determinación, no sabían bien a bien en qué consiste el plan B, tampoco lo que implica ni lo que no.

Fueron preocupados, ¡y cómo no!, les hicieron creer que las modificaciones permiten que el Presidente de México pueda mantenerse en el poder una vez concluido su periodo. Y eso no es todo. Miles de manifestantes acudieron a protestar ante el temor de que les quiten su credencial de votar y que el padrón electoral deje de estar bajo el resguardo del Instituto Nacional Electoral, porque eso les dijeron que sucederá, y ellos quisieron creer esta información porque, también, creen que conviene a lo que creen que son sus intereses.

Los discursos fueron breves, casi fugaces. En ellos abundaron lugares comunes construidos desde la falsedad sobre lo que implica el plan B. Se hizo un llamado a la lucha contra lo que ­llamaron tiranía antidemocrática que pone en riesgo las libertades. Los ­asistentes parecen no haberse percatado de que estaban ejerciendo un derecho, el de la manifestación, mientras aplaudían las consignas de un añejo Partido Revolucionario Institucional que durante sus gestiones impidió este tipo de expresiones y quien orquestó fraudes electorales sistemáticamente. Lo anterior debe ser utilizado más que como elemento de burla o descalificación, de estudio.

Al concluir los discursos los presentes desalojaron el Zócalo y muchos caminaron por Madero y 16 de Septiembre en dirección al Eje Central. Los comercios se mantuvieron abiertos y familias que pocas veces –o ninguna– habían acudido al Centro de la Ciudad de México disfrutaron de la majestuosidad de sus calles y edificios. Me dijeron que por aquí adelante hay un parque que se llama Alameda y que está bien padre, vamos le dijo una adolescente a su padre, mientras las consignas en contra del actual gobierno seguían entonándose al mismo tiempo en que se daban intercambios de mentadas de madre entre asistentes a la movilización y youtuberos afines a la 4T que llevaban sus coberturas.

¿De qué hay que defender al INE?, de los malos. ¿Qué peligro le ves al plan B?, ahí sí no he profundizado, fueron parte de las preguntas y respuestas a participantes en la marcha del 26 de febrero. La desinformación fue constante, así como el enojo con que miles acudieron al Zócalo el pasado domingo.

Valdría la pena considerar que ese enojo no sólo proviene de las falsedades con las que diariamente la oposición bombardea a la ciudadanía a través de distintas estrategias de comunicación, la infodemia aprovecha la facilidad de ser creída con otros factores. ¿Cómo no va a estar enojado un sector de la población cuando siente que lo descalifican a niveles en los que se percibe acusado de haberse convertido en enemigo de un país al que también ama?

Ahí debería estar la atención, al menos la prudencia. La oposición, ante la carencia de un proyecto que vaya más allá del poder por el poder, manipula con mentiras y falsedades, mientras desde el gobierno se señala peyorativamente a un sector inconforme, algo que divide y va en contra de lo que la transformación del país busca, un cambio cultural que será muy difícil conseguir cuando mexicanos se perciben ajenos a un gobierno que sienten los denuesta. Y mientras por la pugna del poder político se polariza como estrategia de movilización de masas, en la sociedad se rompen amistades, dividen familias e inventan enemistades que realmente no lo son, mientras los políticos pasan de un partido a otro y, en un pragmatismo del poder, los rivales de hoy terminarán siendo aliados del mañana.