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La Sinfonía Inquilino de Philip Glass
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▲ Philip Glass en Manhattan, Nueva York. Fotograma del documental Un lugar llamado música, que se presentó en el Festival de Cine de Morelia.Foto cortesía Pimienta Films
 
Periódico La Jornada
Sábado 29 de octubre de 2022, p. a12

Celebramos la Sinfonía 12 de Philip Glass, recién salida del horno.

Es la culminación de la Trilogía de Berlín, emprendida hace 45 años con su Primera sinfonía, titulada Low Symphony; el segundo capítulo de la trilogía es la Cuarta sinfonía, Heroes, todas a partir de discos de su amigo David Bowie (1947-2016).

La sinfonía Lodger proviene del álbum de ese título de Bowie, con quien Glass preparó esbozos de la partitura que hoy tiene nuevamente en el filo de la butaca a los escuchas, insatisfechos muchos porque no alcanzan a entender la grandeza de esta obra, y fascinados todos por este arsenal de sorpresas, este borbotón de maravillas.

Lo que molesta a exquisitos es el manierismo que el compositor imprime a la voz solista, dedicada específicamente a Angelique Kpasseloko Hinto Hounsinou Kandjo Manta Zogbin Kidjo, conocida como Angelique Kidjo, cantante y compositora apreciada en otras voces, otros ámbitos, pero el tono de voz que eligió Philip Glass para ella en esta sinfonía desconcertó a todos, menos a los que conocen las profundidades y alturas de la música espiritual de Philip Glass.

Los desconcertados no atinan a definir el remolino de emociones, el vendaval de sonidos, la variedad estilística del sinfonista, entre otras razones, porque no quieren salir de su compartimento estanco y se obstinan en decir que Philip Glass es minimalista.

Entre el frenesí de sonidos de la Sinfonía 12 de Glass está el uso monumental de un órgano a lo Messiaen, a lo Bach, y una orquestación impresionante que produce sonidos que pareciera que conocemos pero que nunca hemos escuchado.

La música de Philip Glass es como el torrente de un río: parece repetirse, inmutable, pero las cadenas de agua siempre suenan diferentes. Esa es una de las razones por las que deben dejar de nombrarlo minimalista. La repetición es solamente uno de sus muchos recursos, además de que el minimalismo fue un movimiento creativo que duró muy pocos años. Hoy todos los que en algún momento fueron minimalistas están en otras búsquedas, otros hallazgos.

El uso de la voz humana, en este caso la de Angelique Kidjo, es un hallazgo dramatúrgico. No es la Angelique Kidjo que todos parecen conocer. Es una instrumentista de su voz, irreconocible.

Es más, si a alguien le ponen a escuchar esta sinfonía sin avisarle quién está cantando, no reconocería a la Kidjo, porque el tono, la atmósfera, pendula entre el misterio y tonos más o menos familiares.

Especialistas, por ejemplo, la asocian de inmediato con Marlene Dietrich y el estilo cabaret de Weimar, pero en realidad el tono, la atmósfera va más allá, se adentra en el misterio de maneras muy directas. Hiende la oscuridad para mostrar una grieta por donde se cuela la luz, de acuerdo con el vislumbre de Leonard Cohen.

Una clave: Philip Glass es un practicante del budismo desde hace décadas y mantiene contacto con los grandes maestros wixaritari, con quienes ha hecho música y ha emprendido las caminatas celestiales, de las que dio cuenta en estas páginas hace dos días la reportera Alondra Flores, quien registró la naturaleza del documental que sobre ese tema filmó Enrique Muñoz Rizo, con la colaboración del antropólogo Víctor Sánchez, para el filme Un lugar llamado música.

En su Sinfonía 12, Philip Glass nos pone en contacto con cosmovisiones, prácticas rituales, maneras de mirar el mundo, modos de observar el universo y, si ponemos atención, escuchamos claramente a Angelique Kidjo cantar mantras.

Esa conexión espiritual la preparó Philip Glass con David Bowie hace muchos años y ahora que tenemos en las manos, los oídos y en el corazón el resultado final, nos llena de alegría y de regocijo.

Podemos sentir la vibración de la sonrisa cósmica de Bowie al escuchar la Sinfonía 12 de su amigo Philip Glass, con la colaboración del amigo de ambos, Brian Eno, que nace del álbum Lodger, de Bowie.

De por sí ese disco, Lodger, no fue comprendido en su momento, 1979. Todos, o casi todos, esperaban un álbum lleno de piezas comercializables, de esas que la industria convierte en éxitos de venta.

Lo que hizo Bowie, en cambio, fue enarbolar la libertad creativa y deambuló por cúmulos de nubes y de ideas. Con Brian Eno, echó mano, por ejemplo, del recurso inventado por Eno y que denominó pensamiento lateral, orientado a romper todo bloqueo creativo (las célebres oblique strategies).

Una prueba de esa estrategia creativa preñada de libertad es también el tentaleo por el título del disco: del inicial Accidentes planeados (Planned Accidents), al subsecuente A pesar de líneas rectas (Despite Straight Lines), quedaron en algo más sencillo, pero enigmático: Inquilino (Lodger), con todo lo que esa idea motora implica (el que habita en nosotros, el huésped, el impermanente, el ser interior).

En el disco original, Lodger, está a la guitarra un músico colosal: Adrian Belew, en su época integrante del grupo de culto King Crimson (en el disco Heroes, el jefe de Crimson, Robert Fripp, fue el guitarrista en turno). Es una culminación magistral, con piezas cantadas, de una trilogía que había puesto el peso específico en las instrumentaciones.

Por supuesto que la Sinfonía Lodger de Philip Glass no reproduce ni literal ni instrumentalmente el original de Bowie. Es un paso más adelante de los que avanzó en Low y Heroes, las otras aristas de la trilogía berlinesa del binomio fantástico Glass-Bowie.

Estamos, ya resulta claro, ante un universo en expansión. Me imagino, nos imagino, de pie en medio de la noche contemplando las constelaciones. Ya se mueve Orión, ya titila Venus, ya traza su curva hiperbólica una estrella fugaz.

Las 12 sinfonías de Philip Glass son constelaciones en continuo movimiento y con sólo decir eso, puedo ver a todos los planetas girando alrededor, como expresó Mahler al presentar su Octava sinfonía.

Repasemos: la Primera Sinfonía de Philip Glass fue escrita hace casi medio siglo, en 1979: Low Symphony, sistema planetario que elongó después hasta su Cuarta sinfonía, Heroes, ambas a partir de la música de sus colegas David Bowie y Brian Eno.

Las Sinfonías 5 y 7 de Philip Glass son corales y de contenido espiritual: la Quinta Sinfonía se titula Requiem, Bardo and Nirmanakaya, y tiende puente hacia la actividad futura de la iluminación espiritual.

La Séptima Sinfonía de Philip Glass se llama sinfonía Tolteca y está inspirada en la cultura espiritual wixárika, mientras la Sexta sinfonía, llamada Plutonian Ode, es una intensa cantata para soprano y orquesta con el poema de ese título de su amigo y colaborador Allen Ginsberg.

La Tercera sinfonía de Philip Glass retoma una de sus obsesiones, la partitura de Richard Strauss llamada Metamorfosis, título a su vez de un conjunto de obras capitales suyas.

La Sinfonía que hoy nos ocupa, la Lodger, está compuesta en siete movimientos, cuyos títulos son los mismos de las canciones que conforman el disco de David Bowie.

En el tercer episodio, African Night Flight, escuchamos con claridad los mantras a los que me referí.

El capítulo quinto, Yassassin, es tan fascinante como el original: un aparente ritmo reggae que en realidad nos lleva a ritmos persas, árabes, turcos.

Recomiendo el apasionante ejercicio de escuchar alternadamente el disco Lodger de David Bowie y la Sinfonía Lodger, de Philip Glass. Encontraremos muchas sorpresas, asombros, recovecos. Nos adentraremos al misterio de la creación artística.

Eso, el misterio. Tanto la música de David Bowie como la de su amigo Philip Glass poseen el encanto, la fuerza y el embrujo del misterio. En eso consiste buena parte de su grandeza.

Escuchemos, viajemos, seamos inquilinos de este gran viaje a nuestro interior que emprendemos cuando escuchamos a David Bowie cantar en su disco Lodger y después a Angelique Kidjo entonar mantras en la Sinfonía Doce de Philip Glass. Bienvenidos seamos.

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